Sin móvil
Móvil
en mano, le mostraba al agente como una vecina maltrataba a su indefenso y
anciano tío. La acusada no tenía móvil ni pruebas que la defendieran, se le
salían las grietas del corazón, los ojos secos de llorar de más, el olor a sexo
indeseado e indefenso, su soltería… Lo que la convirtió en la protagonista de
este desquite tardío a la pérdida de su inocencia.
La bienvenida
Como
ancestral sirena, Marina siempre despedía el sol en espera de la entrada del
barco de su nombre, mientras evocaba a Manuel con las piernas abiertas,
buscando el equilibrio sobre el pequeño pesquero. Él había muerto, ella misma
esparció sus cenizas en esos rompientes, pero lo hacía regresar.
Mártir
Fernanda
fue a Playa Girón para buscar la tumba de su abuelo combatiente, aquél que
adornaba las biografías de ella y de su madre, y había convertido a su abuela
en viuda de un mártir. En cambio, sólo recibió el silencio de cada piedra y la
certeza de que la anciana se inventó una historia eficaz, eludiendo a la
vergüenza de tener un marido invasor.
Ya puedo morirme
Diana
cruzaba torpemente los dedos y esperaba impaciente, que apareciera uno
cualquiera de aquellos que tuvo en la cama. A veces se cumplían sus deseos y yo
me iba por unas horas, para que se le aliviara el ardor permanente.
Cuando
me fracturé la cadera, me reemplazó y asumió, Roberto. Él era principiante en
todo, no rebasaba los treinta y cinco, pero quería ayudar y nunca había tenido
lo que encontró en mi hija: una sonrisa entera, amor de sobra, inteligencia
desbordada. Se aferró a aquella sombra chinesca sobre una silla de ruedas y,
rápidamente pasó de aprendiz a experimentado. Como ella, mantenía el apetito inalterable
y le descruzaba los dedos, ahí estaba.
Con pespuntes negros
Marisela
llegó a echarle aire a su bicicleta y se fue en un Audi gris. Muchos estuvimos
en su casamiento y en la inauguración de su nueva casa, fuimos testigos de su
bienestar. Hasta que salió embarazada: él fue solo a España y perdieron el
contacto, no llamaba, no escribía, no vio a su hija crecer, mudar los dientes,
graduarse… ni la vio a ella envejecer manteniendo la belleza intacta. Demasiado
tarde supimos que él murió en aquel viaje, ya lo habíamos desacreditado cada
vez que venía a nuestro recuerdo.
Lucía Isabel Chiong Rivero. La Habana, Cuba
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Analía Pascaner