Todo es cuestión de acostumbrarse
A mi padre
No se inquiete: ya los días se irán acomodando. Al principio es difícil, desde luego.
Llega, y es como si mil ojos quisieran derretirlo; la hostilidad no es externa:
es usted mismo quien presagia tormentas, alusiones, rumores. En cada palabra
nueva supone mañas escondidas e intenciones furtivas y el secreteo de los demás
también resulta molesto.
A cada paso suyo escucha advertencias parecidas a: “Tenga
cuidado”, “Por ahí no”, “Está equivocado”. Son las palabras de ritual, manidas,
estrujadas, que en los próximos días comenzarán a fastidiarlo.
De inicio, usted mismo se impone limitantes: mide sobre seguro
cada paso y desea descubrir qué dicen quienes comentan a su lado. Después
comienza a darse cuenta: no hay que ser avaro con los pasos, los tropezones
también ayudan a vivir; los cuchicheos son propios de la gente, a muy pocos les
gusta andar exhibiendo públicamente los problemas.
Dejarse abatir por una contingencia es normal. Resulta opresivo
que por su lado pase una mujer hermosa, de senos abundantes, de caminar altivo,
y los demás la admiren mientras usted se queda sin saber en realidad cuáles son
los colores que dibujan su rostro cuando ella escucha esas frases de los demás
que usted mismo quisiera repetir. Decirle por ejemplo: “Me quedaría un siglo
contemplándola”. Son minucias: ya aprenderá a orientarse por el taconeo de los
zapatos; sabrá si tiene una pierna dos milímetros más corta que la otra.
Aquí no habrá lugar para
las dudas, no pensará nunca: “Tendré que mendigar o ganarme el sustento
rasgueando una guitarra sin deseos”. Estará seguro que de chocar contra un
latón lleno de basura escucharán sus protestas.
Por tanto, la única muralla a derrumbar será la que traiga usted
mismo entre pecho y espalda. No se quede encerrado en la casa: salga a tomar el
sol tibio y hasta el del mediodía aunque la piel sufra; deje que durante las
noches la luna lo acompañe en sus viajes hacia los lugares que decida
descubrir. Esa es la palabra: descubrir el mundo, fabricarlo de nuevo como si
usted fuese Dios, domarlo como si se tratara de una bestia salvaje. Porque eso
sí: las victorias fáciles no existen.
Cuando ya tenga esa presencia de ánimo, alíviese de asperezas y
sea indulgente. Algunos no entenderán su obstinación, tomarán por caprichos esa
necesidad vital de vencer que podrá manifestarse aprendiendo el movimiento de
las piezas del ajedrez o manejando una máquina de escribir. Piense que ellos
están en un costado del mundo diferente al de usted y discúlpeles la
incomprensión sin apenas criticarlos, sólo perseverando en su propio triunfo.
Liberado así de las amarras físicas suelte las morales, quiero
decir las anquilosadas. Sus hijos quizás sean los primeros en criticarle esas
ansias de amar, de ser amado. ¿Y qué? ¿Acaso hay derecho a condenarlo a que las
horas se le licúen en el pecho? ¿No está su cuerpo todavía listo para sentir
las urgencias que en marabunta lo llevan a disfrutar los despiadados silbos de
las nubes? Deseche por inútil cualquier consejo de mesura: en estos casos, se
llega al lindero de la avaricia.
No le niego que pueden sobrevenirle recaídas. Al declinar la
tarde, las risas pueden ponérsele estrechas, las sienes suelen comenzar a
marchitársele, las flores son capaces de negarle sus perfumes. Contra estas
dificultades es conveniente estar prevenido. De nada valdrán llantos ni
borracheras; engañar las miserias es pretender saciar la sed sin agua. El
antídoto será extraer el último zumo de la vida y marchar adelante, sin miedo.
Allá lo esperarán nuevos misterios y escuchará de nuevo las frases consabidas:
“Tenga cuidado”, “Por ahí no”, “Está equivocado”. Sería tonto no escucharlas.
Ahora las necesita, aunque no les resulten agradables al oído. Pero no sucumba:
no acepte lazarillos, porque andar por sí mismos es la gran victoria de los que
ya no pueden mirar el mundo con sus ojos.
Cuento tomado del libro Ficciones de la Cuba Mía
Los lectores que deseen tener el libro
completo en versión digital, pueden pedirlo al correo electrónico del autor: casanova@tunet.cult.cu
Andrés Casanova. Las Tunas, Cuba
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Lo que de raíz se aprende nunca
del todo se olvida.
Séneca
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