viernes, 26 de julio de 2019

Editorial


Revista literaria con voz propia nº 88

Julio de 2019

Propietaria – Editora – Directora: Analía Pascaner

Publicación creada en noviembre de 2006
Distribución y publicación gratuitas
ISSN 2314-0275

  
Sé agradecido por lo que venga, porque cada cosa ha sido enviada como una guía desde el más allá.
Rumi



Poemas de Robert Frost

El peligro de la esperanza

Es justo allí
a mitad de camino entre
el huerto desnudo
y el huerto verde,
cuando las ramas están a punto
de estallar en flor,
en rosa y blanco,
que tememos lo peor.

Pues no hay región
que a cualquier precio
no elija ese tiempo
para una noche de escarcha.

Arrobamiento

La lluvia le dijo al viento:
-Empuja tú que yo azoto-
y tanto hirieron el soto
que de las flores altivas,
doblegadas pero vivas,
yo sentía el sufrimiento.

Robert Frost. Estados Unidos, 1874-1963


Si la única oración que siempre dices en toda tu vida es gracias, será suficiente.
Meister Eckhart

  
Revista literaria con voz propia
Inscripción Registro: ISSN 2314-0275
Propietaria: Analía Pascaner
San Fernando del Valle de Catamarca
Catamarca – Argentina


Sé tú mismo. Los demás puestos están ocupados.
Oscar Wilde

Autores publicados


Revista literaria con voz propia nº 88
Julio de 2019
Autores publicados en esta edición: 


Autores publicados desde inicios de la revista con voz propia:

Revista literaria con voz propia
Publicación y distribución gratuitas
ISSN 2314-0275
Propiedad, dirección y edición: Analía Pascaner

Julia Burguener


Soy el río

Soy el río.
El mismo viejo río
que marcha inmutable por su rumbo.
El que lleva entre el verde de los camalotales,
retacitos azules de cielo florecido.
El que a veces desborda
y arrastra en las crecientes, 
embalsados que esconden el peligro:
la amenaza de muerte, 
el veneno enroscado
como raíces que enredan su misterio
en la profunda oquedad del egoísmo.
Soy el río.
El mismo viejo río que lleva el agua nueva.
El que besa la costa
con leves marejadas ataviadas de espuma.
El que ostenta en la cresta de su piel reluciente,
diamantinas estrellas;
cristales de la luna;
espejos de la rosa que amanece;
la transparencia vigente 
en la inmensa claridad del día.
Soy el mismo río que acuna y acaricia
las pobres canoas pescadoras
por siglos silenciosas.
Por siempre esperanzadas.
Siempre ajenas…
Siempre mías.


Después de la crecida

Después de la crecida
que arrió árboles, casas, esperanzas…
ahora corre manso el Uruguay.
Amainó su enloquecida correntada.
Iba en busca de un sueño perfilado
en el lejano y ostentoso río de La Plata.
Bramaba todo rojo
con un manto de oleajes y maderas
que lloran todavía
por las vidas que en la costa,
de cuajo les fueron arrancadas.
Queda al descubierto la tristeza
de quienes todo lo perdieron.
Están descalzos de ayuda y de esperanzas.
Mientras tanto,
enarbolan sus ojos a la altura 
Se quedan prendidos al silencio
de otras copas cimbreantes, solitarias.  
Se aferran a la fe.
Aprietan a sus hijos sobre el pecho
y por ellos, saben
que deben comenzar de nuevo.


A contramano

En la fachada, una sonrisa falsa
o un esporádico gesto solidario.
Van por la vida
hiriendo; a contramano.
Y aunque uno no los busque,
aunque uno se aparte de su siniestro camino,
han de encontrar la forma,
tal como se encierran en su círculo viscoso,
de salpicar su entorno,
destilar veneno,
tirar sus piedras,
sembrar odios,
inventar relatos,
abrir grietas…
hasta vernos caer
involucrados
o vencidos.


Del libro de la autora: Amaneciendo. Poesías
Julia Burguener
Villa Ocampo, Santa Fe, Argentina

Norma Dus


El minero

En el túnel liso y callado
tu mente doblega heridas.
Conjunción de silencios y figuras
eres artífice en el trajín
de ordenar dulzuras y amargores,
donde le rescatas el diamante
al puño del carbón.


