Vecinos
La
noche anterior al robo, intentaba desde la habitación vecina a ellos, sin
suerte, darle forma a un poema, que, definitivamente, escapaba con cada
uno de mis intentos.
Sin
querer, vencido por el sueño y la frustración del texto, me recosté a
oscuras a fumar, esperando dormirme.
La
charla en la pieza vecina se escuchaba nítidamente, así que, el plan de asaltar
un banco me tenía como espectador invisible y a su vez privilegiado.
El
sueño me venció y el paso de los días hizo que lo que aquella noche escuché se
fuera desvaneciendo, convirtiéndose en un recuerdo que no podía
identificar de donde provenía y si era real u onírico.
Luego
de unos días escuché desplazar los paneles del techo de los vecinos y una
especie de pasamanos hacia arriba, que termina con su colocación en el
lugar habitual.
Cuando
se produce el allanamiento, de madrugada y en forma violenta, en presencia del
juez, del fiscal y de una cantidad de policías suficientes para detener a un
barrio entero, lo escucho todo, aún despierto en mi afán de escribir el
poema perfecto. Luego se produce la salida de todos y el silencio impera
nuevamente en el hotel. Ahí, en el fracaso de mi poema nace la idea:
Entro
rápido a esa habitación, desplazo el panel y saco siete bolsas de dinero. El
único testigo es mi gato y gracias a Dios los gatos no hablan.
Me
acuesto a dormir y sólo pienso en dos cosas:
Comprarle
buena comida a mi gato y decirle al conserje que me voy a vivir a la
montaña porque la sociedad está enferma y llena de delincuentes y un tipo
como yo necesita un lugar tranquilo para dedicarse a escribir.
La visita del rey
Cuando
el rey llegó al pueblo -este pueblo perdido en la montaña con tan pocos
súbditos- cursó invitaciones a su fiesta plagada de manjares y
excentricidades. Todos corrieron alborotados y felices, todos menos mi
gato y yo, que intentábamos escribir, como siempre, un poema, un cuento,
esas cosas que nos gustan y tienen tanto de misterio e irracionalidad como
nuestra forma de vivir.
El
rey llegó a la cabaña con su guardia infernal, a preguntarnos por qué no
habíamos concurrido, le expliqué que nosotros preferíamos escribir. Me
propuso cambiar los roles un par de días para ver de qué se trataba, así que me
convertí en monarca y él, en ese intento de escritor, se instaló en
nuestro hogar cuarenta y ocho horas. La gente venía a besarme la mano y me
traía ofrendas, comida, todo tipo de regalos, y yo ocupado en esas
idioteces, extrañaba mi vida de siempre.
Cuando
el tiempo se agotó volví a la cabaña y encontré al rey con una hoja en blanco.
No
supe ser rey ni él escritor, la gente siguió feliz siendo esclava, mis días
pasan como siempre y los de mi gatito también.
El
reino sigue intacto.
El ladrón
Desde
el punto de vista legal, el tipo es un ladrón.
Desde
otra mirada es, simplemente, un pobre como el vigilador del supermercado que lo
detiene, el policía que lo arresta, la señora que lo fusila con sus palabras y
los que miramos esa escena que habla sola.
Todos
somos pobres y honestos salvo ese tipo que se comió el sándwich sin pagar. A ese tipo hay que
aleccionarlo, sin dudas, dicen todos:
no
podemos permitir que esto suceda y que el ejemplo del resto de la sociedad -
pobre y honesta,
que
camina callada y respetuosa hacia la caja a engrosar los bolsillos de
delincuentes anónimos sin rostros - da cuenta todos los días.
Cuando
era un niño, mi tío repetía la frase:
La
revolución nace de la boca del estómago,
tal vez de Mao.
Pero
eso fue hace mucho cuando no éramos tan serviles ni tan fríos y los ladrones de
verdad desvalijábamos bancos.
Andrés Bohoslavsky
Desde algún lugar del mar
muy interesantes estos relatos
ResponderEliminarGracias por tu lectura, Stella Maris. Es agradable saber que has disfrutado de estos relatos.
EliminarSaludos cordiales
Analía
Muy buenos relatos,hay imaginación y roza la realidad.
ResponderEliminarGracias por tu lectura, querida Haidé.
EliminarCariños
Analía