-Alcoy, Alicante,
España-
El maniquí
Los encargados del transporte iban recogiendo los viejos
muebles de la tía Clara y los iban depositando en el furgón. Allí quedaba el
baúl al lado la silla, más lejos un sillón y de pronto me veo al mozo amarrando
bajo el brazo el maniquí de mi tía. Y más sorprendente, este hermoso muñeco me
guiña un ojo al subirlo al camión.
- Me lo quedo -le dije al chofer que dejó el maniquí en el
suelo sin más.
Cuando todos los enseres de la vieja tía estuvieron cargados
en el furgón, el camión emprendió la ruta para depositarlos en casa de mi prima
Ana, ya que su madre, mi tía Clara, había fallecido hacia ya un año y era
perentorio vaciar el desván.
De repente vinieron a mi memoria mis años infantiles cuando
mi prima Ana, su hermano Jorge y yo jugábamos en la casa, mientras mi madre y
su hermana cosían interminables vestidos, no en vano eran las dos mejores
modistas del pueblo (bueno, las únicas).
El maniquí era como un gran muñeco y en cada momento las dos
hacendosas mujeres probaban un chaleco, una chaqueta, ajustaban un ojal,
encogían un ribete y no sé cuantas cosas más. Una vez le pusieron un sombrero
muy elegante, de seda creo yo, con una pluma sobresaliendo y por la noche fui a
verlo aunque tuviéramos determinantemente prohibido entrar en la sala de costura.
Me acerqué sigilosamente, esta vez el maniquí vestía una
chaqueta de un color oscuro, lo miré, lo saludé, le hablé muy bajito, no me
contestó, pero me miró fijamente y creo que me guiñó un ojo, así como haciendo
una mueca. Eché a correr a mi cuarto y ya no volví a entrar nunca más de noche,
en la sala.
Y ahora tantos años después, ya fallecidas las dos hermanas
y que el maniquí dormía en el desván, vuelvo a reencontrarme con él. Y cierto,
me había guiñado un ojo, o ¿le faltaba un ojo?
Me acerqué y lo observé, llevaba una vieja chaqueta verde,
seguramente era el último encargo que mi tía no pudo terminar y esta vez, una
boina haciendo juego.
- ¡Buenas noches hermoso señor! - le dije presurosa.
- ¡Buenas noches hermosa señora! -me contestó.
- ¿Ha venido a la fiesta a divertirse un poco?
- No, he venido a verla a usted, con quien deseo bailar toda
la noche un romántico vals.
- ¿Qué me dice? ¿qué pretende? Caballero…
- Bailar con la más hermosa de las señoras que hoy han
venido a la fiesta. Deme su mano, coja la mía. Bailemos.
Me abracé al fogoso caballero que tan ardientemente me pedía
un baile y empezamos a dar vueltas y más vueltas, por el pasillo, la cocina, el
comedor y más y más vueltas. En una de ellas encaré los ojos hacía la puerta de
entrada y vi a mi marido mirando con ojos de plato cómo estrujaba al maniquí
contra mi pecho de forma alocada.
Todavía no he podido convencerlo de que todo aquello era una
broma. Creo que ha descubierto en mí, un lado romántico y fantasioso que estaba
lejos de suponer. De cuando en cuando me mira de forma extraña.
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Me pasé la vida imaginándote, no es momento para ser
cobarde.
Gustavo Cerati
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