Peregrino

En rojas lunas
amanecidas de ceibal
urde el peregrino
la oración entre sus dedos.

Va su imagen
por las rutas del perdón
en la siesta
mecida entre el sauzal.


Pampa

Parte vertical un relámpago
el lomo del horizonte
eriza el aguacero
la piel de la laguna
y una gratitud sedienta
se levanta
de la herida reseca de la tierra.

Todo es tan fugaz
que no logra el campesino
aprehenderle la esperanza
a su apero.

Agria frustración
de la cosecha que se lleva la tormenta.


Si tengo paz

Dejo al viento
traslucir la ternura
cuando
acariciando despeino al niño
logro que el miedo
doblegue su lomo a la corriente
y así
libero fantasmas.


Del libro de la autora: El rayo. Inédito

Norma Dus
Poeta de Concepción del Uruguay, Entre Ríos. Reside en San Carlos de Bariloche, Río Negro, Argentina

Emilio Núñez Ferreiro


Hombría de bien

   Soy el único varón en una familia de mujeres. Recuerdo que papá, tal vez por su estúpido machismo, decepcionado porque después de mí vinieron al mundo la chorrera de seis mujeres, se le dio por intoxicar su hígado bebiendo lo que encontrara de licor, y ya hace más de siete años que en cierto modo tomé yo las riendas de esta casa.
    No es fácil, les aseguro. Al maldito Alzheimer de mamá lo voy piloteando como puedo. Es bastante difícil convencerla que no soy su esposo cuando por las noches se aparece en mi habitación ávida de ternura.
  Más trabajoso aún es tenerlas bien cortitas a mis seis hermanas. A las mayores por las hormonas, estrógenos y testosterona que las tienen en vilo sin poder, gracias a mi carácter y a la obligación moral que tengo a que no caigan en la tentación del descarrío y a las más chicas por haberse tomado muy a pecho la edad del pavo, mejor dicho de la pava.
    Pero ya saben. Lo tienen claro, conmigo no se jode, y mucho menos los viernes a la noche, cuando viene a pernoctar conmigo Pablito, mi novio.


Emilio Núñez Ferreiro
Escritor de Barcelona, España. Reside en San Antonio de Padua, Buenos Aires, Argentina

José Antonio Cedrón


Preguntaba a tus manos que aún me alcanzan
como árboles perdidos por los días
que atraviesan las ramas con silbidos/
cruzan huellas/ montañas hasta llegar al agua
que regresa/ entran por la cortina/
anotician al mimbre de las sillas
y suben por tus hombros abandonados/
tu cabeza inclinada como un cristo
sobre la almohada roja/ que de cierto no es roja/
y tu pelo en crescendo me protege en la orilla
de las olas más altas/ tu espalda que da al mar/
tu empuñadura inserta en el temblor que somos/
va a golpear en las rocas/ que estallan
se desvisten y arrastran a su paso
arena piedras sal de otros pasados/
el agua es la que vence/ el agua es ofensiva/
su movimiento besa la derrota en el cuerpo
a vencer/ así me mojas/
ahora y en la hora en que sea sorprendido
por tu aliento agitado en esta única vida/
que con tantos sinónimos te nombra.

San Juan del Sur, Nicaragua

*  *  *

Monólogos con Ella
(ejercicio para un bolero)

Esta noche o mañana, si no quizás pasado,
vamos a estar juntos.
Vamos a izar bandera y a temblar el silencio,
que es la mejor manera
de una mujer y un hombre para decirse todo,
tocarse lo que falta en lo callado
y en cada giro leer lo que abrevian las manos.
Y vamos a bailar (aunque nunca lo hacemos)
la música que a veces.
Esa ilusión que sabes, en cuerpo y en palabras,
capaz de atar los ruidos
que golpean las puertas desde adentro
para llevarse todo, y poco para tanto
de aquello amplificado en el desorden.
Por eso estamos solos entre las dos orillas
bajo la superficie que la verdad defiende,
respirando.
Y vamos a robarle las agujas al tiempo,
a tu tiempo y al mío, que entonces esperaba
en esa sombra quieta, donde estuve sin vos.
Te lo prometo.


