jueves, 26 de marzo de 2015

Editorial


revista literaria con voz propia nº 65

            marzo 2015  


publicación creada en noviembre de 2006
              distribución y publicación gratuitas

                   Inscripción: ISSN 2314-0275



El humo

La casita entre árboles junto al lago,
del tejado un hilo de humo.
Si faltase
qué desolación
casa, árboles y lago.

Bertolt Brecht. Alemania, 1898-1956

  
--
Si tuviera que vivir mi vida otra vez, yo pediría que no sea cambiada una sola cosa, pero que mis ojos se abrieran con mayor amplitud.
Jules Renard
-- 


Niña que duermes bajo la mirada de Dios, te deseo que no la pierdas jamás, que vayas por la vida con la paciencia como tu mejor aliada, que conozcas el placer de la generosidad y la paz de los que no esperan nada, que entiendas tus pesares y sepas acompañar los ajenos. Te deseo una mirada limpia, una boca prudente, una nariz comprensiva, unos oídos incapaces de recordar la intriga, unas lágrimas precisas y atemperadas. Te deseo la fe en una vida eterna, y el sosiego que tal fe concede.
Niña, yo te deseo la locura, el valor, los anhelos, la impaciencia. Te deseo la fortuna de los amores y el delirio de la soledad. Te deseo la inteligencia y el ingenio. Te deseo una mirada curiosa, una nariz con memoria, una boca que sonría y maldiga con precisión divina, unas piernas que no envejezcan, un llanto que te devuelva la entereza. Te deseo el sentido del tiempo que tienen las estrellas, el temple de las hormigas, la duda de los templos. Te deseo la fe en los augurios, en la voz de los muertos, en la boca de los aventureros, en la paz de los hombres que olvidan su destino, en la fuerza de tus recuerdos y en el futuro como la promesa, donde cabe todo lo que aún no te sucede.

Ángeles Mastretta, Mal de amores
  

--
En la hora más oscura el alma se repone y da fuerza para continuar y perseverar.
Anónimo
--

Autores publicados

revista literaria con voz propia nº 65

     marzo 2015

                    
          autores publicados en esta edición: 

- Sergio Borao Llop
- Norma Etcheverry
- José Antonio Cedrón
- Elena Garritani
- Nechi Dorado
- Gustavo Córdoba
- Marta Zabaleta
- Orlando Valdez
- Sanndy Luna Morales
- Leonardo Zapata
- Ana Romano
- Sixto Cabrera González
- Cristina Villecco
- Lydia Pistagnesi
- Gladis Ataide
- Nor Losada
- Ana María Godoy
- Ramón Rojas Morel
- Ramón López Díaz



             revista literaria con voz propia
             ISSN 2314-0275

             Edición y dirección: Analía Pascaner
             San Fernando del Valle de Catamarca
             Catamarca – Argentina


Sergio Borao Llop

El olor de las flores

Cerré la puerta suavemente
como otras tantas veces
y me alejé en silencio.

Siempre viví cerrando puertas
o viéndolas cerrarse tras de mí:

Puertas entrecerrándose implacables
como una barricada ante mis ojos.

He aprendido que cada despedida
es el eco de un canto cancelado.
Que una mirada al borde del andén,
el gesto de una mano que se pierde
o un avión despegando
son heridas que nunca cauterizan.

Es necesario entonces
cerrar las puertas con tristeza
y alejarse despacio hacia poniente
en busca de otros soles, de otras Ítacas
de otros ríos y aldeas
allende el horizonte de los días.

Mas no es fácil caminar cuando se sabe
que el olor de las flores no regresa.


Habitaciones

Habitaciones que se bifurcan,
que se multiplican y no terminan.
Que son distintas y son todas la misma.

Pasillos que no conducen ni extravían.

Helados muros que devuelven, indiferentes,
el eco angustiado de mi voz que te llama.

Y en el medio de todo
mis pasos, quietos, sin destino,
mi alma yacente, precipitada
en el abismo de tu ausencia.
  

No quiero cantar

No quiero cantar y se me hacen sangre las palabras
y brotan obstinadas como una vena abierta
encharcando el silencio de la tarde que espera
un tren, una odisea o el fragor de mis gritos.

No quiero cantar pero mis voces no se apagan
y siguen derramando susurros delirantes
hacia el cielo indiferente del crepúsculo.

Mas en las estaciones abandonadas no hay certezas;
tan sólo ausencias
                          oquedades
                                      recuerdos de miradas
vagos gestos de adiós como una llaga en la memoria
un vértigo de trenes perdiéndose en la noche…

Sólo la estación desierta
               una voz aletargada entre mis labios
                         y el eco atroz que no puede escucharse.


Te sueño, sombra. Llegarás un día

Te sueño, sombra. Llegarás un día.

Serán tuyos mis ojos, como dijo el poeta.
Serán tuyos mis labios y la mano que se alza
contra las injusticias y la mano que estrecha
las manos estrechables y los pies que cabalgan
la tierra estremecida y el corazón que sangra
herido de silencios.

Ese día por fin se cerrarán todas las puertas.
Serán tuyos mis ojos, ya no quedarán lágrimas
ni habrá un lirio en mi pecho
ni en el humilde tálamo florecerán sonrisas.

Esa noche será la noche del olvido.

