Babel
Babel con bordes azulados
-¿simulando el añorado cielo?-
¡Hay tantísimo ruido!
¿Cómo podemos entendernos
unos a otros? ¿Cómo
podríamos siquiera
entendernos a nosotros mismos?
Así el torrente pasa
veloz como las horas
llevándose en su azul
llantos y exaltaciones.
Hacia el mar, que es la nada.
unos a otros? ¿Cómo
podríamos siquiera
entendernos a nosotros mismos?
Así el torrente pasa
veloz como las horas
llevándose en su azul
llantos y exaltaciones.
Hacia el mar, que es la nada.
Arena
¿Quiénes seremos cuando el ruido
cese
y los cuadernos, ya cerrados, duerman?
y los cuadernos, ya cerrados, duerman?
¿Qué voz nos llamará por
nuestros nombres?
Tan sólo nuestras huellas en la
arena
quedarán, si el mar no las engulle.
quedarán, si el mar no las engulle.
¿Persistiremos lluvia, trino,
rumoroso río?
¿Tal vez ensoñación de una palabra
prendida entre las crines del recuerdo?
¿Ceniza entonces, rescoldo de nostalgias?
Signos apenas en la arena leve.
O quizá sólo arena…
¿Tal vez ensoñación de una palabra
prendida entre las crines del recuerdo?
¿Ceniza entonces, rescoldo de nostalgias?
Signos apenas en la arena leve.
O quizá sólo arena…
Bajo la alfombra
Todo el mundo sabe
que a los poetas los carga el
diablo.
Por eso todo el mundo
mete a sus poetas bajo la
alfombra
cuando vienen visitas
o los encierra con llave
en una habitación sin fondo
a ver si hay suerte y al abrir
la puerta
han desaparecido para siempre
tragados por los bosques de
arena
o bifurcados en las
intersecciones
de los puentes heptagonales.
Pero toda precaución es poca:
A través de alfombras y paredes,
de océanos y siglos, de barrotes,
la palabra se expande, primavera
de voces desgajadas por el
valle,
río de aguas voraces que se
acerca,
feraz enredadera trepándose a
los muros,
penetrando ventanas,
expandiéndose
por el aire de todas las
estancias
y estallando en rotundas espirales
que estremecen lámparas y
muebles
en nombre del poeta sepultado
bajo perversas lápidas de
olvido.
Caverna
No es que seamos del todo
inconscientes
de nuestra heredada condición de
oscuros
y resignados habitantes
sedentarios
en la caverna que pintó el
filósofo.
(Aunque disimulemos, no
ignoramos
que sombras sólo son, y no otra
cosa)
Pero es más fácil permanecer
quietos
sentados en silencio frente al
muro
contemplando esas figuras
móviles
y sus exuberantes maniobras.
Es más cómodo ver pasar las horas
sin esbozar un gesto, sin silbar
una nota,
sin mirar hacia el sol -siquiera
de reojo-
(porque la luz abrasa la
retina).
Y si alguno levanta la cabeza,
si alguien susurra o canturrea,
si alguien grita que existen las
estrellas,
entonces le miramos con
desprecio,
le escupimos con furia, le
arrojamos
las virulentas piedras de la ira
o el amargado esputo del
silencio.
(No importará si el díscolo
insurgente
es nuestro propio hijo, nuestra
sangre,
el magma inmaterial de nuestra
entraña).
Para preservar nuestra mentira
-nuestra tiniebla de imágenes
fugaces-
le acuchillaremos ritualmente;
después veremos su sangre
derramada
como si fuese otra, como si sólo
fuese
la lava redentora de los dioses,
el fulgente licor de sus
ensueños
-otra figura más en la pared
bailando-.
Poemas de Por si mañana no amanece, tomados del
blog del autor:
Sergio Borao Llop
Zaragoza, España
Ha
publicado El alba sin espejos,
por el sello eBooks Literatúrame!
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