José Antonio Cedrón
Argentina

Adriano de San Martín


El sol penetra por las delgadas oberturas de la persiana.

Con sus aladas cuchillas permite un aroma a caracolas,
medusas, arena húmeda, madréporas, salinas del arrecife.

La luz adquiere un tono rojizo como naranja púrpura
esparciendo sus arrebolados, agonizantes gajos.

Y con el resplandor el mar inunda el espacio donde floto
y refloto. Nado acompañado de libros y tecnologías
para diagramar imágenes, esparcir y escuchar melodías.


*  *  *

Por ello mirar hacia dentro es igual que asomarse 
a ventanas abiertas en Amherst. Baltimore. La Habana.

Ventanas secretas del tiempo interno clausuradas ahora
en difíciles, agitados tiempos. 
         Es invierno, al final, siempre. 

En principio carecemos de misterio, de nosotros mismos, del Verbo.

Pero hay que decir. Imaginar. Escribir. Te espero. Te amo. 
O desnudarnos. Acariciarnos. Sentirnos de algún modo.

Son difíciles estos tiempos sin la verdadera voz del Templo.


*  *  *

Un perro negro se sacude por dentro. 
Despierta.
Cancerbero furioso desencadenándose.

Can que ladra día y noche.
Aúlla.
Nos ensordece y adormece.

Nos despierta con sus garras
sobre puertas y paredes. 
Con sus estupendas fauces.

Amado y salvaje canino, 
compañero fiel,
crítico implacable.

Animal que siempre 
nos sorprende,
salta, desgarra, ampara
y nos contiene.


*  *  *

Por eso adentro. Hacia dentro. Avanzamos.
Hacia donde galopan los caballos de la tormenta íntima.
La memoria dispersándose por milenios de milenios.
Los cuatro jinetes cósmicos con sus batallones suicidas.

Porque acá se ausentan nuestros hijos. Los descendientes
no fueron sino imágenes en el plexo del deseo.

Hijos/raíz de las plantas de luz con el otro rostro.

Los amaba porque pudiesen volar tierra adentro.

Mas confío en mis ancestros. Los guías espirituales.


Por este alambicado túnel la luz acarrea su misterio.


Del libro del autor: Bosque adentro

Adriano de San Martín
San Carlos, Costa Rica

Norma Etcheverry


La pasión

Más tarde, los fríos cortantes del invierno calmaron mis ansias. Por las noches, ocupaba largas horas de insomnio en mirar la luna. Abría de par en par los ventanales para helar mi sangre. Ya no sentir esa sed, ese desgarro feroz, feliz, fatal.


El insomnio

Nunca antes supo de noches tan largas, de caminatas en círculo por la cocina de paredes blancas. Inexorablemente llega la madrugada y la encuentra en la pavura de no poder conciliar el sueño. Se parece a un estado de vigilia contra la muerte, piensa. Hace café, a veces toma algo fuerte. A veces fuma, y ojea páginas de libros abandonados antes. Se dice ya no pensaré, ahora, al acostarme de nuevo, ya no pensaré. No recordaré sus palabras, no volveré a decirlas. Antes de volver a zambullirse en la tibieza de las sábanas, espía por el ventanal que da hacia el patio donde crecen los ciruelos. Una luna redonda se recorta en lo alto, tan alto que ya ha cruzado el cielo. Pronto será el día. Dormiré, dormiré, se dice. Ya no pensar. Y al principio, algo como una sensación de entrega, el frío, el sueño, el alcohol en la cabeza, la llevan hacia una geografía de lo leve. Sí, ahora sí, dormiré. Pero entonces, por algún resquicio otra vez se cuela un pesar, un silencio hecho de hendiduras y momentos rotos… imagina historias donde son felices y son historias tan bellas que entonces no quieren terminar, no terminan, y ya es otro día. Un alivio, un terrible cansancio y un alivio, porque ya es el día y otra noche más de insomnio que pasó por fin.


