miércoles, 1 de agosto de 2018

Adriano de San Martín


20.

Ciudades de cabello largo desmelenado
sobre espaldas de animales a la hora del grito.
Baterías y guitarras de polvo blanco
en garajes y ciegas avenidas de mercados
con silencio de trompetas,
golpe de metralla por los costados.

No logro dibujarlas:
ciudades rojas de arena en el viento
con cadenas de tiempo empozado,
alcohol roto en las azucenas,
hierba chamuscada por los bulevares,
resaca de transeúntes cadavéricos.

Ciudades de mi centro a la hora del crimen,
bandas de puñales en la noche carnicera
con multitudinarios y rancios aromas,
e hipocondría de soles municipales.

21.

Ya sé cómo y cuándo ciudad
he de sacrificar la mariposa abierta de tu vulva
sobre los féretros.

Lo sé maldita ciudad de cuervos,
luna encirculada en su propia sangre
con sus poetas pordioseros.

Lo sé eterna vecindad del cobre.

¡Lo sé!

Hay una palabra despierta en tus calles,
en el ensueño de cervezas enmohecidas.
Y un rumor creciente de orquestas
sobre la madrugada de yodo
que aúlla, espanta, nos aguarda,
siempre allí en el último recodo.

22.

Amanece la luna con traje hindú,
danza del vientre, tambores de capoeira
por la cadera ácida del aguardiente.

En la gran mazmorra desconfiamos uno del otro
como centro del trébol antes del ataque:
mara con capucha, chapulines del 18;
cadena del itinerario en el tatuaje viscoso
con cantantes de punk y moco de gorila
ante el personal por las vías salobres del enlace.

Rugen los metales, ladran las cuerdas, sudan las jackets.
Entre guitarra y batería cabezas rapadas,
estruendo de pinchadiscos y crakers
con su concierto de lenguajes minerales.

En el combate la música no es lo importante
sino la sangre y el rap de músicos viscerales,
sus gestos, vómitos, el ritmo, la síncopa de las arañas.
El batir de glúteos y pechos seminales, las patadas
en la noche sospechosa de luz negra,
más blanca que la blanca, ya sin jaguares,
nacientes, sembradíos, pájaros, árboles.

23.

Acá la danza no es el compás
sino el bramido de las tabernas,
la precariedad del escribiente,
la obertura vaginal de la tristeza.

Aquí en los balcones de ropa tendida
se olvidan el sax y las trompetas, los timbales,
las pinceladas de los cerros donde la gente sacude y sacude
con la enfermiza manera del suicidio a mitad de la fiesta.

Alrededor de la hoguera de los inmigrantes
sucede la verdadera danza de trapos multicolores
al asalto del cielo que les prometieron, ambivalente,
séptico, desechable, disoluto, amputado, vacío.


Poemas del libro del autor: Caza del poeta

Adriano de San Martín
San Carlos, Costa Rica

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