sábado, 23 de marzo de 2013

Salomé Moltó


-Alcoy, Alicante, España-

El maniquí

Los encargados del transporte iban recogiendo los viejos muebles de la tía Clara y los iban depositando en el furgón. Allí quedaba el baúl al lado la silla, más lejos un sillón y de pronto me veo al mozo amarrando bajo el brazo el maniquí de mi tía. Y más sorprendente, este hermoso muñeco me guiña un ojo al subirlo al camión.
- Me lo quedo -le dije al chofer que dejó el maniquí en el suelo sin más.
Cuando todos los enseres de la vieja tía estuvieron cargados en el furgón, el camión emprendió la ruta para depositarlos en casa de mi prima Ana, ya que su madre, mi tía Clara, había fallecido hacia ya un año y era perentorio vaciar el desván.
De repente vinieron a mi memoria mis años infantiles cuando mi prima Ana, su hermano Jorge y yo jugábamos en la casa, mientras mi madre y su hermana cosían interminables vestidos, no en vano eran las dos mejores modistas del pueblo (bueno, las únicas).
El maniquí era como un gran muñeco y en cada momento las dos hacendosas mujeres probaban un chaleco, una chaqueta, ajustaban un ojal, encogían un ribete y no sé cuantas cosas más. Una vez le pusieron un sombrero muy elegante, de seda creo yo, con una pluma sobresaliendo y por la noche fui a verlo aunque tuviéramos determinantemente prohibido entrar en la sala de costura.
Me acerqué sigilosamente, esta vez el maniquí vestía una chaqueta de un color oscuro, lo miré, lo saludé, le hablé muy bajito, no me contestó, pero me miró fijamente y creo que me guiñó un ojo, así como haciendo una mueca. Eché a correr a mi cuarto y ya no volví a entrar nunca más de noche, en la sala.
Y ahora tantos años después, ya fallecidas las dos hermanas y que el maniquí dormía en el desván, vuelvo a reencontrarme con él. Y cierto, me había guiñado un ojo, o ¿le faltaba un ojo?
Me acerqué y lo observé, llevaba una vieja chaqueta verde, seguramente era el último encargo que mi tía no pudo terminar y esta vez, una boina haciendo juego.
- ¡Buenas noches hermoso señor! - le dije presurosa.
- ¡Buenas noches hermosa señora! -me contestó.
- ¿Ha venido a la fiesta a divertirse un poco?
- No, he venido a verla a usted, con quien deseo bailar toda la noche un romántico vals.
- ¿Qué me dice? ¿qué pretende? Caballero…
- Bailar con la más hermosa de las señoras que hoy han venido a la fiesta. Deme su mano, coja la mía. Bailemos.
Me abracé al fogoso caballero que tan ardientemente me pedía un baile y empezamos a dar vueltas y más vueltas, por el pasillo, la cocina, el comedor y más y más vueltas. En una de ellas encaré los ojos hacía la puerta de entrada y vi a mi marido mirando con ojos de plato cómo estrujaba al maniquí contra mi pecho de forma alocada.
Todavía no he podido convencerlo de que todo aquello era una broma. Creo que ha descubierto en mí, un lado romántico y fantasioso que estaba lejos de suponer. De cuando en cuando me mira de forma extraña.

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Me pasé la vida imaginándote, no es momento para ser cobarde.
Gustavo Cerati

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