Los intérpretes

Descripto por Shakespeare, la inundación habría arrasado con todo y solo hubiera quedado la gran desolación. Según lo imagino, prefiero a Chéjov: Cuando pasó la inundación, el viento del Norte sopló, secó la tierra, y el sol trajo de nuevo cada cosa a su lugar. Volvieron a crecer los brotes y las rosas florecieron.
  
Del libro de la autora: la vida leve. Ediciones La Carta de Oliver, noviembre 2014
Norma Etcheverry
La Plata, Buenos Aires, Argentina

Cecilia Glanzmann


Soy

Soy un hilo de agua hecho torrente
exterior y subterráneo,
soy corriente alfarera del granito,
soy grano de arena del todo inacabado.
El agua es casi el todo
y el hilo todo voz mordiendo el universo
es casi nada.
Y soy.


Redención

Que el holocausto no retorne para nadie.

No hay holocausto
si no se ciega el ser ante la energía de la Luz
la única
para la redención de todos.

No hay holocausto, me digo
si no lo permito.

Los peldaños en ascenso se hacen más y más visibles.
Corazón y mente juntos.

No al holocausto
desde la conciencia alerta.


En Península Valdés

Admirados, asistimos a la actuación de los gaviotines y de las pardelas.
Es un vuelo ritual. Como un vuelo sagrado.

Coreografía de espuma y viento
los gaviotines zambulléndose
en remolinos de nácar
con el oleaje de la bajamar.

Remolinos de vida
en explosión
respondiendo a las tropillas de arenisca
que a zancos por la dura playa
avanzan con el Padre Viento.

Sinfonía de cantos de los pájaros,
pura melodía
y  nosotros, rezando, en alabanza,
y  en silencio.

Como nubes ligeras pasan, acariciando la tierra hacia el mar, las vestiduras de arena del viento, en este recodo patagónico atlántico. Un paisaje egipcio, como un mundo paralelo, aquí, en Península Valdés.

Como nubes ligeras pasan, susurrando mantras, en vibraciones tehuelches y mapuches, en ondas que se expanden, planetarias.

La creación creándose  nos mueve a la plegaria.
En alabanza y en silencio.


Del libro Abedul pródigo. Obra escogida por la autora. Edición: El Piche Cartonero. Año 2018. Prólogo: Sergio Pravaz

Cecilia Glanzmann
Nació en Bell Ville, Córdoba. Reside en Trelew, Chubut, Argentina

Jaime Icho Kozak


¿Quién va allí?

Amor, amor, entre tus piernas y mi piel me encuentro.

¿Y quién va allí, con quién me descubro?

Transgresor, hambriento, místico… quién es aquél?

¿No es extraño que saque mis fuerzas de un dios ancestral?

¿Qué es un hombre en realidad?

Cuanto yo señale como mío,
tú señálalo como tuyo,
no pierdas el tiempo escuchando palabras huecas.

Sé pocas cosas…
ni siquiera he leído los libros cabalísticos…
mi cerebro es imperfecto…

Soy viejo y todo me parece un gran enigma.

La filosofía y las profundas especulaciones
ya no me impresionan ni aturden.

Hay muchas puertas por las que no he sabido entrar.

Sólo alguna vez, por el resquicio de mi llanto,
he vislumbrado luces y luego he escrito
acerca de lo que no conozco.


Alrededor de tus ojos

Alrededor de tus ojos
está permitido imitar sueños,
sublimar arrabales del pensamiento
donde algunos filósofos son devorados
por sus propias entrañas.

Allí ciertos niños han encontrado
pequeñas golondrinas con muletas,
que sabían pronunciar la palabra amor.

Torres de vigía, alertas
bajo emblemas de guerra
y grandes mandiles de cuero,
como vestidos imperiales
para infinitamente modelar,
inmanentes vientres templados
en confabulaciones perezosas.

Escucha: yo soy aquél muchacho
saliendo del fondo de tus ojos,
desde labios como soles dejando huella.

No hay espejos en nuestro pequeño mundo
que refleje ni copie sin multiplicarse,
ni ternura sorda que se resuelva
en sedimentos de oleadas sanguíneas,
iluminando tu carne, inaccesible.

