Amaneciendo
El astro rey asoma
su melena de albura
sobre la línea que estira
el horizonte.
Hay un manto de escarcha
en la alfombra invernal
de la mañana.
Sin embargo,
brillan perlas de rocío
en el rostro
del pasto madrugado.
Y yo,
noctámbula empedernida,
abro los brazos.
Respiro el aire puro.
Veo el camino
y doy gracias a Dios
porque al oeste,
a espaldas de mi frente
y de mí misma,
bosteza su cansancio
la oscuridad suicida
mientras se llena de trinos
y de luces
el largo silencio
de la noche.
La piel del alma
Tengo en la piel del alma
sensación de penas;
de caricia torpe
que se quebró en las manos;
de ademán perdido
en la región del tiempo
trocado en lacerante realidad.
Tengo latidos que declinan.
Un hálito de esperanza
que me queda.
¿Qué me queda?
¿Te das cuenta?
Sólo una leve ilusión
de trascendencia,
un rezo, un suspiro
y esta soledad.
Plenilunio
La imagen de la luna sigue
andando
sobre la espalda trémula del
río.
Es de plata su lumbre.
Los bordes de la costa la
entrelazan
con los hilos sutiles del rocío.
El aire, monte adentro,
la persigue,
se eleva,
desciende,
la acaricia,
se abraza al plenilunio
y juntos,
se adormecen
en la oculta tibieza de los
nidos.
Confesión consonante
Quise ser mariposa en tu jardín
de rosa.
Mas tú me convertiste en abejita
triste.
Quería darte el cielo como un
pájaro en vuelo.
Tu piedra indiferente vino a
golpear mi frente.
Fui entonces mariposa despintada
y llorosa
y por haberte querido, sólo un
pájaro herido.
Ya nunca más, te juro, pude
escalar tu muro.
Entonces con dolor, también
murió el amor.
Del libro de la
autora: Amaneciendo, Poesías
Julia Burguener
Villa Ocampo, Santa Fe, Argentina
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