No habrá después un solo espejo que nos reconozca
y nuestros nombres devendrán sólo palabras
que el tiempo irá borrando
de la ingrata memoria de los charcos.

Te sueño, sombra. Llegarás un día
con tus besos de escarcha, con tus dedos helados
y una sentencia entre tus dientes incendiarios.

Después, ni un sólo ángel
sembrará con mis cantos la alborada.


Poemas de Destierro, tomados del sitio web del autor:

Sergio Borao Llop
Zaragoza, España
El autor ha publicado El alba sin espejos por el sello eBooks Literatúrame!

Norma Etcheverry

El Tiempo

A veces, se está lejos de todo, lejos del pasado y lejos del futuro.
Son los momentos en que no sé qué hacer conmigo. Las chicharras rezagadas del atardecer y un perro del vecindario que llora la ausencia de sus dueños son los ruidos de una realidad “real” que rompe el encanto de la Naturaleza. El silencio cae como un manto sobre las cosas y todo parece volver a un orden perfecto, a una paz certera y definitiva en la cual no sé qué podría hacer conmigo. Una tarde de verano especial para esperar la muerte tanto como para desear seguir andando. Los dos extremos pueden corresponderse a este escenario, las dos formas de continuación serían verdaderas.
Son breves momentos, en los que siento detenerme, literalmente, en el tiempo. Lo paradójico es que quedo fuera de él. Y la inmensidad de esa visión es un océano donde puedo flotar.
Donde puedo vivir, o no. Da igual.


La identidad

Cuelgan geranios rojos de los balcones.
Inevitables geranios rojos en todos los balcones.
Maravillosos geranios rojos cuando estallan las bombas.
Ancianos con boina y bastón, caminando despacio por la orilla del Kadagua. Los carteles denunciando el apaleo a los jóvenes de Geñe. El puente viejo y la ropa blanca tendida, flameando sobre el río.
Ancianos con boina y bastón, sentados en los bancos de la parroquia de San Severino, bajo la torre tardía del Barroco.
Ancianos con boina y bastón, hablando en una lengua que les viene desde el fondo de la historia. Ningún filólogo rozará el origen de su lengua, ni su gran secreto.
Testigos serenos de un tiempo ido, protagonistas de un pasado remoto que siempre vuelve.
Un duelo mudo es el que viene del encierro, lejos de casa, un silencio a gritos que brota en los balcones.
Los rostros en blanco y negro están en todas partes. Como la lengua primitiva, un clamor sordo, intraducible.
Inevitables, los geranios rojos, cada año florecen.
Azpitik doa ura, murmuran.
El agua va por debajo, cantan.

(a Andoni, en su memoria)


La adolescencia

Me dijo que tenía miedo.
Me dijo que recordaba hasta como me vestía.
Me dijo que no quería faltar al colegio, porque entonces me extrañaría.
Me dijo que soñaba conmigo todo el tiempo.
Me dijo que lo que me dijo en el tren era mentira. Que esa noche, estaba muerto de miedo.
Me dijo que todo fue un gran desencuentro.
Me dijo que volvió a tomar su guitarra, y tocaba largas horas hasta la madrugada, como en el tiempo en el que sucedió todo esto.
Me dijo que tenía toda la música que yo también tenía.
Y yo pensé que era imposible -no podía tener todo desde el principio, desde Syd, desde bombones y pan de uva…-
(“No me toques pequeña/por favor, sabes que me vuelves loco/por favor, sabes que soy débil”)*
Claro que la tengo -dijo-, y me habló del flautista en los tiempos de la alborada y aquello de los secretos.
Adivinó que me hubiera encantado conocer a su madre. Que nos parecíamos.
¿Por qué? No, no me lo dijo.
Contó de esa mujer que, siendo todavía muy joven, partió hacia la frontera y enseñó a leer y escribir a los niños de los países vecinos.
Que antes de morir quiso estudiar medicina. Pero entonces ya no había más tiempo.
Me dijo que murió en el ochenta y dos. Le dije que mi padre también murió en el ochenta y dos. Luego, volvimos a hablar de las tardes en la escuela.
Le conté de las incontables veces que lloraba por él.
Le dije que entonces sentía pudor de trabajar en los puestos porque creía que él sentiría vergüenza de mí.
Me dijo que no me podía mirar, pero de vergüenza de él.
(“Háblame, háblame con dulzura/por favor, llévame a la cama/por favor, no tengo miedo”)*
Cuando aquella noche del tren yo regresé llorando a casa, mi madre comentó que la vida era un gran laberinto donde las personas solían perderse entre sí. Y después, no importa cuánto tiempo haya pasado, podían volver a encontrarse.
Le conté. Sonrió. Dijo que mi madre tenía razón.

* Roger Keith “Syd” Barret (Inglaterra, 1946-2006).


