Pesadez
No hay una gota de viento, exclamarían los paisanos catamarqueños.
El
aire entra lentamente a mis pulmones llenándome de pesadez. El humo del
cigarrillo se estanca cerca de mí, quiero elevarme junto a él y alcanzar el
cielo, sin embargo no puedo hacerlo. Estoy cansada, las piernas me pesan, mis
brazos rehúsan moverse, mi cabeza adquirió enormes dimensiones, mis pensamientos
se fugaron. El aire me retiene anclada en el banco del jardín.
La
luna permite que la noche sea clara, observo las estrellas titilantes, trato de
elevarme hacia ellas y tampoco lo consigo. Las sombras plateadas se muestran
brillantes, pero no las puedo disfrutar porque mi cabeza late con tal fuerza…
siento estallará en cualquier momento. El aire me asfixia en esta noche
insoportablemente calma.
Algunas
mariposas revolotean perezosamente golpeando contra las luces. Un grillo rompe
el silencio en la lejanía. La perra, echada a mi lado, ni siquiera mueve sus
orejas cuando un bichito nocturno se posa en su cabeza.
El
verde de las plantas y los árboles, desesperadamente quieto, espera un soplo de
aire, una mínima brisa que lo despoje de la tierra que lo desluce desde hace
días. Mi vista se detiene en el lapacho: sus ramas abrazan quedamente a la Santa Rita. En
las plantas pequeñas, tan aplastadas como yo misma lo estoy en este banco, se
percibe con mayor nitidez la inmovilidad. Casi imperceptiblemente, como si un
movimiento rápido pudiera desprenderla de mi cuerpo, giro mi cabeza mirando una
por una todas esas plantas, las de hojas grandes y pequeñas, las más altas y
las más bajas: no percibo la menor oscilación.
Observo
las montañas, el contorno perfectamente recortado en el cielo claro. Imagino
cada piedra y cada arbusto debajo de ese azul intenso que ostentan hoy. Debo
apartar mi vista de ellas pues las siento abalanzarse sobre mí a cada minuto
que pasa.
Todos
estamos envueltos por la misma amenaza. No cierro mis ojos por temor a
confundirme en este aletargamiento continuo. Si tan sólo un pequeño movimiento
nos sacara de este sopor… mas el movimiento no llega.
Mi
mente se despeja momentáneamente, pienso en aquellas veces en que me resultó
fácil partir colgando de una nube o montada en un satélite. Hoy no hay nubes,
hoy no hay satélites. Hoy no se atreven a surcar el cielo espeso que me
envuelve hasta ahogarme. Hoy todo es calma, todo es quietud, nadie se arriesga
a desafiar al aire denso que nos estanca en esta noche interminable.
Mayo
2003
Analía Pascaner. Nació en Buenos Aires.
Reside en Catamarca, Argentina
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Seamos ese pedazo de cielo, ese
trozo en que pasa la aventura misteriosa, la aventura del planeta que estalla
en pétalos de sueño.
Vicente Huidobro
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Había leído pesadez, pero es tan lindo repetir esta lectura.
ResponderEliminarEs un gusto, Analía, querida amiga, estar en este sitio donde he disfrutado a tantos buenos autores, con fama, sin fama, pero todos con la misión de trabajar la palabra y hacer de ella, la herramienta artesanal, el arte de crear y los testimonios de vida.
Gracias por esta nueva entrega de la revista, por los años de labor fecunda y tu buenísima onda de siempre.
Un abracito
Betty
Gracias por tu re-lectura, querida Betty.
EliminarMuchas gracias por tus palabras tan elogiosas, me reconforta leerte y saber que disfrutás de la publicación literaria, gracias.
Y también agradezco tener una excelente, respetuosa y constante compañera de camino, como vos. Gracias por estar.
Un abrazo, mis mejores deseos
Analía