La filarmónica de la vida
Comienza sonando el silencio,
de la oscura y profunda sala.
Ellos están ubicados de la misma
manera,
los agudos
los graves,
con sus bellas y tristes cuerdas
a los costados y frentes.
Detrás en medio alto,
en la tiniebla,
aquellos vientos y oscuros
susurros,
primero las maderas
luego el metal.
En el abismo,
la percusión de aquéllos que
llegarán al frente,
sus golpes desafiarán al
siniestro,
aquéllos que desafían al
silencio.
El
principal sube
donde obtendrá el control,
ellos listos están.
Comienza la pieza…
Los cuerpos de cuerdas,
de alabanza
en penas.
¡Comienzan!
Lentos y se acompañan
las teclas de aquel órgano
tubular
camina con la melodía,
mientras en el frente las manos
guían la sonata.
Comienzan los vientos,
la madera deja salir el agitado
aire,
los dedos espectrales sostienen
las notas
en el fondo comienzan los
agitados tambores,
pero no están aún en su gloria.
La orden sostiene
que los telarañosos violines
entonen a las alturas
los contrabajos responden de la
misma manera,
las trompetas,
trombones los llevan al cielo,
las percusiones acompañan la
intención,
aquellos músicos están en lo más
alto,
en su plenitud,
es su luz,
la última que tal vez sientan,
retratan la sonora belleza en el
oscuro y espeso aire.
Quien da la orden en luz de vela
aún sigue sosteniéndose en pie,
difícil es cuando la coherencia
se vuelve intranquila,
la locura se apodera,
la ambición comete un crimen,
toda la filarmónica suena,
en tan bella sonata donde vive,
y con tal fuerza se refleja,
con tanto poder,
que quien dirige
ya no se puede sostener,
la música es tan viva como la
misma vida
de aquéllos que tocan en la
muerte,
aquél que dirige no es más,
que quien ha elegido
cómo vivir esa vida que ya no le
pertenece,
detrás de aquella espalda
adolorida,
a punto de caer,
está el valle oscuro y rabioso,
están todos aquéllos
que quedaron al paso.
La pieza ha sido tan fuerte
que las antiguas velas se
encienden,
aquéllos que pintan musicalmente
las tinieblas,
en cadavérica angustia, apuntan
la mirada al frente,
ellos fueron tan fuertes para
sostener
a quien no los quiere abandonar,
a quien frente de ellos está.
El tiempo aún no se ha salido de
control,
sus débiles y muertas piernas
son tomadas por la gloria,
una vez más está en lo alto para
seguir,
aunque el cielo y el infierno
prestado de sus suelos piden el silencio,
el silencio de los hombres,
el silencio que da muerte.
Aquí los ángeles y los demonios
luchan,
por sólo un lugar para poder
oír,
mientras ellos no dejan de
tocar.
En las profundidades se oye el
réquiem de los muertos,
las cuerdas,
vientos y percusión,
ellos no dejan de tocar
aún en la tempestad de aquel
oscuro lugar,
en aquél donde mortales ya no
son,
donde el hombre sólo es
espectro,
donde la música sigue siendo
música,
música para los seres,
que fueron hombres,
hombres que fueron músicos
músicos de las tinieblas,
tinieblas para la oscuridad,
oscuridad para aquéllos
que viven ahora en ella.
Del libro Tierra silenciosa
Jeremías Vergara. San Martín de los Andes, Neuquén, Argentina
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