El destino (II)

No nos despedimos tampoco aquella tarde. Como tantas veces, lamenté luego no aprovechar su estadía en la ciudad para hablar de la vida y de la muerte, de los hombres hipócritas, de los hermanos, de las islas, de los pájaros. A cambio de eso, retrocedimos asustados, paralizados por esa mirada amadísima que se alejaba. Quizá en algún lugar remoto del cerebro, o tal vez de su corazón, ese cuerpo podía sentir, como nosotros, la intensidad paradojal de ese instante en que lo volvimos para aliviar el dolor de las llagas. Oímos crujir esa piel, como un papel reseco. Luego, quedó extendido y durmiente, y nosotros nos perdimos en la lluvia.
Ya no volví a verlos. Aachen murió la tarde de febrero en que suelen festejar los enamorados. Yo lo supe en el sueño, entonces estaba en el mar y no hice nada por regresar.
Después escribí tres cartas y él no contestó ninguna. Entendí su silencio, y ya no volví a intentarlo. Cuando está en la ciudad no desea verme. Y quizá sea mejor.
Desde el principio estaba escrito que no volveríamos a reconocernos.


Textos del libro La vida leve. Ediciones La Carta de Oliver, noviembre 2014

Norma Etcheverry
La Plata, Buenos Aires, Argentina

José Antonio Cedrón

La propuesta

Podemos conocernos, viajar tres mil kilómetros,
diez mil, o tantos más.
No quiero ir a la luna.
Allí hace falta mucho entrenamiento,
equilibrio en la dieta y en los gestos,
educar al silencio,
aprender a comer, a caminar.
Respirar solo.
Quedemos aquí, donde lo que se lleva y trae
el viento,
una que otra esperanza.
Cosas que todavía pueden ser soñadas.
Aquí tenemos árboles, canciones,
las orillas del mar.
La suerte viva.
Quedemos aquí: la piel, las manos libres.
Pongamos esa música y te invito a bailar.
A la luna se viaja en los boleros.


*  *  *


Fue de noche, tan frío, entre columnas anchas
después de habernos dado en la boca
en los dientes
como un temblor nos vimos,
había tanto y poco como en este presente
pasado sin saber.
Recogimos vestido para el viaje,
resistente vitualla, zapatos que duraran
la pasión del camino, días y noches semejantes.
Nos llevamos las cartas, los planos, embarcamos
y nunca imaginamos que aquellas pertenencias
fundarían ciudades, darían hijos, vientos,
estaciones de lluvia.
Aquello que era apenas una ilusión formada
a orillas de tu cama –donde pasan los ríos de un país–
crearía un delirio jamás domesticado.
Nunca pensé que fueras un espesor de sombras
que turbara los ojos,
el matiz de una ausencia que no puede escribirse.
Pasamos turbulencias, el azar intrigaba
yo tenía gitanas en mis manos
cruzaban por sus líneas
y eran como el olvido
que venía a buscarnos
y nunca supo nada de nosotros.

          Puerto de Veracruz, México


Ahora o nunca

Antes que sea tarde
y en las torres se instalen los francotiradores
antes que pase el tiempo sobre la única piel
y que los estrategas de la razón nos juzguen
los troyanos nos culpen los tirios nos condenen
la historia nos devore
antes que la cordura terrible nos dé alcance.

Último poema pertenece al libro Actas. Premio Nacional de Poesía de México, Sinaloa. Editorial Tierra del Fuego, México-Buenos Aires, 1985
  
José Antonio Cedrón
Argentina-México

Elena Garritani

Sin titular

No es tiempo de arrojar monedas en la fuente
ni pedirle deseos a una estrella fugaz
reclamos al azar.
La dicha era un secreto entre el aire y nosotros.
Marzo indultó al verano, subió donde las huellas,
a tientas, tambalean,
borra quieta del agua, seca, al sol.
La dicha era un secreto entre el aire y nosotros,
patria, exilios, poesía.
Voces que nunca se despiden.
Antorcha viva sobre playas que no volvimos
a encontrar.
Sombras en un jardín de sombras
donde huesos y carne en la espera de darnos
tiemblan como el renglón vacío confía a la palabra.


Fatalidad de la noche

Ella escribe su sentimiento extiende
                              la noche empapelada
regresa el sentimiento
si la luna cae sobre su sombra ella
                              dibuja la alegría
si la luna cae sobre la luz ella
                              no dibujará
la noche revuelve en lo revuelto
                              salpica bendice
encuentra fotos cartas borradores objetos
                              lo ganado perdido
versión propia y ajena
que duelen como duele
                              la dicha que archivó.


Después de

Espejos horizontes visiones ojos rotos/
los pies de la neblina/muro esperas ausencias/
mentiras del insomnio/
cerrojos mar miradas ojos rotos/
silencios risa llanto palabras sin palabras/
barcos en el pañuelo/viento/el deseo a la luz/
la oscuridad que no/la máscara que no/
la luz y el agua/
pasaron muchos cielos aquí abajo.


In memoriam

Espero alegre la salida
      y espero no volver jamás.
                Frida Kahlo

No vuelvas ya no vuelvas en el color intenso del dolor
deja volar los pájaros que anidan tu regreso
el trópico es racimo de frutas y de flores,
ya no puede con ella tu cabeza, mimbre de maravillas.
No vuelvas  ya no vuelvas
acá dueles, te dueles en tu corsé nublado
como fruto maduro cayendo de tus ramas.
El mundo no es recíproco, no vuelvas
tu destino se cierra como dalias que fueron
en la infancia de patios trasnochados
donde el pueblo, el amor, tu hombre, tu deseo
florecen sin pudor, como te gusta.
Así tus labios en otras bocas beben de ese aliento
pero ya sabes que eres una armadura pálida
con la pasión cercada, y hay serpientes
y eclipses y tranvías y sangre y plenilunios.
El aire tiene heridas de limón.
Anúdate en la trenza de ojos negros,
anúdate en azul tu casa calavera.
La muerte es otra fiesta,
baila sobre la médula del viento que te lleva,
aquí ya nadie espera lo que sientes,
baila sobre la ausencia que dejaste
el río de tu herida es largo bermellón
máscara desteñida
el festín del crepúsculo ha llegado a la tierra.


