20.
Ciudades
de cabello largo desmelenado
sobre
espaldas de animales a la hora del grito.
Baterías
y guitarras de polvo blanco
en
garajes y ciegas avenidas de mercados
con
silencio de trompetas,
golpe
de metralla por los costados.
No
logro dibujarlas:
ciudades
rojas de arena en el viento
con
cadenas de tiempo empozado,
alcohol
roto en las azucenas,
hierba
chamuscada por los bulevares,
resaca
de transeúntes cadavéricos.
Ciudades
de mi centro a la hora del crimen,
bandas
de puñales en la noche carnicera
con
multitudinarios y rancios aromas,
e
hipocondría de soles municipales.
21.
Ya sé
cómo y cuándo ciudad
he de
sacrificar la mariposa abierta de tu vulva
sobre
los féretros.
Lo sé
maldita ciudad de cuervos,
luna
encirculada en su propia sangre
con
sus poetas pordioseros.
Lo sé
eterna vecindad del cobre.
¡Lo
sé!
Hay
una palabra despierta en tus calles,
en el
ensueño de cervezas enmohecidas.
Y un
rumor creciente de orquestas
sobre
la madrugada de yodo
que
aúlla, espanta, nos aguarda,
siempre
allí en el último recodo.
22.
Amanece
la luna con traje hindú,
danza
del vientre, tambores de capoeira
por
la cadera ácida del aguardiente.
En la
gran mazmorra desconfiamos uno del otro
como
centro del trébol antes del ataque:
mara
con capucha, chapulines del 18;
cadena
del itinerario en el tatuaje viscoso
con
cantantes de punk y moco de gorila
ante
el personal por las vías salobres del enlace.
Rugen
los metales, ladran las cuerdas, sudan las jackets.
Entre
guitarra y batería cabezas rapadas,
estruendo
de pinchadiscos y crakers
con
su concierto de lenguajes minerales.
En el
combate la música no es lo importante
sino
la sangre y el rap de músicos viscerales,
sus
gestos, vómitos, el ritmo, la síncopa de las arañas.
El
batir de glúteos y pechos seminales, las patadas
en la
noche sospechosa de luz negra,
más
blanca que la blanca, ya sin jaguares,
nacientes,
sembradíos, pájaros, árboles.
23.
Acá
la danza no es el compás
sino
el bramido de las tabernas,
la
precariedad del escribiente,
la
obertura vaginal de la tristeza.
Aquí
en los balcones de ropa tendida
se
olvidan el sax y las trompetas, los timbales,
las
pinceladas de los cerros donde la gente sacude y sacude
con
la enfermiza manera del suicidio a mitad de la fiesta.
Alrededor
de la hoguera de los inmigrantes
sucede
la verdadera danza de trapos multicolores
al
asalto del cielo que les prometieron, ambivalente,
séptico,
desechable, disoluto, amputado, vacío.
Poemas del
libro del autor: Caza del poeta
Adriano de San Martín
San Carlos, Costa Rica
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