En ciudades desbordadas
y vacilaciones nacarinas, vigorosas
al trasluz, trémulos atardeceres
a orillas de lo imposible,
rompen ilusiones de destierros,
cabezas anónimas
bajo formas puras,
que me habían asesinado.


Jaime Icho Kozak
Madrid, España

Osvaldo Hueso


Las manos de mi madre

Las raíces, que se extienden en sinuosos caminos, como buscando por ondulados recorridos, extraerle a la tierra una pequeña parte de su eterno poderío, y transportar su savia hacia plantas, flores, frutos, alimentos, son las manos de la tierra. Y es nuestro cuerpo el que se funde en las entrañas de la tierra luego de nuestra muerte, para que minúsculas raíces transformadas en manos lo reciban, lo contemplen, lo acunen en su último sueño, como protegiéndolo de sus desventuras terrenales o bien acunando el recuerdo de sus alegrías. Son las que pacientemente transforman en savia esa forma terrenal desprovista ya de su alma que seguramente en el cosmos se hospeda, quizás para fundirse en el tiempo en otro ser y realizar nuevamente el misterioso y doble camino de la mortalidad y de la inmortalidad. Mientras estos pensamientos recorrían mi mente, me encaminaba hacia el cementerio de mi pueblo donde descansaba mi madre, desde hacía dos años. Ya anochecía y estaba a punto de completarse el horario de cierre del camposanto, cuando por el desparejo piso de baldosones, me acercaba lo más rápido que me permitían mis cansadas y doloridas rodillas. Mi madre había fallecido luego de ochenta y nueve años de lucha y tormentosa vida con pocas alegrías y muchas tristezas, y yo tenía ya los setenta cumplidos. Era la tercera vez que volvía a ese lugar y sentía que eran muy pocas las visitas realizadas a su tumba. A medida que me acercaba, mis también cansados ojos comenzaron a distinguir una tenue luz que partía desde la tierra y parecía dibujarse en extraña figura. Adjudiqué en un principio mi observación a un reflejo que pudiera partir del mármol de la lápida, confundiéndose con los últimos y tímidos rayos solares y le resté importancia. Sin embargo, a medida que me aproximaba, la débil luz del principio se acentuaba, y ahora ya más cerca parecía tomar alguna forma y hasta un color suave, un celeste con tonalidades más oscuras llegando en algunos bordes a un azul profundo. No podía detenerme y sobreponiéndome a mi asombro proseguí acercándome. Ya no tenía duda que procedía de la tumba de mi madre. El extraño sortilegio me llenaba de curiosidad y asombro. No soy supersticioso pero una situación así, en un cementerio y al anochecer, crea inquietud. Continué acercándome y ya a tan solo un paso de la tumba de mi madre, la figura comenzó a envolverme. Soy católico, no muy practicante de los ritos y costumbres de mi religión, acostumbro concurrir a misa en contadas ocasiones. Debo confesar que solamente cuando algún problema me aqueja me acuerdo de la virgen de Lourdes y a ella me dirijo con ruegos para la solución de mis problemas. No comprendía qué estaba sucediendo, pero increíblemente no sentía temor. Más bien una sensación de paz y hasta de seguridad me amparaba, dentro de esa nube que me recubría, que me protegía y brindaba todo el sosiego que mi mente y mi cuerpo necesitaba por los sufrimientos acumulados. Me dejé envolver y me dirigí a mi madre como si ella me escuchara, y quizás lo hacía, porque a medida que hablaba, parecía que esa nube comprendía mis palabras y las trasmitía. Y hasta me pareció percibir su voz a través de ella respondiéndome. Así estuve un rato con mi madre en su tumba recordando hechos ocurridos felices e infelices y me pareció que ella perdonaba mis desaciertos. Había llegado ese anochecer al cementerio con una carga en mi conciencia y ahora sentía alegría en mi interior y estaba seguro que la nube que me envolvía, eran esas raíces transformadas en las manos de mi madre, que desde su descanso eterno me amparaba y me perdonaba.