Elena Garritani
Buenos Aires, Argentina

Nechi Dorado

Mis muertes que no fueron

Cuántas veces me morí, me sentí suicidada. Me imaginé gen recesivo, Diana cazadora sin flecha, Juana de Arco sin espada, Alfonsina sin mar, Cibeles sin leones. Yo sin mí. Siendo tantas para terminar siendo ninguna.
Comencé a morirme de a ratos, como dije, suicidada. Me moría de día y revivía de noche, cuando todos dormían y podía desplegarme tal como creía ser: rebelde, puro impulso, paridora de alegrías y enterradora de angustias. Llanto y risa, mariposa y ancla; una cosa de carnehuesoarteriasvenassangrehumores, siempre viva aunque no lo consiguiera del todo.
Me suicidaba al despuntar el día; a veces se puede pasar la vida muriendo por momentos, respirando sin oxígeno, mirando sin ver y escuchando aún con los oídos perforados por el estampido del silencio, que asesina sin necesidad de uranio ni plutonio.
Fui sintiéndome, en este trajinar descolocado, como un ente sin rostro trepando como un mono por las aristas de la vida, siendo todo y siendo nada. Apenas durando en la tremenda telaraña donde quedan atrapadas las ilusiones.
Aprendí a tomar lecciones de acerbidad eliminándolas al pretender elaborar la tesis final. Aprendí a subir escaleras apareciendo en el suelo sin caer y asimilé que la luz a veces enceguece tanto que termina dejándonos sin la posibilidad real de observar.
Traté de andar despejando mis tinieblas y me metí de lleno entre la bruma, tantas veces, que ya ni pude contarlas.
Asistí a mis propias exequias y me alegré en cada resurrección, nunca bendita (mucho menos bendecida) más bien terrena, afirmada en una nube con rueditas que me va acercando a la estación que quiero.
Y así espero seguir en este trajinar dentro del caos donde…
¡Donde me parece descolocado hablar de mí cuando hay tanto por decir de nosotros y yo aquí, perdiendo el tiempo en esta divagación ego centrista!
¡Hay otra realidad colectiva fuera de esta que soy y de lo que creo sentir! ¡Hay otra sustantividad que está más allá de donde copulan fronteras de la muerte en serio, del descarne verdadero, donde no soy protagonista sino simple testigo involuntario y puedo ver que huestes de algún infierno trastocado se abalanzan sobre tantos, inseminando el virus más peligroso que no tiene origen en el África olvidada hasta por la historia corriente!
¡En esta realidad tan ajena como propia, genocida: Acomete la estrella de seis puntas clavándose en los intestinos de niños cuya “arma letal” fue la sonrisa, fiel compañera de la alegría irrespetuosa de vivir sin obtener permiso para ello!
¡Asola el norte feroz sobre ¿cuántos pueblos?! ¡La estatua prostituta yergue su antorcha símbolo del incendio del mundo y tiene hambre de guerra, de vísceras, de sangre coagulada, de tendones y músculos! ¡Tiene hambre de niños y de viejos, de recursos no propios sino adquiridos a fuerza de terror y llanto!
¡Tiene espanto en sus ojos de cemento bilioso descompuesto y está dispuesta a saciarlo como sea!
¡Irrumpe la ambición más descarnada por encima de la lógica irreversible volviendo loco al mundo que se parte, se incinera, se desgaja; se ahoga como se ahoga el niño por nacer en la placenta desprendida antes de tiempo!
¡Y yo aquí, irresponsablemente, contando de mis muertes que no fueron, de mis estúpidos suicidios, de mis yo sin mí, de esas tantas sin llegar a ser ninguna!
¡Y yo aquí, perdiendo un tiempo de oro que no vuelve, describiendo mis sentires con tanta cosa para hablar que no alcanzarían las vidas de cien mil gatos para describir con la ecuanimidad que corresponde!
¡Y me avergüenzo!


Nechi Dorado
Buenos Aires, Argentina

Gustavo Córdoba

Otoño

El otoño se derrama en las veredas,
pone una pausa en el verde del naranjo
y con puntos suspensivos, deja,
un signo interrogante, para mayo.

Abro un paréntesis al tiempo de la espera,
y con signos de admiración, aguardo
en el andén oculto de mi alma
conjugando los verbos de mi tiempo
y el adjetivo final, de la palabra.

Me inauguro, tal vez sin darme cuenta,
en el regreso en una entidad nueva,
para mirar de nuevo tu figura
enmarcada en el vano de la puerta.

El otoño se derrama en las veredas,
mientras sigo soñando, en la espera,
un verano frutal, entre mis manos…


Buenos Aires

De nuevo Buenos Aires sin ti;
cierro mis ojos y trato de dibujar tu figura
en el aire con mi dedo rugoso extendido hacia
el enorme sitio de tu ausencia…

Te busco en todas partes,
en los sitios comunes, en las horas anteriores,
en los recuerdos viejos;
cuando tu nombre pequeño brotaba de mi labio
y llegaba a tu oído
como buscando abrigo.

