Deshilvanando
tangos en una noche cualquiera
Cae la noche y nadie corre a sostenerla, darle una mano,
aunque no sea amiga, acompañarla en su caída, que tan sólo encuentra consuelo
en el alba, la única que se le arrima. Siento necesidad de hablar esta noche,
aunque sea con mi sombra, que me mira cuando yo la miro. Me pongo a escribir, y
ella hace lo mismo.
Hablar de bueyes perdidos y no ser capaz de encontrar
ninguno y ver que en su tristeza infinita de nunca acabar, el sufriente
tanguero mira atónito, al igual que a Moscú, a nuestra plaza de Morón cubierta
de nieve, sin poder inmortalizarla en un tango, porque ya lo cantó Magaldi.
Son cosas que no se pueden olvidar, ni siquiera en el
frío mortal de esta noche, que veo la boca que mil veces mi boca besó.
Soslayar los recuerdos, como solo soslayan, los que siempre han soslayado. Pero
para qué seguir hablando, o escribiendo, como mejor lo quieran interpretar. El
alma tanguera no muere, a lo sumo, sueña una fantasía en su arrabal cansino de
Barracas al sur, en su patio cubierto de glicinas y también porqué no decirlo,
bajo el recuerdo de nuestro desaparecido ombú, en una malquerida tarde de
cortes y quebradas, y sentir que la nieve no llega a su alma, como
cantó Don Agustín, recordando los cabellos grises de Olga.
El tango no ha muerto, como dejé expresado hace tan sólo
un instante, disculpándome por la repetición. Sólo ha sufrido un pequeño
desaliento, tal vez por la inequidad de los jóvenes danzarines que pueden
perderla a ella de vista en cualquier momento, sin saber si está con uno en la
pista, o muy ocupada en algún rincón del boliche.
Pero en el tango no, en el tango hay que seguir el compás
con las figuras que se van cruzando y sostener a la mina, llevarla, marcarle la
siguiente figura, tenerla en tus brazos, sentir su tibieza, la pasión y la
fragancia que emanan de su cuerpo junto al nuestro, como ella lo hacía conmigo,
la noche que entrelazados en un tango bien canyengue le dije al oído: sos un pedacito de mi alma. Y se pegó
más a mí. Y nunca pude olvidarla. Cosas que suceden vaya uno a saber porqué;
como la tarde que la vi por última vez alejarse con su vestidito rojo y sus
zapatillas boyero, que tan bien le dibujaban sus pantorrillas.
Pero el tango sigue vivo. Para qué seguir chamuyando,
mejor escuchar: Malena canta el tango como ninguna y no pensar que la rubia
Mireya no bailará nunca más en lo de Hansen.
A veces es triste el tango, amigos, pero lleva la tristeza
del alma del que sufre, del que busca un mango, y le pregunta al viejo Gómez: dónde
hay un mango viejo Gómez y el viejo Gómez no le contesta, porque él
tampoco sabe dónde encontrarlo.
Prendo la tele y veo que una pareja argentina ganó el
mundial de tango y grito como el interminable Soldán: Aguante tango.
Voy a la cocina a prepararme unos mates, mi sombra me
sigue.
Osvaldo Hueso
Morón, Buenos Aires, Argentina
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