-Tandil, Buenos Aires, Argentina-
Uno aprende un día que es posible sentir algo así como
desprecio por todas las cosas que lo rodean, simplemente, porque no te conocen.
Las ventanas, los muebles, las esquinas del barrio, nunca te
han visto y no saben de vos ni te piensan.
La única solución es invitarte, un día, una tarde, a que te
conozcan. A que pases por la calle, quizás hasta invitarte a que entres, que
adquieras la bella costumbre de rodearte por todas esas cosas y te conozcan.
Sé que suena bobo, a una excusa tonta para decirte que
vengas a verme, pero es la única forma que tengo de poder sobrevivir a la
rutina sin que me consuma el odio de sentir tu ausencia en todas las cosas.
* * *
El hombre encendió la alta lámpara de pie junto al rincón de
la habitación. Se acomodó delante de ella, de espaldas a la luz. Descorchó la
botella de vino tinto y comenzó a verterla en el suelo justo unos pocos pasos
delante de él.
Cuando había terminado la botella ensayó un leve movimiento
con el brazo. No hubo respuesta. Tampoco cuando levantó un poco la pierna. Ni
cuando se movió un paso a la derecha.
No había duda: el vino había embriagado a su sombra hasta el
desmayo.
Libre al fin tomó su abrigo, bajó hasta la conserjería y
devolvió la llave de la habitación de aquel lejano hotel. Y no volvió nunca más
por aquellos lugares.
* * *
Borges se encontró una vez con él mismo varios años mayor.
Por simple deducción sabemos que años después un hecho similar, pero inverso,
ocurrió en su vida. Pero, ¿fue realmente una fantasía?
Luego de horas sentado frente a la pantalla de mi
computadora, corrigiendo un cuento, decidí asomarme unos minutos al sol de la
tarde. Con medio cuerpo fuera de la ventana fumaba tranquilo un cigarrillo
cuando ocurrió que me vi pasar por la calle.
Con un jean gastado, una camisa suelta y zapatos náuticos,
como es mi costumbre, venía caminando yo mismo dentro de veinte o veinticinco
años. Se me nota saludable, tristemente calvo (lo que significa que nunca
concretaré el proyectado implante capilar) y lentes diferentes a los que llevo
puestos hoy pero con algo más de estilo. Por lo demás, me veía bien, con cierto
aire a escritor viviendo tranquilo de su profesión que me dio algunas
esperanzas.
No sé si venía a hablar conmigo y se arrepintió o si solo
pasaba. Su aspecto era más bien el de alguien paseando por los viejos lugares
donde habitó, algo que me gusta hacer a veces. Estuvo a punto de saludarme pero
no lo hice, como si quisiera evitar un gesto que lo delatara.
Así pasé por mi ventana hace un instante. Feliz, relajado.
Al llegar a la esquina dobló hacia la casa en la que vivía un amigo de la
infancia y entonces ya no lo vi más.
Fue grato verme, pero ahora sé que tendré que esperar veinte
años para saber por qué pasé de largo sin siquiera saludarme.
* * *
Primero me quitaste tus labios. Luego tus manos. Un día ya
no te traían más tus pies. Ayer me pediste que te olvidara. Si tu plan era
privarme de ti de a poco, que me fuera acostumbrando a no tenerte, tengo que
decirte que has fallado. Cuando cierro los ojos sigues aquí.
* * *
Como pudo se levantó. Levantó lo que quedaba de él. Con
mucho trabajo llegó hasta la puerta de su casa y por primera vez se preguntó si
aquella había sido una buena idea. “Ya ha pasado algún tiempo”, pensó, “es
posible que tenga a otro hombre a su lado”. Pero estaba decidido a recuperarla.
Suspiró fuerte, o fingió hacerlo, para darse valor y golpeó la puerta.
Abrió ella misma, lo que fue un alivio para él. Estaba más
hermosa aún de lo que él la recordaba. Durante unos segundos los dos se miraron
sin hablar. Él la admiraba con todo su amor más vivo que antes. Ella lo veía
horrorizada. Allí, delante de su puerta, un esqueleto incompleto, agusanado,
apenas cubierto con unos jirones de las ropas con las que lo habían enterrado,
la miraba fascinado y visiblemente nervioso a través de las cuencas vacías de
los ojos.
Ella necesitó varios minutos antes de, finalmente,
reconocerlo.
Él iba a decirle que la extrañaba demasiado cuando se
escuchó la voz de un hombre que preguntaba desde el interior de la casa:
-¿Quién es, amor?
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Sea lo que sea que puedas o sueñes que puedas, comiénzalo. El
atrevimiento posee genio, poder y magia. Comiénzalo ahora.
Johann Wolfgang von
Goethe
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Creo que tiene pasta de buen escritor. Me gustaron sus cuentos breves. Opino como cuentista y lo felicito por su imaginaciòn y poder de sìntesis.
ResponderEliminarGracias por tu lectura y tus conceptos, Anny.
EliminarUn saludo cordial, que estés muy bien
Analía