¿Te acuerdas cuando sorteábamos palomas
por Carlos Pellegrini y Lavalle era una fiesta
de cines y de libros?

Éramos dos niños grandes recorriendo las calles,
y tu mano en la mía dulce como la miel
bendita como el trigo, ázimo pan de vida,
comulgando a diario junto con nuestros hijos.

¡Cómo me duele ahora tu ausencia este invierno distinto!
el solsticio de invierno me encontrará
más viejo
soñando con encuentros, y pegado a tu sitio
y mis ojos resecos por lágrimas lloradas, casi sin luz,
será un párpado herido buscando un andén viejo
para abordar la barca
¡que me lleve contigo!

Las enaguas del alba me encontrarán insomne
buscando entre mis horas, tus horas y tu abrigo,
la seda de tu piel y tu voz en mi oído
y tu nombre pequeño derramado en mi mano
como si fuera un nido…

Estoy en Buenos Aires, y esta noche me digo:
¿para qué este regreso si tú no estás conmigo?


Amo a la vida

Amo a la vida y la vida me ama;
amo esta vida que me dio todo:
una mujer, que me precedió en el viaje
y me dejó seis hijos en los cuales me prolongo.

Amo la vida por la vida misma
porqué aprendí a reír por fuera
aun llorando por dentro;
amo el sol que día a día golpea mi ventana,
amo el aire, el agua, la mañana;
amo la noche,
amo la almohada que abrazo en mis insomnios largos
y amo los sueños que los sigo soñando
en madrugada
arrebujado bajo el lino de la sábana…

Amo al niño que golpea mi puerta
en busca del sustento diario
y amo al dipsómano que a duras penas
se mantiene en pie,
y que todos los miércoles prendido de mi aldaba
busca la moneda para dejar de soñar
con micro y macro zoopsias;
y estrecho su mano temblorosa y le digo:
¡hasta la otra semana, hermano!

Amo a mis hijos y a mis nietos amo
porque mañana continuaré en ellos
demorado en recuerdos;
es la forma que tengo de no morir
a pesar del tiempo.

Amo todo lo que Dios me ha dado;
la madre de mis hijos y mis hijos,
amo los días buenos y los días malos
y esta vejez de ahora y mi cansancio
y en mis preces le pido a Dios todas las noches
una nueva aurora,
¡para vivir de nuevo otra mañana!


Poemas tomados de su sitio web:


Gustavo Córdoba
Catamarca, Argentina

Marta Zabaleta

Perturbas

Con la impiedad de un árbol desgajado
y la inquietud de un estómago vacío,
por entre ramas descolgando tu rostro
asomas como estrella rota.
Sus puntas
trepanan
el día
se hace de hierro.
Cálida la mano crecida en historias
de caricias y matas de pasto,
en tu cara sueltas tus pestañas
y te miras, grata, en el pelo largo…
Mitad en la hoguera,
la otra olvidada,
baja de los cielos, amiga,
que el día ya escarcha.

A mi gran amiga Olive Cordle, con Alzheimer, en el día de su 87 cumpleaños
Londres, 2007


Sonidos

A las lágrimas de mi madre
 los Viernes Santos

El piar
de los pollitos
al nacer

el graznido de los búhos
en las noches claras

la lluvia
cuando caía
y mi madre me decía
Recuerda, Martita,
a los chicos tan pobres
que no tienen techo

la bocina
del Ford T
de mi padre

el rebuzno del burro
que me llevaba una tarde
por Mina Clavero
y casi nos caímos
desde el puente
a los cajones del río

los escopetazos
de mi papá
cuando íbamos a cazar
los domingos, los dos solos

las plumas que entonces caían
de cuarenta perdices
Y de una liebre
su rabo caliente

el chirriar
de la grasa
sobre las brasas
del asado
cuando regresábamos
 
el silencio
cuando mi perra
secuestrada por el gavilán
cayó al fuego

el último
de los ladridos
de uno de mis perros
el Tupac, que mi padre…
y el sonido del revólver

el aletear de las mojarritas
en el arroyo
los días de crecida

el pitear de la locomotora
al entrar en el puente ferroviario
y la huida de palomas
dos veces al día

el cascabel
de la serpiente
que casi pisé esa tarde
en el patio

el teru teru
a la hora de la siesta
junto a mí y la iguana
bajo el sol dormidas

el coro de mi madre

                   Londres 12 de abril de 2009


La llave

                 a los abuelos Hinrichsen

No batía el viento
ni la soledad ni el tiempo.
No había patrullas en el
camino de Concepción a Tomé.
Era el 12 de septiembre.

Paró la camioneta y
del zapato izquierdo
sacó una llave.
La arrojó lejos, musitando
me la dio Alberto.
Y seguimos huyendo.

Bajo el sol radiante 
sus hijos más pequeños
como cuando iban a un picnic,
cantaban. Y el osito de peluche 
danzaba la libertad de la nieta.

Tic Toc Tic Toc Tic

La mirada de la abuela
nos abrazó largo.
No sabremos nunca
el misterio de esa llave.
El hijo mayor ya lo ha olvidado.

