El otro
Sí, seguramente es cierto aquello de que me afano
demasiado en observar hechos y personas; tienen sobrada razón los que sostienen
esta personal circunstancia. No sé por qué pero siempre abrigué la no común
creencia de que estoy dentro y a la vez fuera de la vida, y esto nada tiene que
ver con ninguna minusvalía de mi espíritu. Tampoco deseo acoger ni aproximarme
a las parlerías psicoanalíticas que puedan originarse.
Lo real es que suelo acomodarme diariamente en un bar
cercano a mi departamento, porque allí encuentro rostros conocidos, y esto no
es nada fácil en una ciudad tan heterogénea como Buenos Aires, donde las
relaciones son a menudo arduas o incompletas. Acostumbro a ubicarme bien pegado
a la vidriera, y a través de ella veo transcurrir la vida, y trato de despejar
la incógnita encerrada en cada uno de los que pasan en forma urgida, pausada o
vacilante. Escribo, leo y le hago chanzas a mi buen amigo Jorge, tantas como él
me las hace a mí; nos intercambiamos los diarios del día y hacemos variados
comentarios. Hablar así es una forma sencilla de recrearse, y es así cómo pasan
los días, cómo se va este tiempo azaroso en el que no nos complacemos por todo
cuanto tenemos y nos lamentamos por todo lo que nos falta.
Es provechoso e interesante imaginar la realidad que se
esconde en cuantos pasan; puedo advertir muchos rostros con gestos y formas de
caminar diferentes, al punto que es dable expresar que así como cada uno tiene
una firma distinta, algo igual sucede con cada paso que uno hace. Es una
verdadera impronta que diferencia a las personas.
Esta mañana Jorge comentó que me había visto cruzar por
la calle Pasteur, llamándome dos veces sin que yo me detuviera, por lo que
pensó que al no responder le hacía una de mis habituales bromas. Afirmé con
énfasis que no era yo, pues no salí en todo el día de mi casa intentando poner
al día mi trabajo atrasado; le dije además que existen parecidos asombrosos
entre personas que nada tienen que ver entre ellas. Jorge aceptó mi
explicación, pero en su interior me pareció que siguió convencido de que era yo
y no otro a quien vio cruzar la calle.
Hoy me acomodé en el bar como siempre, saboreé un café y
deploré la ausencia de mi amigo, quien había viajado; luego escribí algunas
notas e inicié mi diario acecho. ¡Tanta gente que va y viene con sus alegrías y
sinsabores, con sus logros y fracasos! De pronto apareció al vuelo un individuo
parecido a mí; salí prontamente a la calle para mirarlo mejor, pues se alejaba
con rapidez. En un momento dado se detuvo ante la vidriera de un comercio,
acorté la distancia y pude al fin divisarlo convenientemente. ¡Era un hombre
hasta en la vestimenta igual a mi persona! Me dirigí hacia él para hablarle,
advertí que dudó un segundo mirando a uno y otro lado, y cuando giró
súbitamente para retomar su marcha, con pavor me di cuenta de que era yo mismo.
Anonadado corrí y corrí pero no pude alcanzarme.
Julio Bepré. Poeta de Córdoba. Reside en
Buenos Aires, Argentina
Pero qué original y bien narrado, Julio, me encantó.
ResponderEliminarUn saludo
Betty
Muchas gracias por tu lectura, mi querida Betty.
ResponderEliminarCariños, que estés muy bien
Analía