Ciudad de sombras
Camino y no encuentro paz. Tampoco sol. Es curioso, en esta ciudad de sombras en el único momento en que el sol aparece sobre nuestras cabezas, es cuando nos quedamos sin sombra, apenas un aro alrededor de los pies.
Sigo caminando. Ya no tengo dudas. Los otros días cuando llegué al trabajo y como siempre la patrona me mandó a bañar y desinfectarme -para eso vino bien esta peste, antes no me dejaba bañar y mucho menos lavar mi ropa-, pero ahora tengo que llegar más temprano y ya friego la casa oliendo a limpio con ese jabón perfumado que me da y me obliga a usar. Hasta me compró zapatillas blancas. Si parezco una enfermera. Después me desinfecta y ahí empiezo friega que te friega. La Marta me dice que desde el Covid parezco una princesa, siempre limpia y con olor a fresco. En la casilla no hay agua y acarrearla con el balde es pesado, y yo oliendo a limpio, la primera vez desde que nací, hizo veinte años en mayo.
Pero ayer, cuando estaba bajo la ducha me agarró ese dolor que me abracé a mi panza, y después, como me enseñó la comadrona de la villa, me apreté los pezones, y casi sin quererlo salió la leche. Me agarré la cabeza. ¡Qué hago ahora!
La patrona que tanto va a misa me mata. No se lo puedo decir, no por ahora. Si vuelvo a mi pueblo mi tata capaz me desolla a rebencazos, como hizo con el Boby cuando le comió el asado. Pobre perro, rumbeó pa’ el maizal y nunca más se lo vio, en una de esas se murió por los golpes. Y la mama, ella también me mata. Si me dijo: “No te vayas, quédate acá, en el campo, en la ciudá te vas a perder. Ni se te ocurra venir con la panza llena porque no te voy a abrir la puerta, en esta casa no queremos guachitos”. Sí, claro, y bien que el tata se metía en la cama de la Mariela y le tapaba la boca para que no grite. Yo me hacía la dormida. Después ella se quedaba llorando, la pobre. También por eso me quise ir.
Ahora camino por esta ciudad de sombras y no encuentro pa’ dónde rumbear. La Marta me dijo que agarre mi ropa y que me vaya. Por lástima me dejó una semana más. Me dijo que no quería más mocosos, que ella ya se había sacado el hijo para no tener otro pibe más. “Pero te pagan para tenerlo”, casi le grité. “Sí, pero hay que estar con el pibe y te llora, no te deja dormir, con quién lo dejo cuando voy a trabajar, todo un lío”. “Dalo en adopción” “¿Y preguntarme siempre dónde está mi hijo, ¿cómo está mi hijo? No, prefiero sacármelo”.
Eso me dijo. Y se lo sacó. Estuvo muy mal, casi se muere. Fue al hospital y dijo que había tenido un problema, claro, la aguja de tejer. Nadie le creyó. La dejaron horas esperando. Cuando estaba por desmayarse yo corrí a una doctora, lloré y ahí se la llevaron a raspado. Si casi se muere. Estuvo dos días internada y después la sacaron, necesitaban la cama. Volaba de fiebre. Pero se salvó, sino quién se ocupaba de los cuatro pibes.
“Asquerosa”, me gritó el otro día porque vomité. “¡No tengo agua y venís a vomitar! Andá a buscar un balde y limpiá, ¡mugrienta! Y haceme el favor y sacate al crío. No es un chico todavía, es un montoncito de nada”. “No, mi patrona dice que tiene corazón, sangre y otra cosas distinto al mío, que ya es un pibe, chiquitito pero pibe”. “¡Andá, qué va a saber! Si las de pañuelo verde dicen otra cosa. En la próxima manifestación me vas a acompañar así te enterás”. “¡A vos no te sacó tu vieja! Me dijiste que casi lo hace.” “¡Ojalá! Por la vida que llevo, laburo, pibes por todos lados, y un macho en casa para que ningún otro borracho me ponga la mano encima. Es fácil hablar si vivís como tu patrona, con sirvienta que te lava la ropa y agua para hacerlo.
Camino por estos pasillos sin luz de esta ciudad de sombras, y no sé qué hacer, adónde ir. No quiero ver al cura, él es hombre, no entendería. Las casillas se apilan de colores, ya querría yo tener una propia para quedarme con el crio.
No quiero ir a la marcha de verdes y celestes, no entiendo nada, te apretujan y todas gritan, las más viejas gritan más, y las celestes rezan y rezan, dicen que hay que defender las dos vidas, claro, me acuerdo que la Marta casi se muere. Sus hijas no tienen problemas, van a un doctor con matrícula y guardapolvo blanco y listo, el problema lo tenemos nosotras que no tenemos plata y solamente el hospital. Es por eso que piden por las dos vidas. En realidad es la vida buena, entre médicos y enfermeras, y la vida mala, entre comadronas y curanderas.
Apenas la patrona sepa me echa, y no me paga nada. Ella que se la pasa en la misa, pero en su casa yo estorbo. No hay lugar para mí.
Me acuerdo cuando él me dijo con su boca apretada a mi oreja: “Abrí las piernas, no te va a pasar nada que no quieras”. En realidá no sé si quería, pero después se sintió lindo. Él es hermoso, con esos ojos celestes y la sonrisa a lo Brad Pitt. Y le hice caso, y ahora estoy así, con un crío a cuestas. ¿Si lo tuviera y fuera nena? La llamaría Sol, por el que acá no tenemos en esta ciudad de sombras. O Libertad, por la que yo no tengo. La haría estudiar para que saliera de pobre. No, mejor que fuera un machito, ellos tienen la vida más fácil, por lo menos a mí me parece, no les llenan la panza. Lo llamaría Brad, porque seguro que me saldrá lindo como el padre parecido al actor. Y sería algo mío, lo único mío que podré tener nunca.
Ciudad de sombras, ya me duelen las piernas de tanto caminar. Hace un rato fui a ver a la patrona, me empezó a gritar que tendría que haberlo pensado antes, como si se pudiera pensar en esos momentos, que ahora qué voy a hacer, que ella así no me quiere, a ver si todavía los vecinos piensan que es de su hijo. Me tiró unos pesos, pero igual no me alcanza pa’ pagar una pieza, ni una cama en una pieza.
Las sombras me envuelven, me alcanzaron. Con esos pesos mugrosos que me dio la patrona puedo comprar un pasaje en tren, hasta donde me alcance. Y ahí veré. Puedo trabajar, con el chico a cuestas, claro, si me lo quedo. Qué difícil que es todo. La vida es difícil hasta cuando es fácil.
Ciudad de sombras, y hoy que no hay nada de sol, si parece que va a llover. Mejor me voy a la estación y pregunto hasta dónde puedo llegar con estos pesos y me escapo. Y cuando llegue, ¿qué hago? ¿Si me llevan a la comisaría por violar la cuarentena? ¿Si me desaparecen? Tengo que pensar en todo si quiero quedarme con Sol, o puede que sea Brad.
Por lo menos en esta ciudad de sombras con casillas de colores apiladas estoy a resguardo. Tengo miedo de que me pase como a la Marta, y ahí me muero yo, y se muere el crio. Es muy difícil ser mujer.
No sé qué hacer. Ciudad de sombras, entre las sombras me oculto.
María Cristina Berçaitz
Poeta nacida en Buenos Aires, Argentina. Reside en Valencia, España