                            Chile 1973/ Exilio 2012


Marta Zabaleta
Nació en Santa Fe, Argentina. Reside en Londres, Inglaterra

Orlando Valdez

Para que amanezca

partes de la noche arrojadas en la arena
como olas mis huesos mi carne aún
cuando de Clara no hay estrella ni foto
y ella dónde ella juega
y cuánto de mí a un costado
delirante quizá inútilmente al extremo despedazándome
mientras Marisí es cierta novel
y única luz del cielo tanta luna creciente
que hube traicionado
para que amanezca mar entre mis dedos


Al sol

olvidé mi nombre
y las esquinas del barrio
donde los muertos eran sólo a cebita
éramos miles y más que eso iguales

una bala de plata en los bolsillos
crecía concomitante al sol
y de tus ojos ocasos como espadas
de noche el dolor
y el eco que lo habita aun sórdidamente

en la misma oscuridad candente
el himen de las niñas diligentes
que juraron obedecer
al naufragio de sus vestidos

Poemas inéditos


Orlando Valdez
Rosario, Santa Fe, Argentina

Sanndy Luna Morales

Mil años

Cuánto había deseado perderme en el mar de sus ojos nuevamente. Sentir cómo sus dedos entrelazaban los míos. Inviernos duros soportó mi corazón sabiendo que ella estaba junto a mí pero no podía hablarle. La calidez de sus labios me devolvía a la vida luego de 3 años de sueño obligado. Tendido en aquella cama sabía que incluso mil años de sueño, por ella, valdrían la pena.


Mi sol

El sol que se ocultaba frente a mí sería el único testigo de nuestro amor. Dulce primavera que acogía mi último suspiro, sus flores serían mi colorido lecho final. Ahora mis ojos se abrirían a un nuevo mundo inmortal, el hombre sobre mi cuello se llevaba lentamente el palpitar de mis venas en su boca. Pero lo amaba. Con gusto daría las primaveras que me faltasen por pasar junto a él mil inviernos. Ahora él sería mi sol.


Se vio en el espejo

Se vio en el espejo por última vez, lágrimas en sus mejillas, terror en su corazón. La tosca criatura respiraba hielo en su nuca. Esa noche sería su última, el juego se había transformado en realidad y ahora las risas de sus amigas estaban extintas entre un tablero de madera y velas dispersas en el suelo, muy pronto la de ella también. El olor a muerte era el perfume de aquella noche. Detrás de ella se encontraba el demonio que las había engañado. En ese momento la última vela apagó su luz.


Sanndy Luna Morales
El Salvador

Leonardo Zapata

34

Qué distantes mis notas,
sería estúpido continuar sin estrellas,
cuando la Habana,
esa lucecita en el puerto universal
es la amante indiferente
parecida al gran poema
de los amigos que se fueron,
de las novias que ya no están,
del poeta que ya no existe
cuando te miras en ese espejo
y tropiezas con ese extraño
a mitad de la ventana
y que todos confunden
con el retrato de un amor
amorosamente vivo
en el recuerdo.


35

En la planta de los pies
no hay nada oculto bajo la Tierra,
hay piedras dentro de la jaula de los pies desnudos,
la misma saliva escandalosa de siempre,
los temblores de las huellas,
la respiración apretada de la ciudad,
la mierda ciega de los pasos
y los cigarros encendidos
señales intermitentes del tumor de los dioses.


42
Renuncia poética

En aquél minuto
tu hermosura de aventura,
el beso de tus manos
escribe con dos alas imparables,
oh misterio enguantado de las estatuas
que aletean los párpados,
que miran tan lejos del orgullo de sus llagas,
hoy has vuelto santamente en el milagro pasional
como a una extraña que hospedar
en el seso de tanto pulir sin causa,
porque cuando pareces lograda te vas,
vuelves tu cabeza hacia adentro
donde vivimos cosidos,
tú en el azar
yo en mi propia garganta,
otra vez desde lejos
pidiéndote emoción palpitante,
poesía.


48

Hacer el amor en la espera del poema,
en cuidados: el azúcar,
el amarillo en cautiverio,
las hormigas de mis avaricias,
hasta ser padre de la piel de unas manos
que tienen hambre dentro de nosotros
dolorosamente,
mi instinto de penetrar
la profundidad que tú edificas
cuando abres las piernas,
la maleza de un hueco indefinible,
el último destino de la primera sed.

  
50

El periódico de ayer
en su derecho de hablar
a la vista de todos
vuela por la ciudad,
se enreda en los pies
para volver a subir
igual que antes
como una camisa desprendida
de la tendedera de la tarde,
todavía enrollado en el esqueleto
de la mano del último lector
de siempre.


Leonardo Zapata
La Habana, Cuba

Ana Romano

Ambiguo

Se acentúa en la laceración
la diferencia

Huraña muerde
y desenrolla
el carrete.


Al detener

Detuvo el trompo
y contempló
Sin despegar
y en desdén
Hundida en la mujer
¿qué anudaba?


Acertijo

En la inmediatez la elegida
señala
desolaciones

En el rito de la ingenuidad
tartamudea
silencios

Perpetúan desgarros
las miradas

Y en los umbrales
la mordaza almidonada
humilla a la muerte.


