Fotografía en sepia
La niebla cubre la ciudad
fantasma que emerge lentamente
con un sol no tropical
obscurecido como las entrañas de
los bulevares
cantinas amarillentas en el rojo
carmín
de sus espejos
Una mujer cruza la Plaza de la
Cultura
desdentada sin edad ni perfil
sombra eterna de mantos velos y
cruces
que anochecida en los bosques del
XIX
se busca en lo perdido por el
milenio
al umbral de una metrópoli
encadenada
por el galimatías que se vende a
granel
bienes raíces lotería científica
dentífrico místico
seudohistoria y licantropía
Ciudad
El cósmico basurero de luces
no es la última botella
que acabamos en Bolero barrio Escalante
o Rayuela San Pedro Montes de Oca
tal vez Ceferinos bar Ciudad Quesada
ya avanzados los 80
tampoco los amigos sentados en la
acera
tras la humareda de cigarrillos
dobles
o la lenta marcha de un furgón
hacia la guerra
como dedos que desabrochan
el vestido de una muchacha
en el silencio de la
clandestinidad
laberinto de imágenes temblorosas
en la llanura sos
selva vaciada de la memoria
reverso en el daguerrotipo de lo
contrario
paraje oscuro de otras voces
palabras que no pronunciamos
ni escribimos
promesas hechas en la ebriedad
del círculo de señoritas
universitarias
que no se lo creyeron hasta la
caída de sus calzones
el ronroneo alto de sus pechos
la nalgueada
el mordisco de la camisa en el
rostro
la paliza de amor al verde
ramazón del hipo
lo simple en la sublimación de
luceros sobre el agua
sos eso y nada y todo
gesto que se expande por la
ventana
como aullido o disparo
en el edificio del pánico donde
palmaste
o la mano humedecida que apaga la
luz
para enviarnos a la cama sin una
hierbecita siquiera
tristes y ajenos como
vos
aldea hipertrofiada por el sueño
que no llega
El lobo púrpura
A Alfonso Peña, Tomás Saraví,
David Maradiaga
El mito te convirtió en feroz recuerdo de arrabal
Por eso nadie recuerda nuestros diálogos
Sino la estupefaciente materia de tu vientre
Sin embargo / asistimos puntualmente a tus aullidos
En remolino de imágenes como la lluvia
Que oficiaba de persiana a los golpes del chacal
Aúllos que trastornaron la tranquilidad del barrio
Y cicatrizaron los hospitales con el griterío
Como antífona a la cacería de la gnosis de los poetas
Que se internaron bosque adentro en desvarío
Solamente queda la humareda de aquellos poemas
Escritos sobre las mesas con el puñal de la venganza
Ahora parecen viejos grafitos desclavados de la gran pared
Pero si nos esforzamos podríamos verlos aún
Al trasluz del tranvía que te encandila por dentro
Poemas del
libro San José varia
Adriano de San Martín
San Carlos, Costa Rica
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Analía Pascaner