martes, 4 de noviembre de 2014

Abel Edgardo Schaller

Alta Penélope

En un callado rincón
y a salvo de cualquier mitología,
teje y teje.
Nadie repara en su labor,
lo cual es una suerte,
porque prefiere un solitario sitio
a los disloques de las muchedumbres.
En su labor no se detiene nunca,
ni aún cuando ha concluido su tarea;
sólo hace una pausa necesaria
cuando advierte la intrépida visita
que le provee su alimento.
Después, ingrávida otra vez, y sola,
aire en el aire de la siempre espera,
reposa hasta su próxima visita,
la araña.

Paraná, octubre de 2014


Aquel mar de la plaza

Teníamos la fuente como un mar en la plaza.
Apenas asomados de codos en su orilla
(los codos nos dolían, pero eso no importaba),
con las puntas apenas de los tímidos dedos
librábamos aquellos barquitos a sus suertes.
A veces, algún viento de pelos en la cara
los llevaba hasta un borde de antípodas lejanas
donde también dolían los codos presurosos,
pero siempre era menos que un temido naufragio.
Exactamente enfrente, pueblera calle al medio,
quedaban las miradas de la comisaría.
Este detalle acaso era muy importante
para los coloreados peces de aquella fuente.
Porque hubo muchos ratos en que anzuelos caseros,
hechos con alfileres de mínimas cabezas,
escamaban los bordes con la pesca furtiva
que luego, presurosos, volvíamos al agua
(ya entonces era el miedo un don de policías).
Aquélla no era nuestra fuente de los deseos;
allí fue que aprendimos, redondamente ingenuos,
que lo que se ha marchado a veces no regresa,
porque hay vientos que acaban con muchos de los sueños
llevándolos a ignotos países de la nada,
y ya no son los codos lo único que duele.

Paraná, octubre de 2014



Abel Edgardo Schaller. Paraná, Entre Ríos, Argentina


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