Asfixia

Oropeles engomados
en los suspiros
Olisquean
cadavéricas mordazas
en las aureolas
Es en las gargantas calcinadas
la asfixia

Las madres
bordan rituales
desangrando hijos
que involucionan
en la placenta.


Atosigar

Los guantes farfullan
entre el ámbar de los dedos
y la recolección
de los vetustos papagayos

Bocanadas de melatonina
empalman o fustigan
las hilachas

El despertador descalzo
plastifica
los ronquidos

y la almohada arponea
la agonía

¿Quién embucha
el ultraje?


Poemas del libro Expiación del antifaz. Ediciones La Luna Que. Buenos Aires, marzo 2014


Ana Romano
Poeta nacida en Córdoba. Reside en Capital Federal, Buenos Aires, Argentina

Sixto Cabrera González

Panolistli *

Piltontli moyolkokojtinemi iuan nemi ichtakatsin,
tlampa tonatiu, ojpitsauakej
kemi atsonkali.
Mayantinemi iuan i ikxipan
ik tlatlaixtli panotinemi Matlalkueyotl.
Amo kimati tlajkuilos ipan iyolo,
san kimati tekolchiuas
iuan kejkemanti, uitstoka
iuan xochiarujas kiololoua.
Kuitlapan kokoltiuits ka yolilistli,
ualika se kuajtlanapalol,
se xochinapalolistli,
sekime tlakilotl,
sekime temiktij pampa tlanemakoyan kimaijitos.
Mokuepa,
tlejkotiuits san Auakatlajapan
iuan kikuitlapanmama
intlikonexyo ikniuan yomike.


Travesía

El joven camina triste y en silencio,
recorre bajo el sol, veredas
que semejan la cabellera de agua.
Deambula hambriento y descalzo
por las laderas de Matlalkueyotl.
No sabe escribir en la tabla de su alma,
sólo sabe de hornos de carbón
y a veces, planta cardos
que cosecha rosas.
Trae en su espalda cicatrices de la vida,
un manojo de leña,
un ramillete de flores,
unas frutas,
unos sueños para venderlos en la plaza.
De regreso,
trepa la sierra por Auakatlajapan
y lleva en su espalda
las cenizas de sus muertos.


* Poema en náhuatl, mención especial en la convocatoria del XXX Premio Mondiale Poesia Nosside, en Regio Calabria, Italia


Sixto Cabrera González
México

Cristina Villecco

Luisa

     Era un caluroso febrero en Bahía. Luisa, sin embargo, temblaba. Se casaba con Pancho, su gran amor.
     Los dos eran del mismo pueblo, Robbio, en Pavia, en la lejana Italia. Habían llegado a la Argentina en el mismo barco, y con el mismo sueño. Pero entonces aún no se conocían. Sus familias coincidieron en la decisión de partir hacia América. Y por esas cosas del destino, ambas familias, después de un tiempo en Buenos Aires, partieron hacia Bahía Blanca, donde consiguieron un trabajo más estable. Los jóvenes, Francisco y Luisa, se conocieron allí, presentados por amigos.
     Mientras Luisa caminaba hacia el altar, recordaba su infancia. Hacía muy poco tiempo que jugaba como una nena, y ahora pronto sería una mujer, la mujer de Pancho! La asustaba lo desconocido, la responsabilidad de manejar una casa propia, formar una familia.
     Francisco la esperaba nervioso, incómodo dentro de su traje nuevo, aunque lo disimulaba bastante bien. Es que los hombres no deben mostrar debilidades; así le habían enseñado su padre, sus tíos y sus hermanos mayores. A él también le preocupaba la responsabilidad que le cabría en esta nueva etapa.
      La ceremonia y la sencilla fiesta pasó para ellos como en una nebulosa. La disfrutaron los demás.
    Pasaron los años. Francisco se afanaba cada día trabajando para mantener no sólo a su esposa sino también a su madre y hermana. Siempre tuvo la ayuda incondicional de la dulce Luisa, que contribuía a la economía, cuidando al máximo lo poco que tenían. Las noticias de la guerra en Europa alteraban cada tanto la rutina de esa casa de trabajadores inmigrantes. 
    Después de muchas penas y alegrías la parejita logró la estabilidad emocional necesaria para poder disfrutar de la vida conyugal. Luisa superó sus temores; fue un ama de casa excepcional.
     Tuvieron varios hijos, hasta que el nacimiento de un bebé, en un nuevo aniversario de su casamiento, los hizo cambiar de rumbo: querían para él otras oportunidades.
   El nuevo destino era un lugar turístico; el lugar turístico por excelencia. La Ciudad Feliz. Y allí creció Emilio, amorosamente cuidado en un hogar humilde pero pujante.
    Cuando Pancho se fue, tan joven, Luisa se dedicó con todo esmero a mimar a su nieta favorita.
..................................................................
Luisa hoy teje, sumida en sus recuerdos. La nena sentada a sus pies la contempla con admiración, aunque cada tanto suspira, como queriendo llamar su atención.
-¿Qué hacés, nona?
-Un chalequito para vos, Patri. ¿No te había dicho ya?
    Nuevo suspiro.
-¿Y es difícil eso de tejer?
-Depende. ¿Por qué preguntás?
-Quiero saber si podemos charlar mientras hacés mi chaleco.
-Sí, claro que podemos.
-Entonces contame otra vez cómo conociste al nono.
   Ahora es la bella anciana la que suspira. Todavía le duele la partida de su hombre. Se le escapa una lágrima que trata de disimular. Patri igual se da cuenta, se levanta y la abraza. Acaricia su pelo blanquísimo, la besa. Pronto logra que la nona vuelva a sonreír, y comience con la historia.
A mí no me dejaban ir a bailar todavía. Hasta los quince no se podía por ese entonces. Mis primos querían presentarme a un amigo. Un día me avisaron que iban a ir a mi casa con Pancho. Y vinieron, aunque mis padres, tus bisabuelos, no estaban de acuerdo con que tuviera novio. Decían que era muy chica. Que había que esperar. 
Apenas lo vi me gustó. Era muy formal, alto, muy elegante. Me dijo que se llamaba Francisco, que no le gustaban los apodos. ¡Y yo le había dicho Pancho apenas llegó!
-¿Y después qué pasó? -quiso saber la pequeña Patricia, aunque había escuchado el relato innumerables veces.
   Luisa hablaba con más y más pasión. Cada tanto Patri volvía a interrumpir para preguntar qué había pasado luego. Y la nona, una vez más, aunque sin algunos detalles que se reservaba, y con palabras sencillas, le contó. Le contó que, con el correr de los días, Pancho fue interrogado por los futuros suegros como si fuera sospechoso de algún crimen. No, Luisa eso no se lo dijo a la nena; pero lo pensaba.
Se reservó para ella cuestiones que inquietarían a su nieta.
-Era un caluroso febrero en Bahía, Patri. Yo, sin embargo, temblaba. Me casaba con tu nono, mi gran amor.


