Higueras
Anita
me hace sentir que estoy despojado de las memorias de la infancia.
-¡Como
no te acordás del galpón de Antonio Bruno donde guardaba el camión “guerrero”!
Para
nada, digo, para mí existía el terreno de la esquina con la higuera y después
la casa de doña Josefa que nos curaba el empacho a los chicos y a los grandes
también.
Recuerdo
comer los higos arriba de la higuera, creo que nunca más debo haber comido
higos tan dulces. Y era tan lindo ver el mundo desde lo alto, a esa edad la
higuera parecía altísima, era como estar en la copa de una araucaria
añosa.
Anita
vuelve a hacerme sentir un olvidado: no era una higuera, eran tres…
Volver
Tanto pensar “cómo
quisiera que mi viejo estuviera aquí, aunque sea por unas horas”, que justo ese
día mi Padre volvió.
Era el día en que cumplía
sus años cuando lo vi doblar desde la esquina con su bastón artesanal, el mismo
que armó con sus propias manos con un mango de paraguas y una caña a la que le
dio terminación con un regatón de goma.
Me vio desde su paso lento
cosechando las nueces altas con un largo palo armado para la ocasión. Cosechar
las nueces del año en el día del cumpleaños de mi padre es una ceremonia que
mantengo con mis hijos.
Esta vez, la llegada de mi
padre me sorprendió en la puerta de casa con las yemas de los dedos bien
manchadas por la tinta que liberan las nueces al separarlas del tegumento verde
que las recubre en la planta.
Mi Padre estaba feliz en
el regreso. Venía de visitar al santuario Della
Madonna di Viggiano.
Nos dimos el doble beso de
mejilla a la usanza italiana. Mezclamos lágrimas y risas.
La trenza de Mariana
Hay momentos. Como en esta
lluvia. En los que el hombre quisiera barrer con las tristezas. La lluvia está
hecha de gotas como lágrimas.
Con obstinación, el hombre
busca algo perenne que lo conecte con la fuerza de la vida. Después de un buen
rato de estar parado delante de la ventana. El cielo gris por cielo. El hombre
logra lo que necesita: la trenza de Mariana cayendo como espiga de un dorado
sol y perdiéndose entre sus pechos.
Con ver esa foto -que sólo
esta en su mente- la tarde ya es una iluminación.
* * *
Toda distancia es relativa. Nada está tan
lejos como lo que parece estar cerca. Nada está tan lejos, a veces, como
nosotros mismos.
Sergio Borao LLop
Ese
hombre está de nuevo en el andén. Ni sube al tren ni se va, permanece horas
allí. Perdió muchos trenes. Un día le cerraron el ferrocarril. Todo le resulta
lejano, más aún su idea de una vida verdadera.
Algo
distinto a lo pasado, de donde le resulta difícil rescatar momentos
felices.
Las
imágenes de lo pasado lo llevan a un laberinto o a un pantano. Una confusión
antigua niebla el sentido. Las decisiones necesarias no se ven. Ni una idea
concreta para cambiar las cosas.
¿Será
-entonces- la ilusión de lo imposible lo que lo sostiene?
Textos tomados
de Inventiva Social, publicación digital dirigida por Eduardo Coiro
Eduardo Coiro
Temperley, Buenos
Aires, Argentina
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