miércoles, 1 de agosto de 2018

Eduardo Coiro


Higueras

Anita me hace sentir que estoy despojado de las memorias de la infancia.
-¡Como no te acordás del galpón de Antonio Bruno donde guardaba el camión “guerrero”!
Para nada, digo, para mí existía el terreno de la esquina con la higuera y después la casa de doña Josefa que nos curaba el empacho a los chicos y a los grandes también. 
Recuerdo comer los higos arriba de la higuera, creo que nunca más debo haber comido higos tan dulces. Y era tan lindo ver el mundo desde lo alto, a esa edad la higuera parecía altísima, era como estar en la copa de una araucaria añosa. 
Anita vuelve a hacerme sentir un olvidado: no era una higuera, eran tres…


Volver

Tanto pensar “cómo quisiera que mi viejo estuviera aquí, aunque sea por unas horas”, que justo ese día mi Padre volvió. 
Era el día en que cumplía sus años cuando lo vi doblar desde la esquina con su bastón artesanal, el mismo que armó con sus propias manos con un mango de paraguas y una caña a la que le dio terminación con un regatón de goma. 
Me vio desde su paso lento cosechando las nueces altas con un largo palo armado para la ocasión. Cosechar las nueces del año en el día del cumpleaños de mi padre es una ceremonia que mantengo con mis hijos. 
Esta vez, la llegada de mi padre me sorprendió en la puerta de casa con las yemas de los dedos bien manchadas por la tinta que liberan las nueces al separarlas del tegumento verde que las recubre en la planta. 
Mi Padre estaba feliz en el regreso. Venía de visitar al santuario Della Madonna di Viggiano
Nos dimos el doble beso de mejilla a la usanza italiana. Mezclamos lágrimas y risas.


La trenza de Mariana

Hay momentos. Como en esta lluvia. En los que el hombre quisiera barrer con las tristezas. La lluvia está hecha de gotas como lágrimas.
Con obstinación, el hombre busca algo perenne que lo conecte con la fuerza de la vida. Después de un buen rato de estar parado delante de la ventana. El cielo gris por cielo. El hombre logra lo que necesita: la trenza de Mariana cayendo como espiga de un dorado sol y perdiéndose entre sus pechos. 
Con ver esa foto -que sólo esta en su mente- la tarde ya es una iluminación.


*  *  *

Toda distancia es relativa. Nada está tan lejos como lo que parece estar cerca. Nada está tan lejos, a veces, como nosotros mismos.
Sergio Borao LLop

Ese hombre está de nuevo en el andén. Ni sube al tren ni se va, permanece horas allí. Perdió muchos trenes. Un día le cerraron el ferrocarril. Todo le resulta lejano, más aún su idea de una vida verdadera. 
Algo distinto a lo pasado, de donde le resulta difícil rescatar momentos felices. 
Las imágenes de lo pasado lo llevan a un laberinto o a un pantano. Una confusión antigua niebla el sentido. Las decisiones necesarias no se ven. Ni una idea concreta para cambiar las cosas. 
¿Será -entonces- la ilusión de lo imposible lo que lo sostiene?


Textos tomados de Inventiva Social, publicación digital dirigida por Eduardo Coiro

Eduardo Coiro
Temperley, Buenos Aires, Argentina

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