Cristina Villecco
Nació en la Ciudad de Buenos Aires. Reside en Mar del Plata, Buenos Aires, Argentina

Lydia Pistagnesi

Cimarrón azabache

        Cimarrón azabache,
  invisible en noches sin estrellas.
Corriendo cielos galopando nubes
      perdido en la tormenta
      en tu afán de progreso
El calendario fue marcando fechas,
        madrugada de sueños
          mediodía de batalla
                atardecer…
                 ¡Caída!

            Dolorido, triste.
            Fuerza interior.
            Orgullo herido…
  Te levantaste, débil aun
     luchaste sin descanso.
   La voluntad fue tu aliada
     ¡Venciste al destino!
        En este cambio,
      busca en tu corazón.
  la causa que produjo tu caída.

 Si los recuerdos afloran a tu piel,
           Piensa, atesora.
Recuerda la niñez, a nuestros padres
    y sus sombras protectoras,
             sus enseñanzas.
¡Aquella casa donde fuimos tan felices!
   Allí donde guardamos tantos sueños,
No permitas que pretendan pisotearlos……………

          ¡Sólo tú eres el dueño!


En alas del viento

En alas del viento
viajan mis palabras
escondidas
en rincones de mi alma
Hoy soy rosal en flor
perfumando sensaciones
Siento tu boca
recorriendo mis rincones
enloquecido de pasión.
¡Pero vendrá el adiós……
Toda yo, estaré
vestida de misterios,
y en esa ceremonia
de secretas pisadas,
trataré de atrapar
al sol unos instantes,
para después,
aferrada a un espejo roto
llegar hasta otra orilla
mirando desde allí,
como se borra
tu figura desgarbada………

¡Perdiéndose en la noche de mi alma!


Homenaje a la Mujer

Una mujer es ángel porque en la plenitud del pensamiento, lucha como una leona por el hombre que ama.

Una mujer es luz en amaneceres distantes, por el esplendor que refleja su sonrisa cuando acaricia al hombre que ama.

Una mujer es Universo, porque en su vientre, germina la semilla de la humanidad.

Una mujer es profeta, porque ve más allá de las espectrales sombras, al peligro que se acerca con silenciosas pisadas y amenaza su felicidad.

Una mujer es fidelidad, porque en los altares del crepúsculo se consagra al milagro del beso.

Una mujer es flama, porque en las ceremonias del fuego, agasaja a su familia preparando la mesa del alimento diario.

Una mujer es campo florecido, cuando en tálamos mullidos escribe caminos de deseo.

Una mujer es fuente bautismal, es hija esperada, es niña mimada, es adolescente inquieta, es esposa enamorada, es madre ejemplar, es abuela ternura, encendiendo esperanzas en el corazón de aquéllos que ama, y es recuerdo cuando parte, pero permanece en espíritu, para proteger a aquéllos que tanto ama……………


Llegaste a mi vida

Llegaste a mi vida como un torbellino,
yo era un lago manso, tranquilo, sereno.
Fuiste recorriendo lento sus orillas,
buceaste en sus aguas te adentraste en ellas
En ese momento llegó una tormenta,
cruzó como un rayo el límpido cielo,
y el lago dormido, convertido en fuego,
se abrazó a tu cuerpo, vibró en tus latidos.
Y fuimos entonces un mismo destino,
compartiendo vida, soñando momentos.
Este sentimiento, tan fuerte, tan nuestro
se va agigantando, crece sin medida.
Y si estamos juntos, ¡se nos borra el tiempo!
no existen palabras en nuestros encuentros,
Sólo son miradas, sólo son silencios…

     ¡Y somos nosotros, en el Universo!


Lydia Pistagnesi
Banfield, Buenos Aires, Argentina