miércoles, 1 de agosto de 2018

Andrés Bohoslavsky


¿Quién quiere ser eterno?

Yo viajaba sentado a la derecha de dos tipos:
el del medio, de alrededor de treinta años, vestido de jeans y

camisa hawaiana, el otro, pegado a la ventanilla del tren, 
parecía un próspero comerciante enfundado en un traje italiano, 
aparentaba tener unos setenta.
La charla que sostenían
era sobre la actividad del más joven: el golf.
El deportista relataba sus peripecias, sus vaivenes en el circuito,  
sus alzas y bajas, las cuestiones relacionadas con su sponsor 
y luego durante un rato largo hablaron de asuntos de dinero.
En eso estaban cuando sonó el teléfono del mayor, que habló 
con alguien a quien le dijo, con tono misterioso:
Querida, te paso con una persona que te quiere saludar
Luego de charlar un par de minutos, el golfista cortó y moviendo 
su rostro a la izquierda dijo:
Me pidió que no la vaya a ver, que ya está muerta.
Bueno, viste como es ella – le contestó el comerciante y siguió:
Lo que tenés que hacer es escucharla, aunque sea un rato, como si estuvieras interesado en la charla, se dormirá en unos minutos por efecto de los medicamentos y vos te podrás ir.
Cuando la charla terminaba, el tren llegó a la estación
ellos caminaban delante de mí, así que los vi despedirse.
Me senté en un banco, encendí un cigarrillo
y me quedé pensando en esta historia.

En aquella mujer
que moría en algún lugar, sin importarle a nadie.


Poema inédito


Arbeit macht frei / El trabajo libera

La frase de arriba que titula esto que jamás será un poema
corresponde a la leyenda que estaba en la entrada del campo de                                                                     concentración

de Auschwitz y en otros centros de exterminio.
Los prisioneros confundían el lugar pensando
que llegaban a un sitio donde el culto al trabajo los salvaría del
                                                                                    horror.
Más tarde descubrirían que todo consistía en una mentira cínica e                                                                            hipócrita
y que lo único esperable era el terror más impensado.

Ya no hay nazis ni campos de exterminio.

Desde la mesa de este bar miro a un niño que corre en la plaza 

                                                                     con un molinito
de viento en una mano y su madre tomándolo de la otra
junto a ellos un perro salta y los rodea ladrando feliz a su lado.
La imagen es el cuadro de la felicidad perfecta

pero algo lo arruina todo:

una manifestación de obreros, despedidos de alguna fábrica
seguramente por la sustitución del mismo objeto, ahora producido
en las antípodas del mundo y con salarios de hambre,
protestan ruidosamente mientras la gente observa indiferente
más preocupada por la compra del regalo navideño que por este                                                                                 suceso.
Detrás de ellos, al final de la columna, asoma un cartel que reza:
El trabajo dignifica.

Del libro del autor: La camarera que se creía Greta Garbo y el plomero que soñaba ser Lenin y otros poemas, Editorial La Carta de Oliver, Buenos Aires, 2016


*  *  *

Poesía en el corredor de la muerte

El condenado escribe un poema mientras espera durante años
en el corredor de la muerte, que las jeringas inyecten las 
                                                                     sustancias
que la ciencia, con dedicación y esfuerzo diseñaron
para cruzarlo al otro lado en forma digna
y a su vez, la sociedad sea cada vez mejor y más humana

el texto llega hasta un niño que, a raíz de su lectura,
decide hacerse escritor soñándose poeta
un poeta outsider, un alma sensible que aguijonea el corazón
de los lectores

el niño crece y el destino lo convertirá en otra cosa. 
Como te pasó a vos
el día de la ejecución, ambos recorren el pasillo que 
conduce al final
pensando un poema, sintiéndose poetas
quien coloca la capucha cuidadosamente, 
es aquel chico que soñaba escribir
ahora devenido verdugo y, antes de que me inyecten,
me susurra al oído la palabra adiós.


Andrés Bohoslavsky

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