El escritor Cyborg
Soy escritor y
ya no encontraba palabras que no estuvieran usadas en la literatura universal
de modo que me hice instalar un oído
artificial en la cabeza para poder escuchar los sonidos que me
rodean, como lo hacen los insectos o los animales. Los sonidos que más me
impactaron fueron los de un gato macho y una hembra que flirteaban en mi
balcón. ¡Qué dulces poemas de amor! Una
parte de mi cuerpo vibró con una extensión de mis sentidos. Mis libros fueron
un éxito pero no voy a revelar mis secretos.
Edgar y el cuervo
Edgard
me invitó a tomar una copa en su departamento y me sentí “la elegida del dios
Odín”. Se comportó como caballero, manteniendo una conversación sobre
mitologías y otras culturas. Tenía dos cuervos disecados, llamados Hugin y
Munin - dijo - y otros cuadros de diferentes especies del pajarraco.
-Los
cuervos se consideraron como pájaros de mal agüero - dije deliberadamente -
debido al simbolismo negativo de su plumaje negro. A veces los cuervos
representan a los fantasmas de las personas asesinadas o representan las almas
de los condenados.
-Ay!
Leonor - dijo dulcemente - yo estoy condenado a amarla como si usted fuera un
poema. - y se acercó a mí.
-“Nunca
más” - chilló un cuervo posado sobre un busto de Palas y me sobresalté tanto
que Edgard aprovechó para abrazarme.
Lo que pasó después no me acuerdo, tendrían que preguntarle
al cuervo o a Edgard.
El Mutante y la Esfinge
Chantun
nos acompañaba en los vuelos y para nosotros era un ser viviente de HR8799,
había sufrido una mutación que no lo invalidaba para ser un buen
tripulante. Varias veces descendimos en el Planeta Tierra en diferentes zonas y
la última vez cerca de Atenas.
Fue
en este viaje que Chantun vio a la Esfinge.
Vista por nuestros ojos era un monstruo con rostro y busto de
mujer, cola de dragón y alas de pájaro. Pero para nuestro mutante que tenía
otros valores estéticos: la
Esfinge era su objeto de amor. Le dijimos que se fijara en el
rostro demasiado pálido, en la boca que emitía canciones venenosas. Para él
eran bellos sus ojos como brasas encendidas. Ni siquiera las alas siempre
manchadas de sangre pudieron disuadirlo. El demonio de la destrucción subyugó a
Chantun y a partir de ahí dejó la nave deleitado por su canto.
Ada Inés Lerner. Ituzaingó, Buenos Aires,
Argentina
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