Ramblas de paseo
Solíamos pasear por las Ramblas
entre las
7 y 8 de la noche.
Sentarnos en alguna terraza
curtida de visitantes
sajones y franceses.
Ir al café de al lado o a la
bodega de la esquina.
Pedir una jarra de vino tinto,
una cubata,
para tripular una conversación
afortunada
o displicente, para echarnos a
reír bajo la ardiente
escenografía de esta ciudad
grandiosa, gaudiana
y embustera.
Eran los síntomas, los rituales,
para llegar a media
noche y conocer las puertas
secretas de Barcelona.
Esta enorme morada siempre
estuvo llena
de sorpresas, de personajes híbridos
y misteriosos,
de muchachas indecisas y
nocturnas mostrando
sus corazones infrarrojos, los
labios atrevidos
y desafiantes de venganza.
Mi compañera era una mujer
carismática,
provocadora e inquieta.
Sabía arrebatarme los sueños en
esas locas
hostales donde no permitían al
amante informal
a pesar de los cambios que la
hacían
entrar en la modernidad
simiótica.
Años de mucha rumba, de mucho
vacilón.
Demasiada noche para entrar a la
cañada de la
Paloma, el London bar, el
Celeste, la Ópera,
la diversidad.
De mucha tela marinera me han
poblado los años.
En los amores internacionales
fui coleccionando
mi fortuna.
Fue la ciudad del horror, pero
también,
de la hermosura.
Fueron mis pesadillas habitantes
de un cosmos
enrevesado y confuso.
Palabras que bajaban en su
torbellino abrazando
dentro de mí la ciudad en
llamas, la ciudad única,
hacinando mis palabras en el
fuego.
¡Oh, dioses! Que no volverán a
arrojarme
a las criptas tenebrosas de la
desesperación.
He sobrevivido a las tempestades
y a las hordas
apocalípticas del opus dei
cuando Franco detenía
su marcha para viajar hasta la
última morada.
He sobrevivido a las amantes y a
los latrocinios
de las amantes en las playas de
Blanes
y en los sofocados territorios
de Castelldefels.
Eran esas fechas de júbilo y de
horas envidiables.
¡Oh, atardeceres que no volverán
a repetirse!
Los tiempos de hoy son otros
porque son las nuevas
peripecias de la vida, los
encantos de los tiempos
tecnológicos.
Pero los tiempos de ayer sacando
cuenta
y haciendo un ajuste de cuentas
a la verdad,
ya lo dijo Manrique: Cualquier
tiempo pasado
fue mejor.
Hoy el amor se mece entre
protectores achicharrados
de epidemias, entre ráfagas
artificiales del placer
informativo.
El deseo es carne chamuscada,
factor de riesgo,
un matadero improvisado, un
placer que se ha
acostumbrado a vivir a la
deriva.
José Miguel Diez Zalazar
Chiclayo, Perú
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