martes, 26 de agosto de 2014

Andrés Casanova

Todo es cuestión de acostumbrarse

A mi padre

No se inquiete: ya los días se irán acomodando. Al principio es difícil, desde luego. Llega, y es como si mil ojos quisieran derretirlo; la hostilidad no es externa: es usted mismo quien presagia tormentas, alusiones, rumores. En cada palabra nueva supone mañas escondidas e intenciones furtivas y el secreteo de los demás también resulta molesto.
A cada paso suyo escucha advertencias parecidas a: “Tenga cuidado”, “Por ahí no”, “Está equivocado”. Son las palabras de ritual, manidas, estrujadas, que en los próximos días comenzarán a fastidiarlo.
De inicio, usted mismo se impone limitantes: mide sobre seguro cada paso y desea descubrir qué dicen quienes comentan a su lado. Después comienza a darse cuenta: no hay que ser avaro con los pasos, los tropezones también ayudan a vivir; los cuchicheos son propios de la gente, a muy pocos les gusta andar exhibiendo públicamente los problemas.
Dejarse abatir por una contingencia es normal. Resulta opresivo que por su lado pase una mujer hermosa, de senos abundantes, de caminar altivo, y los demás la admiren mientras usted se queda sin saber en realidad cuáles son los colores que dibujan su rostro cuando ella escucha esas frases de los demás que usted mismo quisiera repetir. Decirle por ejemplo: “Me quedaría un siglo contemplándola”. Son minucias: ya aprenderá a orientarse por el taconeo de los zapatos; sabrá si tiene una pierna dos milímetros más corta que la otra.
 Aquí no habrá lugar para las dudas, no pensará nunca: “Tendré que mendigar o ganarme el sustento rasgueando una guitarra sin deseos”. Estará seguro que de chocar contra un latón lleno de basura escucharán sus protestas.
Por tanto, la única muralla a derrumbar será la que traiga usted mismo entre pecho y espalda. No se quede encerrado en la casa: salga a tomar el sol tibio y hasta el del mediodía aunque la piel sufra; deje que durante las noches la luna lo acompañe en sus viajes hacia los lugares que decida descubrir. Esa es la palabra: descubrir el mundo, fabricarlo de nuevo como si usted fuese Dios, domarlo como si se tratara de una bestia salvaje. Porque eso sí: las victorias fáciles no existen.
Cuando ya tenga esa presencia de ánimo, alíviese de asperezas y sea indulgente. Algunos no entenderán su obstinación, tomarán por caprichos esa necesidad vital de vencer que podrá manifestarse aprendiendo el movimiento de las piezas del ajedrez o manejando una máquina de escribir. Piense que ellos están en un costado del mundo diferente al de usted y discúlpeles la incomprensión sin apenas criticarlos, sólo perseverando en su propio triunfo.
Liberado así de las amarras físicas suelte las morales, quiero decir las anquilosadas. Sus hijos quizás sean los primeros en criticarle esas ansias de amar, de ser amado. ¿Y qué? ¿Acaso hay derecho a condenarlo a que las horas se le licúen en el pecho? ¿No está su cuerpo todavía listo para sentir las urgencias que en marabunta lo llevan a disfrutar los despiadados silbos de las nubes? Deseche por inútil cualquier consejo de mesura: en estos casos, se llega al lindero de la avaricia.
No le niego que pueden sobrevenirle recaídas. Al declinar la tarde, las risas pueden ponérsele estrechas, las sienes suelen comenzar a marchitársele, las flores son capaces de negarle sus perfumes. Contra estas dificultades es conveniente estar prevenido. De nada valdrán llantos ni borracheras; engañar las miserias es pretender saciar la sed sin agua. El antídoto será extraer el último zumo de la vida y marchar adelante, sin miedo. Allá lo esperarán nuevos misterios y escuchará de nuevo las frases consabidas: “Tenga cuidado”, “Por ahí no”, “Está equivocado”. Sería tonto no escucharlas. Ahora las necesita, aunque no les resulten agradables al oído. Pero no sucumba: no acepte lazarillos, porque andar por sí mismos es la gran victoria de los que ya no pueden mirar el mundo con sus ojos.


Cuento tomado del libro Ficciones de la Cuba Mía

Los lectores que deseen tener el libro completo en versión digital, pueden pedirlo al correo electrónico del autor: casanova@tunet.cult.cu


Andrés Casanova. Las Tunas, Cuba


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Lo que de raíz se aprende nunca del todo se olvida.
Séneca
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