martes, 4 de noviembre de 2014

Gabriela Bruch

I

Otra vez la ruta. Nómade. Con una valija y un pañuelo.
Sueños de terminal de micros. Cielo otra vez sobre la ruta.
Un pañuelo. Una valija.
Nómade.

II

Mi cuerpo se evapora. Una nube gris.
Me d e s i n t e g r o.
El arte me separa del mundo.
Quiero ir a comprar pan o
no ser yo.
(Al menos por unas horas).
Son esos momentos perversos.
Momentos únicos.

III

Esta soledad no me habita.
Yo habito en ella.
Mi morada azul
Helado de frutilla y sambayón.
Y dos cipreses.

III

Cruzaba el monte, penetraba en el cerro como un animal en celo, como un cóndor dando vueltas en círculo solar, como el grito del Calabalumba, como las estrellas gritando luz en el cerro serrano.
Cruzaba el monte, penetraba el cerro.
Como si fuera todo eso.
Pero no lo era.

IV

Si digo que vengo del fondo del abismo, nadie me lo creería.
Pero había tanto azul, tanta agua entre serpientes de algas.
Era hermoso, también, aunque no lo crean.
El tema es la salida.
No quedarse en el fondo.

V

Con la noche llega el aullido.
Y los estragos de la luna sobre el cerro.
Un amante se despide para siempre.
Un recuerdo flota como si fueras vos,
en aquel invierno
de bufandas imaginarias.

VI

La luna negra se escurre entre las nubes. He tratado de mirarme y el espejo se llenó de humo. La cama, una especie de refugio que no alcanza.

VII

Melodiosa música del río y cielo. Un ángel bajó a abrazarte, lucerito de la tarde. Alitas de amor acunando dulzura de madre eterna.

VIII

Como siguiendo un camino
como corriendo detrás de mí
como señalándome la cumbre.
Y no querer nunca llegar.
Para poder seguir.
Buscándote.



Gabriela Bruch. Gran Buenos Aires, Argentina


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