Dos corazones
Taza
de té de por medio se miraron, el murmullo de las otras mesas les llegaba
apagado. Cada grupo con sus voces, palabras sueltas, risas. Se sentían dentro
de una campana de cristal.
Nada
les tocaba ni distraía. Los ojos de él recorrían cada milímetro de esa cara
amada. Se detenían en los ojos húmedos, grandes, marrones, donde las luces del
bar se contoneaban produciendo chispas en cada parpadeo. Bajaban a extasiarse
en la boca de labios carnosos, débilmente pintados con brillos rosados.
Había
besado y mordido esa boca con pasión y deleite ¿cuánto hace? ¿Años, horas,
segundos? No lo sabía.
Pero
lo pensaba y un raro escozor le invadía el estómago.
Estiró
su brazo por sobre la mesa buscando la tibieza de la mano femenina que no
accedió al reclamo. Inquirió con una mirada y un toque de alarma le llega en
esos ojos huidizos y en el leve temblor del labio inferior.
Creyó
en una broma al escuchar tenemos que
dejar de vernos pero se pasmó su sonrisa cuando advirtió dos gruesas
lágrimas caer lento sobre el mantel.
-Vuelve
de Europa mi esposo. No puedo deshacer mi hogar. Por mis hijos, por mis padres,
por el lugar que ocupo en la sociedad. Perdóname, lo vengo pensando hace una
semana y ya está decidido. Sos joven, no te faltarán oportunidades. Fui muy
feliz con vos. No me odies.
La
vio ir caminando entre las mesas. No pudo moverse. No pudo hablar.
Las
palabras de ella penetraban lento, le costaba entenderlas, como si se hubieran
dicho en otro idioma y tenía que descifrarlas con dificultad.
No
sabe si pagó al mozo, como caminó hasta la calle ni de donde salió ese camión y
de donde esas luces enceguedoras que se apagaban lentamente… Lentamente… Hasta
llegar la oscuridad densa… Suave… Suave.
El vagón
Y estoy aquí, frente al remozado vagón-comedor de un añorado tren.
Las
roídas maderas de su escalinata, el pasamanos de hierro que vibra bajo mi mano.
Fantasmas
de huellas digitales de infinitas manos. Desconocidos inmigrantes llegados
a estas inconmensurables pampas a sembrar semillas, hijos, huesos.
Me
siento en uno de los bancos, cierro los ojos y los oídos a los infames motores
del boulevard próximo y los espíritus centenarios invaden el lugar.
Puedo
oír el acompasado trac-trac de las ruedas sobre los durmientes de quebracho.
Percibo el agua de colonia de las mujeres, encorsetadas en largos vestidos, me
llega el picante humo de tabaco negro. Los quedos murmullos del duro alemán,
los exaltados diálogos italianos.
El
apocado peón criollo, mirándose pensativo las alpargatas.
Me
saca del ensueño la llegada de clientes del vagón-bar. Vuelvo a la realidad del
coqueto lugar. Han respetado todos los detalles del antiguo vagón, sus doradas
farolas con pantallas de cristal opaco, la sobriedad de sus maderas y los
vidrios fijos de las ventanas adornadas con cortinas de voile blanco, apagan
los ruidos de este siglo y se extrañan los lejanos aires perfumados de lino y
ortigas que este mismo vagón acumulaba en sus viajes por los campos
santafecinos.
Pensamientos literarios
Sentada frente a la ventana de la biblioteca, la bonita joven se dejaba llevar por sus divagaciones.
Pequeñas
volutas celestes parecen disparar de sus ojos. Las empujan los pensamientos
profundos, agudos, insondables.
-¿Qué
puto vestido me pongo?- El negro está manchado, el rojo lo presté a Juli.
-Hum…podría
ser la pollera gris y el top verde.- Ya está- Le pediré las botas a Pachi.-
Huff, tengo que comprar champú ¡qué horror!
Los
libros, en los estantes, temblaron ante el preciosismo del pensamiento. No
podían con todos esos verbos exquisitos.
A
Saramago y Cortázar les brotó sarpullido, Alfonsina miró a Horacio con
dolor, Lorca, Blainstein, Galeano, se arrimaron más, tratando de infundirse
valor y arengando a los demás genios de la pluma a cerrar sus tapas y dormir,
soñando, tal vez, con sus poemas o frases inmortales. Y perdonando a esa tonta
lectora que se perdía en sus escasos recursos imaginativos.
Un mal amor
¡Cuánta
ferocidad en el sentimiento que surgió de ese fuego! Nos arrasó la sangre.
Las
cenizas ensucian nuestros corazones, todavía llagados de aquel incendio que nos
envolvió cuando nos conocimos.
Fue
mirarnos, tocarnos, y todo el alrededor se esfumó. La llama que creció desde
nuestros pies fue torneando los cuerpos hasta convertirlos en ardientes brasas.
Inconscientes,
egoístas, nos olvidamos del mundo. Nos abocamos a regodearnos con nuestra
pasión.
Durante
meses no existieron las familias, las obligaciones éticas. Sólo ese fuego loco
que danzaba en mis ojos, tu boca, mis manos, tu cuerpo. Todo ardía y nos
consumía. Nada alimentaba ese fuego, ni un soplo de ternura, ni un leño de
cordura. Nada.
Se
fue apagando, muy lento, inexorable.
Cuando
nos dimos cuenta que ya ni tibieza había en las cenizas, supimos con dolor, que
no hubo amor, que equivocamos ese sublime sentimiento.
Ese
fuego había sido alimentado con el dolor de tu mujer, de mi hombre. Con la
vergüenza de nuestros hijos y la pena de nuestros amigos.
Y nos
hallamos apagados, mortalmente vacíos. Solos.
Solos.
Textos tomados de Inventiva Social, publicación editada y
dirigida por Eduardo Coiro, Buenos Aires, Argentina
http://www.inventivasocial.blogspot.com
http://www.inventivasocial.blogspot.com
Elsa Hufschmid.
Santa Fe, Argentina
--
La dificultad te entrega y te
aporta la única libertad que cuenta.
Antoine de Saint-Exupéry
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Un saludo muy afectuoso y especial para Elsa.
ResponderEliminarMarta Zabaleta
Gracias mi querida Marta.
EliminarMi abrazo, mis mejores deseos para vos y Elsa
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