Los tres mosqueteros
El
domingo llegaba con olor a fútbol y ravioles. Los Tres Mosqueteros con el
puñado de dinero iban en busca del collar de la reina. Escalerita de cabecitas
negras corriendo por la calle hasta la entrada grande del cine, donde la magia
sobre una tela blanca inmensa rodeada de telones rojos brotaba. Se apagaban las
luces. Los insoportables anuncios de LOWE iniciaban la catarata de pataleos y
silbidos. Chicles en el pelo en vez del luminoso prometido por la morocha que
movía el pelo en la propaganda de Cljnic.
Luego
el silencio, los ojos asombrados. La película del vaquero de cara linda hacía
voto de justicia ante el cuerpo de su mujer e hijos muertos. Iba a buscar al
asesino a sueldo que había destrozado su vida sólo por bandido y envidioso. Más
tarde el desierto, el sol quemante. La mujer rubia del Saloom haciéndole guiños
al hombre bonito. Las trompadas entre los borrachos, celosos del amor de
Sheila. Entonces los tres mosqueteros; mis hermanos y yo gritábamos como locos
con los otros chicos cuando el lío aumentaba. Risas a carcajadas por el
nerviosismo inspirado por la pantalla. Las caras manchadas de maní con
chocolate. Por fin el pobre vaquero encontraba a su enemigo. Vestido de negro,
el rostro anguloso, los ojos oscuros, bigote finito la mirada amenazadora, Las
pistolas a ambos lados de la cadera retando a duelo al joven de cara hermosa,
siempre rubio siempre de ojos azules con cara de bueno. El duelo era
inevitable. Tensión en la sala del cine. Las manos de los dos hombres
moviéndose coléricas hacia las culatas de los Colt, parados uno frente el otro
en los extremos del pueblo. No queríamos que muriera el infortunado vaquero que
había salido de su pueblo a buscar justicia. Pero el bien triunfa sobre el mal.
El hombre de negro, tocándose el pecho gesticulando la muerte caía sobre la
tierra levantando polvo. El plano se ampliaba desde arriba. Nosotros inocentes
ante este triste espectáculo de venganza levantábamos los brazos festejando el
final del duelo.
Las
luces se encendían y corríamos hacia la calle abrazados con otros amigos. Los
tres mosqueteros volvíamos a casa para despertar la siesta de un domingo
cualquiera, sin saber que el collar de la reina nunca lo encontraríamos.
Humito
La
nena daba saltitos, era una bailarina. Los sapos croaban haciéndole el ritmo.
La pálida tarde se desvanecía en el ocaso. ¡A comer! La voz de la madre
interrumpía la danza. El barrio se llenaba de luces sonidos y olores. Más
tarde, el silencio. La respiración tranquila de todos era un viento cálido que
rodaba por la calle. Hasta que un día, desnudo, flaco, con los pelos parados de
mugre y los ojos perdidos en llamas, apareció el que se decía ser Dios. Era un
pobre dios asustado, los diablos metidos en su mente revolcándose en el pantano
arcilloso de la locura. Los niños cuando lo veían se escondían muertos de
miedo, ellos sí pensaban que era Dios, el que todo lo ve, todo lo oye, el que
todo lo puede. Las tardes después de la escuela pasaron a ser horas sin brillo,
solitarias. Mucho tuvieron que hacer las familias para que no le temieran. Era
un pobre hombre con la mente extraviada. Lo bautizaron Humito y de a poco pasó
a formar parte del barrio. Sin embargo, la nena que bailaba de puntitas, hoy
una mujer, cuando pasa por el refugio del pobre hombre, sigue teniéndole miedo,
no vaya ser que realmente fuera Dios.
Silvia Susana Rivera
Bahía Blanca, Buenos Aires, Argentina
SILVIA, QUÉ LINDO MATERIAL HAS EDITADO, EN ESTA REVISTA AMIGA. ME ENCANTÓ COMPARTIR ESTE ESPACIO, CONTIGO. ABRAZO., LAURA.
ResponderEliminarGracias querida Laura
EliminarCariños
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