Armisticio de las palabras
Espalda con espalda luchamos por
el vecindario.
Sin vernos la cara supimos del
sufrimiento,
imaginamos las heridas y
callamos el dolor.
Acepto que fuimos derrotados una
vez más:
el llanto de los niños es algo que
distrae.
Tal vez mañana, cuando
entreguemos las armas,
las trincheras ya sean playas de
estacionamiento
y un cantante de boleros amenice
concursos de baile al borde de
la ruta.
Habrá llegado entonces el tiempo
de firmar la paz,
de aceptar
en reglamentario silencio
que luego de estas líneas
vendrán otros naufragios.
Como una silla de mármol
Y me dio un reloj que no andaba
y el reloj marcaba un tiempo
de otros tiempos, cuando las
mujeres
saludaban entornando los ojos
y yo dije (en tono solemne,
estúpido como siempre)
“Un reloj detenido puede ser
un excelente pisapapeles”.
En esta parte de la historia
la lluvia le impone silencio a
los tejados.
¡Perdón, mujer desconocida,
sé que nunca más aparecerás en
mis sueños!
Y volví a dormirme,
solo y triste, como una silla de
mármol
en un baile de egresados,
sin saber si el tiempo de las
colaciones
sucede
en una cama.
Mujer del detenido reloj
que no volviste a aparecer en
sueño alguno,
perdóname.
Como van las cosas
lágrima serás, gota de esperma
ocasional.
Serás ¡ay! no sé, no sé,
algún océano.
Coordenada
Una mujer hornea un pan
a 1200 kilómetros de
distancia.
Lo intuyo desde aquí,
desde la galería de mi casa.
Una adolescente
se humedece los pechos
incipientes
con una colonia alternativa
comprada en Bolivia.
Yo la percibo aquí,
en la galería de mi casa.
Por la galería de mi casa
pasa el olfato de Dios.
Temo decirlo.
El desierto de los tártaros
No siempre las palabras
están a la altura de los
pensamientos,
ni el temor se condice con las
premoniciones.
La casa que ayer nos dijo hasta mañana
no sabe si alguna vez volverá a
cobijarnos.
El abrigo que lucíamos en la
ciudad
se volvió tontamente pomposo en
estas soledades.
Sólo me resta decir que los
fusiles están descargados
mi
coronel
y que las dagas no tienen filo.
Las feroces escuadras enemigas
que venían a matarnos
no
lo harán
son simples soldados
involuntarios, mi coronel,
asustados
como
nosotros.
Rogelio Ramos Signes. Tucumán, Argentina
--
A veces, el silencio es la peor
mentira.
Miguel de Unamuno
--
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Muchas gracias por pasar por aquí.
Deseo hayas disfrutado de los textos y autores que he seleccionado para esta revista literaria digital.
Recibe mis cordiales saludos y mis mejores deseos.
Analía Pascaner