Osvaldo Hueso
Morón, Buenos Aires, Argentina

Leo Lobos


La verdad miente
la verdad
es un lenguaje que ha perdido la memoria
es un pato verde que salta
al cielo
y grita como yo
pato salvaje que
miente
como


A límite humano
a mazmorra, a cárcel a ciudad abierta
huele aquí
lavamos nuestros rostros
maldecimos después de llorar
y en procesión lenta
nos enterramos uno a uno
como si algo de nosotros
descansara en esos
minutos repetidos
repetidos
repetidos


Los árboles serán
barcos
casas navegantes
papeles
que llevarán
letra muerta impresa
sobre sí
océanos, nubes poderosas
lluvias eléctricas
tierra
árboles
serán


Otra vez le leí
colocó un puñado
de letras oscuras y bellas
sobre el papel
como un rostro
pálido iluminado
por sus ojos
las páginas
miraron
por
él
otra vez


Es decir, prácticamente
aprendemos a no hablar en lengua alguna a
los perros que circundan los hoteles
aprendemos a ser
invisibles
a la luz,
aprendemos a no ser turistas
es decir, prácticamente
a no ser nada


Leo Lobos
Santiago, Chile

Manuel Serrano


El tiempo

Mis dedos se aferran
a una pared
llamada tiempo.
Huele a mar.
Se oye el rumor sordo
de pequeñas olas
tocando la playa
y regresando,
dejando espuma bordada
en la arena oscura.
Alguien me llama…
Oigo mi nombre,
a lo lejos…
Desgarro la pared
Te encuentro allí,
en el mismo lugar
que te conocí.
Quiero alcanzarte
pero la pared
vuelve a cerrarse…
Mis uñas arañan
una pared
llamada tiempo.

I

Aspiró el frío,
Húmedo,
Aire impregnado
De nostalgia
Del otoño.

II

Caía marzo,
El calor afloja
Al atardecer
Y la luz comienza
A envolver el cielo
En una gasa suave
De oro líquido,
De oro pálido,
De oro templado,
Y tierno,
Que anuncia un otoño
que va asomando.

III

El otoño despojaba
lo que quedaba del bosque
Calvos los árboles
desnudos de pasiones

El cielo plomizo
ocultaba la luz
De las ramas vacías
pendían las lágrimas del frío

El chopo nervudo
privado de color
me ha recordado
que calla el clamor

Cuando el tiempo pasa
y paras para mirar atrás
ves el camino pasado,
recuerdas lo olvidado

Miras al frente
ves los árboles oscuros,
sientes el frío
de un invierno seguro

IV

El otoño
anunciaba frío,
mi corazón vacío,
hojas cayendo al río…


Manuel Serrano
Valencia, España

Juan Carlos Miranda


3. Iridiscente
Rodeado de un círculo dorado, el espejo mantenía la escena inmóvil, como si en su ojo fuera eterna…
La máquina de escribir es un cuerpo destruido por el cuerpo lumínico de Neville, las páginas recrean el autorretrato de la luz equidistante. El mar perfora la sombra de las letras, detrás del escenario sin dimensiones habita una mujer giganta como la ola de la danza invernal.
Ecos diluidos en el vacío de la música. Fosforescente líquido el aguaje profundo de la osamenta que baila en el destierro de luz y sombra. Qué es el mar. Quién es el naufragio. Cómo se puede bailar bajo el agua oscura del desierto.
Tridente lastima la superficie dorada de la ola. Soy la ola que inunda la esfera.
Te espero desde el humo de tu cigarro enloquecido.
/Luis decolora la voz de Neville.
Penetro esa gota de sangre que flota sobre la colina, la herida que se abre ante nuestros ojos como un espantapájaros que traga nidos y enjambres de moscas, el rastreo del zumbido sobre la hierba dorada, exhausta, sus pasos lánguidos, inconformes, esquivos, la gran bestia que mira patear todo esto es la poesía dice Luis con voz de usurero en el diván de un hotel de mala muerte, con su mordida tritura la tristeza de saber que las palabras carecen de tiempo, ritmo y espacio, que las herramientas del actor ya no son cuerpo, voz y metáfora, que la cuarta pared se derrumba en la nada, y que todo intento de soslayar este orden programático de desordenar la gravedad de los objetos en la mínima longitud del verso, eres ola o río, canto o grito, sucesión o finitud, por que al adentrarme en el espiral humeante de tu sangre, consigo que todas tus arterias, me atraviesen, acordonen el espacio fugitivo de un suelo que se abre para mostrarme el lado oscuro del reflejo, vibración de pasos andando por dentro, cerrando el pecho como una cavidad donde entrar significa salir desnudo y sin alma. La gran bestia no se asusta con nada, la melancolía es su planeta, la gran explosión su aliada, la fuga de pensamientos su distracción. Neville abandona la piscina roja, las palabras que son bañistas solitarios, flotantes rocas para una red que no puede atrapar a la gran bestia, la hoz, las tinieblas…la poesía.

