martes, 4 de noviembre de 2014

Lucía Isabel Chiong Rivero

Sin móvil

Móvil en mano, le mostraba al agente como una vecina maltrataba a su indefenso y anciano tío. La acusada no tenía móvil ni pruebas que la defendieran, se le salían las grietas del corazón, los ojos secos de llorar de más, el olor a sexo indeseado e indefenso, su soltería… Lo que la convirtió en la protagonista de este desquite tardío a la pérdida de su inocencia.


La bienvenida

Como ancestral sirena, Marina siempre despedía el sol en espera de la entrada del barco de su nombre, mientras evocaba a Manuel con las piernas abiertas, buscando el equilibrio sobre el pequeño pesquero. Él había muerto, ella misma esparció sus cenizas en esos rompientes, pero lo hacía regresar.


Mártir

Fernanda fue a Playa Girón para buscar la tumba de su abuelo combatiente, aquél que adornaba las biografías de ella y de su madre, y había convertido a su abuela en viuda de un mártir. En cambio, sólo recibió el silencio de cada piedra y la certeza de que la anciana se inventó una historia eficaz, eludiendo a la vergüenza de tener un marido invasor.


Ya puedo morirme

Diana cruzaba torpemente los dedos y esperaba impaciente, que apareciera uno cualquiera de aquellos que tuvo en la cama. A veces se cumplían sus deseos y yo me iba por unas horas, para que se le aliviara el ardor permanente.
Cuando me fracturé la cadera, me reemplazó y asumió, Roberto. Él era principiante en todo, no rebasaba los treinta y cinco, pero quería ayudar y nunca había tenido lo que encontró en mi hija: una sonrisa entera, amor de sobra, inteligencia desbordada. Se aferró a aquella sombra chinesca sobre una silla de ruedas y, rápidamente pasó de aprendiz a experimentado. Como ella, mantenía el apetito inalterable y le descruzaba los dedos, ahí estaba.


Con pespuntes negros

Marisela llegó a echarle aire a su bicicleta y se fue en un Audi gris. Muchos estuvimos en su casamiento y en la inauguración de su nueva casa, fuimos testigos de su bienestar. Hasta que salió embarazada: él fue solo a España y perdieron el contacto, no llamaba, no escribía, no vio a su hija crecer, mudar los dientes, graduarse… ni la vio a ella envejecer manteniendo la belleza intacta. Demasiado tarde supimos que él murió en aquel viaje, ya lo habíamos desacreditado cada vez que venía a nuestro recuerdo.



Lucía Isabel Chiong Rivero. La Habana, Cuba


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