El mendigo era fuerte y delicado (curtido
por lo peor del mundo, si le hubieran permitido vivir habría sido muy sensible,
muy humano). En el hartazgo de los desengaños, en una conexión intensa con el
hambre y con el frío (su humillación era ser; su inevitable suplicio); aguardaba.
No insistía en su calvario por
ingenuidad. Paradójicamente, cada uno de sus días era un tributo valiente hacia
la vida, un homenaje secreto a la dignidad que con desprecio le habían quitado
desde siempre.
Oyendo un íntimo quejido (las vísceras
como expuestas), sosteniendo muy firme un amor invencible, lo logró. Siguió su
lucha constante hasta el último de sus alientos.
* * *
Un estruendo permanente, sangre en los
charcos y cadáveres yaciendo entre los que corrían combatientes vivos o al menos
en movimiento.
Sintió una bala quemándole su hombro.
Pero siguió sin detenerse en su herida, sin que logren reducirlo al pasto sucio
donde lo aguardaban las tinieblas. Miró a lo lejos, sus compañeros de tropa
avanzaban hacia él, dominando.
Se supo a salvo y orgulloso.
* * *
Habíamos bebido hasta clausurar el
pesar. Las muecas y el habla bifurcaron sus rumbos. Mariano exageraba ademanes,
ensayaba cortos pasos manteniéndose en su sitio. Comencé a disociar su cuerpo
de las palabras que decía, a proyectar quehaceres en mi mente mientras percibía
un tenue balbuceo:
-¿Se entiende?
-Claro -respondí.
* * *
Una lenta melodía se desplazaba por la
habitación (Agustín había encendido su equipo musical unos minutos antes de que
Jimena llegara puntualmente). Aunque sin comprenderlo por completo, debido a un
apremio instintivo habían hablado sobre hacerlo en varias oportunidades.
Jimena temblaba ingenuamente erótica
(era en el fondo una niña conociéndose); se ahogaban sus palabras por la
extrema tensión. Agustín la sintió trémula, sin embargo había logrado
convencerse de que estaba inmensamente sereno.
Desnudos, luego de un rato de besos
como excusas Agustín confesó con una súplica derrotada “No sé lo que pasa”.
Pero no pudieron reír (lo hicieron bastante después, terminado el trance,
satisfactorio al fin).
* * *
Como anticipándose, Silvia se había
despedido de su hijo en cada largo abrazo.
Lo miró a través de un vidrio pedalear
sobre el pasto, sentirse clara y plenamente alegre bajo un sol que se
debilitaba. Tomó uno a uno los cubiertos del almuerzo y comenzó a lavarlos, a
volverse ausente en su tarea doméstica, habitual.
Cuando alzó de nuevo la vista no pudo
encontrarlo. Gritó en vano su nombre, salió desesperada y vio la imagen del
terror que ya empezaba a devorarla; el triciclo dado vuelta y su nene ahogado.
Sintió una fuerza mayor sujetando su
alma por los hombros para arrojarla mucho más allá del lago de fuego.
Damián Andreñuk
La Plata,
Buenos Aires, Argentina
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