Fragmento de la obra del autor: Las Olas: Poética en danza fragmentada. Tres escenas: 1. El Faro; 2. Naufragio Escarlata; 3. Iridiscente.

Juan Carlos Miranda
Quito, Ecuador

Josep Esteve Rico Sogorb


Poemas en servilletas de papel

Escribo poemas en servilletas de papel
con garabatos y borrones,
y jugueteo con la cucharilla del café,
mientras alguien grita “¡Goool!”

En el bar de mi barrio todo es posible,
sobre todo un sábado por la tarde,
cuando la clientela abarrota el lugar,
para presenciar el partido de turno.

Invento poemas en servilletas de papel,
la jornada me resulta larga y tediosa
pero los goles se celebran
con estridente euforia de grito pelado.

Estoy ensimismado pensando en ti,
sin saber si esta noche,
accederás de buena gana,
a nuestro encuentro amoroso.

Las servilletas emborronadas se suceden,
y los poemas se eternizan cobrando vida,
versos de soledad entre tachones,
impregnan los arrugados papeles.

Poemas en servilletas de papel,
papeles garabateados de ripios,
emborronados renglones torcidos;
y yo, mientras tanto, ansiándote…


Ilíadas y Odiseas

Prosigo esta nueva etapa
librando batallas.

Continúo mi camino
ganando derrotas.

Persisto en mi destino
perdiendo victorias.

Fracaso en mi éxodo
contra mis propias Ilíadas.

Derrotado me exilio
contra ajenas Odiseas.

No sé cuanto queda
para vencer esta guerra.

Ignoro cuanto falta
para reconquistar Troya.

Desconozco lo que resta
para volver a nuestra Ítaca,

No sé cuando conviviré
de nuevo por siempre, junto a ti.

Ignoro cuando regresaremos,
mi antaño Penélope.

Desconozco cuando volveremos
mi musa, mi Princesa.

Crueles Ilíadas y Odiseas
persisten en mi memoria…
 

Josep Esteve Rico Sogorb
Elche, España

María José Mures


Qué título tiene

Qué título tiene un poema
que solo quiere decir:
Te amo mi amor
y así hasta caer agotada.

Qué título tiene un poema
que me deja hecha un ovillo esperándote.

Qué título tiene media cama vacía
y unos labios esperando tus besos
¡mi amor!
¿qué título tiene la espera?


Tremedal sin compañía

Oh, no, espera un poco, hermosa muerte
    Ana Mª Chouhy Aguirre

Ven pronto, sin calma
cálmame,
apaga la sed de fuego,
lo que enciendes inconsciente,
me inunda tu ausencia,
vuela el océano,
roza la estrella
que iluminas.

A solas vivo para ti,
pero quién soy sino tu tremedal ausencia,
tú das límite,
guerra al pensamiento,
que solo vence tu llegada
de auroras posibles
y tardes naranjas.
Luchar sin ti y por ti
es morir en cada intento.


Tensión que destensa

Hormigueo sin hormigas
pulsión que me pulsa
tentación que tensa
cansancio de amor.

Senos en tangente
bucear sin mar,
abatida, encima vencedora
en ganas que me pierden.


Obsolescencia

Se fundió el sueño americano
la obsolescencia programada
llegó sin electrodoméstico
se rompió la cama
por los aires.

Otras manos
te repararon
conmigo el motor
no arrancaba
funcionabas
a dos motores.


María José Mures
Fernán Núñez, Córdoba, España