El hombre más culto de América
Dicen que al llegar Colón a América y comenzar sus
correrías, con la extraviada comparsa que había podido reunir en el viejo Mundo
para que lo acompañe en su aventura, sus hombres dieron enseguida con un
natural que se destacaba muy por encima de todos los otros. Se trataba de un
aborigen de buena talla y complexión, curioso, hablador y expresivo. Al poco
tiempo ya pronunciaba y entendía bien el castellano, además de varias de las
lenguas autóctonas. Había aprendido el catecismo con entera facilidad y estaba
grandemente dotado y dispuesto para la conversación o la prédica de asuntos
diversos. Asimismo, era excelente cazador y gran músico. Fue entonces
presentado ante Colón, bajo el mote del “el hombre más culto de América”. El
Grande Almirante lo recibió, lo vio, lo escuchó, lo felicitó por tanto empeño,
le regaló unas cuantas cuentas de vidrio y un jubón usado. Y lo despidió con
gran ceremonia. Pero luego llamó a uno de sus lugartenientes y le dijo por lo
bajo: “Hacedme el favor de quitar de en medio de inmediato a este bribón, no
vaya que se crea más que nosotros y nos salga con un viernes 13 en el momento
menos pensado”. Y así fue como el hombre más culto de América aquella misma
recibió el garrote vil. Moraleja: demasiada cultura puede poner en riesgo tu
cabeza.
Una propuesta decente
“Querida mía, es mi deseo que permanezcas casta y virgen
hasta el día soñado en que ambos podamos, al pie del altar, cumplimentar el
sagrado juramento del matrimonio. Por ello, para esta noche y las
subsiguientes, te acerco mi propuesta decente: invitarte a compartir un helado
en la heladería de la plaza, luego me gustaría que tomados de la mano
recorramos el paseo principal, saludando amablemente a los vecinos, y para
rematar la velada, nos sentemos en la vereda de tu casa a tomar fresco, en
compañía de tus padres y primitos. ¿Qué te parece?”. El carterazo que sobrevino
fue alevoso. La muchacha, enardecida, con los ojos estrábicos de furia,
murmurando palabras soeces, se alejó de mí para siempre. Yo no entiendo todavía
bien por qué. Quizá la ofendí en algo. Quizá mi propuesta fue para ella un
tanto audaz e innovadora. Quizá la escandalicé sin habérmelo propuesto. Creo
que a futuro tendré que serenar mi ánimo, moderar mis apetitos y conducirme con
mayor corrección frente a una dama…
El oficial Preciso
El oficial Preciso era el más preciso de los oficiales.
Justamente, para honrar aquello de la precisión había elegido el arma adecuada:
artillería. Con cuánta precisión Preciso dirigía la trayectoria de sus
proyectiles de modo que dieran siempre de lleno en el blanco, sin fallar nunca.
Munido de curvas de nivel, de tablas de trigonometría, de compases, brújulas,
marcadores y pizarra, se había erigido como un conductor notable y era capaz de
conducir, solita su alma, a toda una batería de cuatro o cinco cañones. Tanta
precisión llamó la atención del Alto Mando, de modo que se apresuraron en
proponer a Preciso para ser enviado al frente de batalla en la guerra que se
avecinaba. Allí fue nuestro buen oficial y montó su tienda camuflada y alistó
sus instrumentos y, llegado el momento, comenzó a hacer los cálculos necesarios
para que cada disparo fuera, a más de mortal y efectivo, una verdadera obra de
arte balístico. Y en eso estaba, concentrado y minucioso, enfrascado en lo
suyo, listo para el triunfo, cuando un proyectil de ensayo que bastante a la
bartola habían disparado casi sin querer los enemigos dio de lleno en el puesto
de Preciso y lo borró de la vida y de este planeta para siempre.
Zenón
El
otro extrajo un arma y me amenazó.
-¡Dame
toda la plata!
Ofuscado, me negué. Entonces el otro levantó el arma,
apuntó e hizo fuego. Horrorizado me di por muerto. Pero sucedió que el
proyectil, una vez en el aire, orientado directamente hacia mi corazón, comenzó
a atravesar infinitas capas de trayectoria, como si le costara avanzar. Debía
cubrir tantos tramos previos sucesivos que, en definitiva, su recorrido se
volvió lento, lentísimo, casi nulo. Respiré aliviado. Entonces desperté. Se
trataba sólo de una mala pesadilla. Me dije a mí mismo, como si fuera un
mantra, para confirmar que estaba despierto: “Me llamo Zenón Rodríguez. Estudio
Filosofía. Vivo a dos cuadras de La Alameda”.
Fábula del hornerito y la víbora
Una gélida noche de invierno, un hornero asomó de su casa
y vio una víbora venenosa que, a duras penas, trataba de encontrar un refugio
debajo de una piedra para pasar allí la noche. Intercambiando una mirada de
entendimiento con su hembra, le dijo al reptil:
-Hermana víbora. Si quieres, te invito a descansar esta
noche en mi casita.
A lo que la serpiente accedió más que gustosa.
Entonces el hornerito voló en un suave planeo y con el
pico levantó a la serpiente y la trasladó hacia el interior de barro, que
compartía con su hembra y su cría.
Una vez allí, y antes de que las cosas se terminaran de
aclarar en la cabeza de la víbora, que estaba medio atontada por el frío, el
hornero la picó varas veces en la cabeza y en los ojos hasta quitarle la vida.
-Listo. Ya tenemos alimento para el polluelo -comentó
complacido a su compañera.
Moraleja: No seas tan ingenuo como para suponer que las
fábulas tengan siempre el mismo sentido convencional y edificante.
Los guitarristas de Gardel
Dicen los memoriosos que Gardel tenía dos guitarristas.
Uno muy virtuoso, pero incumplido, rebeldón, oblicuo, borrachín y un tanto
pedante. El otro, menos inspirado, aunque obediente, disciplinado, puntual y
comedido. Eran diferentes, distintos, pero eran, en definitiva, los
guitarristas de Carlitos. Llegada la ocasión de una gran gira que incluía entre
sus destinos a la ciudad de Medellín en Colombia, Gardel decidió premiar con el
viaje al guitarrista prudente, así que no habiendo posibilidad de llevar a los
dos, lo invitó sólo a él para que lo acompañe. El otro se quedó al pie del
avión, mascullando su resentimiento. Los libros de historia nos dicen lo que
pasó a continuación. El incumplido, después de la tragedia, pasado el enojo,
vio en lo ocurrido una señal del cielo, así que decidió comenzar a presentarse
en todo tipo de escenarios con el título de “El guitarrista de Gardel”. Y a fe
que no mentía, para nada mentía. Y le fue excelentemente bien durante muchísimo
tiempo, hasta que se retiró para disfrutar ya grande de su tranquila
jubilación.
Cuentos
del libro El oficial preciso y otros
relatos breves. Ediciones artesanales Capacñán. Chumbicha, Catamarca, julio
2014.
El
oficial preciso y otros dieciocho relatos breves, entre los que se incluyen entretenidas aventuras del
bien y del mal, ocurrentes fábulas y un par de casos del Inspector Somocurcio y
su ayudante Juárez.
Luis Alberto Taborda. Tinogasta, Catamarca,
Argentina
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Quien volviendo a hacer el
camino viejo aprende el nuevo, puede considerarse un maestro.
Confucio
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Muy buenos tus cuentos.
ResponderEliminarGracias por tu lectura
EliminarSaludos cordiales
Analía