Pequeño
Constituyes la sonrisa
de nuestro tiempo cansado.
Tu mano apenas si puede
contar tus escasos años.
Si acaso tu media lengua
dificulta que sepamos
lo que nos señala el índice
de tu rubicunda mano,
que nos valga como excusa
la distancia que ha mediado
del mundo que te rodea
y que apenas sospechamos.
La sorpresa que nos causa
tu nuevo vocabulario,
nos pone de frente al niño
que alguna vez olvidamos.
Tus pasos, niño pequeño,
un sendero han iniciado,
con un forzado equilibrio
por ser los primeros pasos.
Amor hay en la sonrisa
que en la cara has dibujado,
y nos entregas un mundo
de mimos, sueños y encantos.
Poema del libro del autor: Vecindad Cerril, edición propia de 2001
Segundo acto
Incorporo tu cansancio a mi
medida
de bestia perentoria
que sólo ve por el ojo
polifémico
su caudal de instintivas
marejadas.
Quiero guardar la remota
nervadura
que inclinaba el traslado
cavernario
como un emblema distinto.
Sin embargo
me parezco a mí mismo,
en actitud insólita de búsqueda
de la otra verdad que justifique
mi propia existencia.
Sigo rescatando a cada paso
las imágenes hundidas en los
tiempos,
hasta encontrar la tuya,
imagen-sueño, transformada
en oscilante deseo de que fuera
siempre la misma,
cierta, justificada
existencia.
Urdo la idea compartida
cuando nadie nos lee la mirada,
ni el deseo ni el sueño
propio del saberse íntegro,
desceñido de la falsa
dramaturgia
donde se queman las mejores
inocencias.
Finalmente despierto y,
cotidianamente,
me avergüenzo.
Minotauro
Una indecible saciedad de nada
corroe los perfiles del silencio
y me quema,
con la saña asesina de los
tiempos,
la pureza del verbo. Si me
atrevo
a levantar en tímida protesta
tan siquiera una mano,
restalla el nervio
enceguecido en sus fibras más
siniestras,
bordando delirantes,
depravados,
cardenales de acero.
Emprendo nuevamente el laberinto
y presuntuoso el hilo dejo,
mas la bestia a horcajadas sobre
el mismo
llena de ulceraciones el camino
del regreso
y me contempla mirando desde
adentro,
y ríe por mi cuerpo,
cuando me ve arrastrar, infame y
lírico,
por las notas de sórdidos
reflejos,
las manos impacientes y
medrosas,
los labios hinchados y resecos,
y llega al paroxismo
su magistral versión del
unicentro,
en el momento en que confieso
mi pobre humanidad, mi
desastroso miedo,
el valor de mi afrenta,
la bestia que me mira desde
adentro.
Los dos últimos poemas pertenecen al libro del autor: Minotauro, editado por el ICCED. San Luis 1994, con una tirada de 12.000 ejemplares y distribuidos con el diario dominical de la fecha de edición.
Jerónimo Castillo
San Luis, Argentina
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