La vida
No me importa si no tiene sentido-dice-.
-No lo tiene.
-Y quién lo dice?
El destino (I)
Por fin, partirá.
Tiene miedo.
De todas formas, siempre tiene
miedo.
Tal vez se marche y ya no
vuelvan a reconocerse.
Lo mira dormir, y soñar. En el
sueño está lo que ha sido escrito con pintura roja sobre los azulejos de la
vieja casa de Nampula.
Y también lo que está por
escribirse.
Las estrellas
Por las tardes Vismar venía
para llevarnos a recorrer las blancas playas del sur. Esperábamos el atardecer,
cuando llegaban las barcazas de los pescadores y mirábamos la ceremonia de su
arribo. Extendían las redes en la orilla, y mi mente entera se extendía
también. Los amagues de las gaviotas eran como pequeños recuerdos, picotazos
leves que sacudían el lienzo espumoso del agua. Luego, los ruidos se iban
apagando de a poco y, con el caer de la noche, los hombres se perdían en las
barracas débilmente iluminadas, allá arriba, en las laderas del morro. Entonces
volvíamos en silencio, bajábamos por la carretera atravesada de camiones.
Imaginaba los rostros de los conductores. Ser uno de ellos. Al volante de un
gran Scania bajo el cielo negro, agujereado de minúsculos puntos brillantes. El
camino todo el tiempo delante. Viajar siempre hacia ningún lugar.
El mandato
Le gustan esas tardes en que
se sientan a leer las cartas que los padres de A. envían a sus hijos. Una entrega
aparente y fatal encabeza cada una de ellas: “Mis pichones”, “Mis cachorros”.
Todas invariablemente firmadas
por “papá y mamá”. Una ternura desconocida para otros, alevosa y brutal.
Repasan esas páginas donde los padres imaginan un futuro para ellos que ya no
es.
A. ríe, desvergonzado. Los
enfrenta a su propio deseo.
- Sin embargo, de pequeño, me
vestían con ropas de niña y festejaban… ¿qué es lo que ha cambiado?
El fuego
Camina sobre la gruesa
alfombra carmesí. Tiene puestas unas medias de lana en los pies descalzos. Se
sienta en cuclillas, cerca del fuego, y se queda allí. Horas y horas que se
desprenden como la piel del verano.
Siente el calor en los ojos.
Saborea el ardor de las lenguas que besan los leños, y deja a los leños que
abrasen su cuerpo, que lo incendien. Se retuerce de dolor al principio, pero
luego ya no siente nada y permanece dentro de las llamas, hasta desintegrarse.
Hasta volver a la montaña y
ser tótem, tribu, piedra, presa de la cacería.
El viento sopla y esparce las
cenizas.
La muerte
Es domingo en misa con Dios y
Émile Cioran. Y esos ataúdes ahí.
Un padre con su hijo, ahí. Y
el coro cantando Aleluya y otros salmos mientras ellos siguen inmóviles, frente
al altar, frente al joven sacerdote, frente a todos los fieles, frente a toda
esa gente que canta a viva voz porque ellos están muertos.
Los dolores de cada uno dejan
de tener valor, no tienen ninguna importancia este domingo.
El extranjero
Por fin llegan las cartas. Las
estampillas tienen diseños de pájaros, y de mamíferos, y de reptiles. Otras en
cambio muestran los volcanes de Guanacaste.
Por fin un lugar adonde
pensarlo.
Del libro de la
autora: la vida leve. Ediciones La
Carta de Oliver, noviembre 2014
Norma Etcheverry
Gracias Analia, por compartir! Un abrazo enorme!!
ResponderEliminarGracias a vos, querida Norma. Siempre es un gusto publicar tus escritos, y te cuento que los textos de este libro me han llegado especialmente.
EliminarMuchos cariños, que estés muy bien
Analía