Una profesión muy redituable
Le daba igual un cuchillo que un trozo de vidrio.
Los probaba con el codo y los apoyaba, con cuidado, en el suelo, sobre un paño verde.
Entonces, hacía equilibrio mientras bailaba sobre el filo, protegiendo sus pies con dos pares de medias de lana gruesa.
Hizo de esta habilidad una profesión muy redituable.
Siempre se reunía mucha gente en las plazas de los barrios apenas él llegaba los fines de semana, con su valija de madera bien lustrada.
Nunca faltaba quien dijera que en la actuación había fraude.
Ante esto, el profesional tomaba en su mano derecha el objeto cortante y, delante de los presentes, sostenía en la izquierda un cartón que cortaba varias veces, siempre sonriendo.
Cuando terminaba su actuación, pasaba la gorra entre el público ocasional, que aplaudía y acercaba más objetos cortantes: tijeras, bisturíes, hachas, incluyendo, una vez, una hoja de sierra sinfín.
Si tenían filo suficiente, eran útiles para otra demostración.
Sus objetos preferidos eran los cuchillos de cocina, con historia, de hoja larga y cabo de madera.
Haciendo una demostración sobre el filo de una navaja de peluquero, pisó mal y cayó.
El público aplaudió.
El profesional no se movió.
Quedó en el piso.
Quedó boca arriba.
Quedó quieto.
Quedó solo.
Cuando llegó la ambulancia, todavía estaba tibio.
De la planta de su pie derecho salía sangre.
Poca, demasiado poca.
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Todo lo que soy se lo debo a mi bisabuelo, el viejo Cyrus Tecumseh Flywheel. Si aún viviera, el mundo entero hablaría de él… ¿Que por qué? Porque si estuviera vivo tendría 140 años.
Groucho Marx
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domingo, 4 de marzo de 2007
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Analía Pascaner