Ánima
I.
Suspensa la gota de oro
de aquel cirio en la profunda
ventana que abre la noche
sobre el indefenso cuerpo
de las ciudades a oscuras:
II.
ha de caer nieve pronto
y afila el viento su cuerno
sobre este mundo que frente
al ojo lento de Dios
de bruma y polvo se vuelve
Árbol
A tu sombra reposa
el caminante ya cerca
del fin de su viaje
De vez en cuando toca
del viento la flauta
de plata que anuncia
el invierno del mundo
Pero dime cuántos
siglos han cruzado
tus hojas y cuántos
incendios aguardan
todavía, qué memoria
guarda tu madera
de amantes fantasmales
de legiones oscuras
como el aliento mismo
de la noche inminente
Días de viaje
Largo ha sido pues el viaje
y azaroso el juego
secreto de los dioses
que condujo hasta aquí
desde estrellas remotas
Marca un reloj invisible
el exacto compás
de las lunas y los días
concedidos: te vas
en el eco de un fino
badajo de oro que toca
al oído en ciertas
noches largas de invierno
y te ve pasar aquel
retrato de Durero
En la baraja te buscas
de un Tarot de otro mundo
en otra tierra posible
que acoja amorosa
la levedad de tus huesos
y en la lengua de los padres
Recuerdas al viejo Ulises
acaso en el Canto Quinto
sabes de alguna extraña
manera que aquí
en esta misma estación
nada concluye, ni tú
ni la sombra de cruzar
el espejo: en este
lugar preciso del mundo
donde pura y densa
cae la lluvia y cae
por los días de los días
Heraus
Buscar o buscarse
en la víspera
de la inexorable
noche que aguarda
a cada uno, elegir
uno u otro camino
en la errancia
perpetua, habitar
el nebuloso país
de velados espejos
en la linde de un bosque
sentarse muy solo
la cabeza desnuda
bajo la tormenta
de Dios y hablar
un instante a los amados
ausentes y apenas
saber que la piedra
lanzada cierra ya
su círculo en el agua:
que una vez, hace tanto,
menos que un tallo
sumario de hierba
Locus amoenus
En esta hora impar
de la noche en que las cosas
se llaman a silencio
y la máquina del mundo
pareciera detener
un instante su vértigo
En esta misma hora
en que apenas alumbra
una alta luna de plata
el alto bosque celeste
recuerdo a los viejos
maestros en su pretérito
tiempo y pienso en el otro
que fui, en el camino
que siempre se bifurca
Y acaso piensa en mí
la melancólica sombra
que habita el extraño
país del espejo: pues
siempre vuelves, Horacio,
y tus canes oscuros
Y la más grande Musa
sola yace en la memoria
en su lecho de estrellas
donde un viento helado
gime y desde el fondo
de los siglos, conmovida,
Anactoria regresa
…
Y el ojo en la noche
moderna mira otra vez
hacia atrás como acaso
la espalda de Casandra
la honda ruina de Troya
Y lentamente llora
Y lentamente pasa
Alejandro Drewes
Buenos Aires, Argentina
Un gusto, Alejandro volver a leerte. Literatura profesional y entradora la tuya.
ResponderEliminarVa un abrazo
Betty
Gracias por tu lectura, querida Betty. Que estés muy bien
EliminarQUÉ LINDO COMPARTIR ESTE ESPACIO AMIGO, DE ANALÍA. HERMOSOS POEMAS, COMO SIEMPRE, ALEJANDRO. ABRAZO.
ResponderEliminarGracias querida Laura
EliminarCariños
Analía