miércoles, 20 de abril de 2016

Sergio Borao Llop


Babel

Babel con bordes azulados
-¿simulando el añorado cielo?-

¡Hay tantísimo ruido!
¿Cómo podemos entendernos
unos a otros? ¿Cómo
podríamos siquiera
entendernos a nosotros mismos?

Así el torrente pasa
veloz como las horas
llevándose en su azul
llantos y exaltaciones.

Hacia el mar, que es la nada.


Arena

¿Quiénes seremos cuando el ruido cese
y los cuadernos, ya cerrados, duerman?

¿Qué voz nos llamará por nuestros nombres?

Tan sólo nuestras huellas en la arena
quedarán, si el mar no las engulle.

¿Persistiremos lluvia, trino, rumoroso río?
¿Tal vez ensoñación de una palabra
prendida entre las crines del recuerdo?
¿Ceniza entonces, rescoldo de nostalgias?

Signos apenas en la arena leve.
               O quizá sólo arena…


Bajo la alfombra

Todo el mundo sabe
que a los poetas los carga el diablo.
Por eso todo el mundo
mete a sus poetas bajo la alfombra
cuando vienen visitas
o los encierra con llave
en una habitación sin fondo
a ver si hay suerte y al abrir la puerta
han desaparecido para siempre
tragados por los bosques de arena
o bifurcados en las intersecciones
de los puentes heptagonales.

Pero toda precaución es poca:
A través de alfombras y paredes,
de océanos y siglos, de barrotes,
la palabra se expande, primavera
de voces desgajadas por el valle,
río de aguas voraces que se acerca,
feraz enredadera trepándose a los muros,
penetrando ventanas, expandiéndose
por el aire de todas las estancias
y estallando en rotundas espirales
que estremecen lámparas y muebles
en nombre del poeta sepultado
bajo perversas lápidas de olvido.


Caverna

No es que seamos del todo inconscientes
de nuestra heredada condición de oscuros
y resignados habitantes sedentarios
en la caverna que pintó el filósofo.

(Aunque disimulemos, no ignoramos
que sombras sólo son, y no otra cosa)

Pero es más fácil permanecer quietos
sentados en silencio frente al muro
contemplando esas figuras móviles
y sus exuberantes maniobras.

Es más cómodo ver pasar las horas
sin esbozar un gesto, sin silbar una nota,
sin mirar hacia el sol -siquiera de reojo-
(porque la luz abrasa la retina).

Y si alguno levanta la cabeza,
si alguien susurra o canturrea,
si alguien grita que existen las estrellas,
entonces le miramos con desprecio,
le escupimos con furia, le arrojamos
las virulentas piedras de la ira
o el amargado esputo del silencio.

(No importará si el díscolo insurgente
es nuestro propio hijo, nuestra sangre,
el magma inmaterial de nuestra entraña).

Para preservar nuestra mentira
-nuestra tiniebla de imágenes fugaces-
le acuchillaremos ritualmente;
después veremos su sangre derramada
como si fuese otra, como si sólo fuese
la lava redentora de los dioses,
el fulgente licor de sus ensueños
-otra figura más en la pared bailando-.


Poemas de Por si mañana no amanece, tomados del blog del autor:

Sergio Borao Llop
Zaragoza, España
Ha publicado El alba sin espejos, por el sello eBooks Literatúrame!

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