martes, 4 de noviembre de 2014

Gustavo Vicente Córdoba

P A I S A J E 

La tarde
impúdica se desnuda ante mis ojos
cerrados, vacíos de cansancio
mientras el sol
amarillento y pálido
busca El Ambato para pasar la noche.

Yo
adentro de mi cuarto, tan solo como siempre,
aguardo las sombras de la noche
con un libro sin leer entre las manos,
mi cuaderno de versos
detenido a un costado de mi tiempo
aguarda en el blanco de sus hojas
una palabra apenas
escrita con desgana, borroneados recuerdos,
a deshora.

En la calle
ventanas afuera de mi casa pasa gente apurada
ignorando que el que más prisa lleva
llega primero a cualquier parte
y no sabe dónde.

Cierro los ojos para guardar retina adentro
algún recuerdo y trato de inaugurarme
en hombre nuevo
cuando tu tiempo y el mío no sabían de ausencias
ni distancias
y la mañana amanecía entre tus ramas;
cuando el despertar era un coro de niños
cantando un himno a la mañana nueva
y reclamando la pitanza diaria.

¡Oh soledad!
aléjate por esta noche al menos, déjame estar
con mi libro sin leer entre las manos
mientras el sol antiguo amigo,
amarillento y pálido,
¡se apresta a dormir en El Ambato!


¡Qué cosas las mías!

¡Qué cosas las mías, que pecado, vida!
¡olvidar tu nombre!

Lo dejé a un costado, lo dejé en la calle
o en alguna esquina;
y ahora,
¡qué cosas las mías!
no recuerdo dónde.

¿Por qué rueda el mundo?
rueda por redondo,
y lo que está arriba
de pronto está abajo;
la memoria es frágil, el hombre es humano
y hasta olvida el nombre
de la que había amado.

Por eso, te digo, no quiero me culpes;
los olvidos míos
como los naufragios
son la consecuencia de haber navegado
en un mar de sombras,
proceloso y ancho, sin compás ni norte,
plagado de escollos
y de desengaños…

¡Qué cosas las mías, que pecado, vida,
olvidar tu nombre!


Agosto y Yo

Desperté temprano,
abrí puertas y ventanas para decirle
a este pálido y amarillento sol de agosto
¡buen día sol, bienvenido a mi casa!

Entra;
comparte tu soledad conmigo,
inunda con tu luz mi anochecer, hermano,
y si puedes, regresa mañana
u otro día, yo trataré de esperarte
y si no me encuentras,
ora por mí
a quien debas orarle.

Después, ordené mi cama, sobre mi mesa de luz
un manuscrito inconcluso
bostezaba su sueño
esta mañana;
creo que en él hablaba de un tiempo antiguo
con niños que poblaban los cuartos
de recuerdos sin adioses, sin distancias
ni lágrimas.

Me santigüé de nuevo,
di gracias a quien debo agradecer
por darme otra alborada
y dejé que este sol de agosto
amarillento y pálido, inunde con su luz
hasta el último rincón,
de esta
mi casa.


Poemas tomados de su sitio web:


Gustavo Córdoba. Catamarca, Argentina


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