viernes, 31 de agosto de 2018

Ezequiel Cámara


El Niño de los discursos*

El Niño de los discursos tejía diversos discursos a lo largo del tiempo.
Esos discursos eran uno y eran varios a la vez.
Por momentos decían una cosa, y después otra que contradecía a la anterior.
Ese niño era muy inteligente, le llamaban de apodo “El ser del lenguaje”, fueron tantos los significados que emanó a lo largo del tiempo que su discurso se automatizó, y comenzó a curvarse sobre sí mismo.
Al punto que esas palabras se vaciaron de su contenido vital.
Era un lenguaje autorreferencial, ya nadie lo podía entender, en cierta manera era un discurso complejo, ya no era ese discurso sencillo al alcance de todos y por lo tanto se fue haciendo cada vez más hermético, en otras palabras ese discurso se fue deshumanizando.
Las personas que antes se acercaban al niño de los discursos para escuchar palabras tan hermosas hoy se alejaban ante tanto hermetismo, la humildad que lo caracterizaba ahora daba lugar a una soberbia de corte intelectual, filosa lastimaba al mero contacto, la gente temía a esto porque hería en lo más profundo dejando un amargo sabor en el alma. El Niño de los discursos sentía orgullo de mostrar toda su “sabiduría” y siempre desplegaba sus armas simbólicas quitándoles el derecho a expresarse a los otros que no tenían las múltiples lecturas de él.
Cuando el Niño de los discursos quiso darse cuenta ya era tarde, su hermetismo había destruido su esencia. Ya no había más nada que decir, las palabras eran carentes de significados.

* Dedicado a mis compañeros y profesores de la carrera de Letras (Nota del autor)


¡No vencerás!

Se maquilla todas las mañanas, se obsesiona frente al espejo, tiene cuarenta años (quizás más), prefiere no develar su edad ante los lectores, él sabe que lo leen.
Se dice llamar Alfred, toda su vida fue al Gim, siempre usó cremas, se vistió a la moda, gastó miles de pesos en tratamientos estéticos. Se ve bien, pero detecta cambios en su cuerpo, cambios que solo él percibe de tan microscópicos que son, imperceptibles a los otros.
El correr del tiempo lo estremece, sabe que la juventud ya no está, se fue. No importa lo musculoso y tonificado que sea su cuerpo, no importa lo aniñado de su rostro. Sabe que todo eso está sostenido por dieta, ejercicio, dinero y sobre todo por el esfuerzo. Siente al ir al Gim un desgano que antes no sentía (esa vitalidad se fue). Por las noches, el cansancio lo aplasta y por las mañanas los dolores son peores a lo que eran. 
Sin embargo, se esfuerza, se produce, se maquilla, entrena. En pocas palabras, todas las mañanas desafía al tiempo, lo reta, lo mira altanero y le dice: “No vencerás”.


Ezequiel Cámara
Mar del Plata, Buenos Aires, Argentina

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