Somos
No me importa quién eres,
Pero sé que me importas.
Siento que quiero conocerte
Para poderte valorar en lo que
ocultas.
No conozco aún qué te motiva
A caminar la vida,
Pero disfruto de antemano
Pensando en un posible
encuentro.
Hace el milagro de sentir lo
humano.
El patio del parral
Me
espera energizado desde siempre.
Colmado
de añoranzas maduras al amparo de sus plantas,
las
otras hijas predilectas de mi madre,
paridas
con soles y con lluvias.
Despierta
en mis sentidos su recuerdo,
entre
las brumas de mis pensamientos,
tanto
en las mañanas soleadas del verano y de la primavera,
como en
las más frías del otoño/ invierno.
Desde
sus cuidadas planteras, las begonias me saludan con afecto.
Las
clivias anaranjadas me hacen guiños.
Los
helechos me brindan, desde lo alto,
su
abigarrado abrazo de esmeraldas.
En un
sitial de honor, escultura en el pasto,
pimpollos
coralinos me dictan su belleza;
preñeces
del rosal.
El
ambiente se embriaga con perfume sedante,
ardid
natural insospechado,
conque
oculta lo cruel de sus espinas.
Más
allá de la mesa redonda en que mi padre
acostumbraba
tomar el desayuno,
acariciado
por la brisa matinal;
permanece
apagado,
sin
crepitar de brasas,
carente
de sabores,
de
rumores,
su obra
artesanal:
aquel
fogón de asados,
excusa
del reencuentro:
-domingos
y feriados-
un
crisol familiar.
Ese
patio, mi patio, nuestro patio,
es
símbolo tangible de un ritual ancestral.
El
patio del parral
de mi
casa paterna
es el
lugar propicio
en el
que nuestra madre
despunta,
sin apuro,
el
“vicio” de matear.
Stella Maris Guibaudo
Puerto Rico, Misiones, Argentina
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