11.
La ciudad se armoniza en síncopa cual enorme balalaika
con un sonido melancólico y triste que sintetiza el alma
candorosa y violenta de millones de campesinos o mujiks.
Una tristeza acompasada por tres cuerdas que recuerdan
una peña de mujeres y hombres frente a la isba festiva
de cualquier aldea en el centro de la Madrecita Rusia,
a la orilla del Volga o del silencioso Don, con cantos de siega
y danzas de Barynnya (¡casera, casera, señora, patrona!)
un tibio verano envuelto por el sonrojado sol del atardecer.
14.
Juego con las palabras de las altas nubes, con surtidores
y fuentes, con los versos de Puschkin echado sobre la hierba
del Jardín del Verano tal y como el poeta solía hacerlo. Intento
una nueva poesía no lograda aún por Amniensky, Jléknikov,
Gumiliov, ni todos los experimentadores de la ruptura, ni los / futuristas,
mucho menos los torpederos que aprendieron a negar afirmando / Da, Da.
Las calles de San Piter se colman de otra luz mucho más
impresionista que el tenue resplandor de las noches blancas.
Cumplo entonces los recorridos de La Nariz y El Capote
por la Perspectiva Nevsky, sigo los pasos de Dostoyevsky
por el Moika hasta la Fontanka pasando por el puente de Anichkov
para continuar con el itinerario de Raskólnikov y las diatribas
de los Karamazov. Me acomodo en la sala de La Danza de Matisse
(un solo tono no es más que color; dos tonos son un acorde, son / vida)
donde todo vuelve al círculo originario del eterno retorno con los / cinco
danzantes flotando en un nivel simple, explicable solo por la / sencillez
de sus contornos cual semillas que se sustituyen en rosa, azul / ultramarino
y verde esmeralda, potenciando la energía germinativa para crecer
y regresar ineluctablemente. Y luego La Música, esos colores / propios
de la cerámica persa, con azules, verdes y rojos puros, donde dos / músicos
tocan y tres cantan una melodía infinita que se congela / eternizándose
en el aire. Allí tejo y destejo el tiempo jugando ajedrez o / ensoñando
con La familia del pintor transmutada en La mesa servida con toda
la intensidad de su armonía en rojo. Termino en una taberna, en un / Pibnoi Bar,
platicando con excombatientes de Afganistán quienes lloran a sus / compañeros
muertos por su propia artillería: aquello hermano es una carnicería / porque
nadie desea combatir si no es drogado o achispado, y nuestros / oficiales
ya no marchan al frente, sino que ordenan desde el confort de la / retaguardia.
O con ancianos héroes de la Gran Guerra Patria quienes convidan al / pescado seco
y al vodka en submarino cervecero. O en una calle almidonada por / la luz
del atardecer. O en las playas de la Petropavlost Krepost donde cae / el sol escarlata
como la caballería de Malevich sobre la tibia placidez de los / torrentes del Neva.
Poemas del libro del autor: Leningrad, San José, 2020
Adriano de San Martín
San Carlos, Costa Rica