-Escritor nacido en
Santa Fe. Reside en Catamarca, Argentina-
La famosa conductora
de televisión Elsie Brown, conducía su poderoso coche en medio de la tormenta a
velocidad reducida.
Volvía del pueblo
Cerro Hermoso y tenía que llegar a la ciudad antes de las 22 hs. Esto daba
tiempo suficiente para que la maquillen, la peinen y la vistan; a las 23 hs,
comenzaba la emisión de su programa. Había salido con tiempo suficiente pero
una lluvia torrencial le impedía ir más rápido.
--¿Quién me habrá mandado ir a Cerro Hermoso justo un día
como hoy, a hacer este reportaje casi sin importancia? Mi jefe, claro; por
cierto, él no saldría de su casa un día así…y bueno, para eso es el jefe…
Un violento trueno
la sacó de sus cavilaciones, frenó instintivamente lo cual hizo que el coche
derrapara peligrosamente hacia la banquina. Pensó en quedarse allí un rato,
pero al notar que la oscuridad era total y la lluvia cada vez más densa, decidió
seguir.
--Creo que no voy a llegar a horario; llamaré a mi jefe para
avisarle…seis, nueve…cero…listo…
¡no hay señal! ¡Caen cuatro gotas y se corta la señal!
(calmate Elsie, son más de cuatro gotas) ¡Por favor! ¿Cuántos relámpagos! Sería
prudente que me refugiara en algún lugar hasta que amaine, pero dónde, no se
ven luces, o sea que tampoco hay casa…¡y ahora viento! ¡lo único que me
faltaba!
¡Ahora sí tengo que buscar refugio!
El viento furioso
retorcía las ramas de los árboles quebrándolas y desparramándolas sobre la
ruta. Brillantes relámpagos iluminaban el cielo y luego, comenzó a granizar.
--¡Vaya suerte! Al menos tengo el coche asegurado contra
granizo; es obvio que no puedo seguir; la lluvia es tanta que no puedo
ver…¡allí, un cartel! ¿Qué dice?...Posada del…no alcancé a leer…¡posada! A la
izquierda, indicaba a la izquierda, ¡allá voy y al diablo el programa! ¡Que me
esperen sentados!
Giró a la izquierda
feliz de encontrar refugio para ella y para su coche. Un trecho más adelante
divisó luces.
--Estoy llegando, ¡qué bueno, paró la lluvia! No, acá no
llovió, está todo seco. Y bueno, las lluvias siempre comienzan y terminan en
algún lugar, ¿no? Allá se ven varios autos, sí, es el estacionamiento de la
posada; el edificio parece pequeño…¿por qué habrá tantos coches? Quizá haya
alguna fiesta, veamos, la recepción, allí, ¡llegué! Buenas noches señor, ¡tiene
alguna habitación disponible?
--Si señora, tengo…usted…¿Usted es Elsie Brown, la de la
tele…?
--Si, lo soy, y como se podrá dar cuenta no podré llegar a
tiempo para mi programa. ¿Tiene teléfono?
--Tengo, pero hace un par de horas que no funciona; los
celulares tampoco, no hay señal.
--Bueno, mala suerte, ¿me asigna la habitación por favor?
--Enseguida; a ver…la ocho. Después le tomo los datos; la
acompaño, ¿tiene equipaje?
--Este bolso de mano, nada más. No pensé que tendría que
hacer noche por el camino. ¿Tienen alguna fiesta hoy? Digo, por los coches que
están en el estacionamiento.
--¡Ah, los coches! No, no hay nada programado; es más, no
hay ningún pasajero esta noche en la
Posada del Murciélago.
--¿Ese es el nombre de la posada? La intensa lluvia no me
dejó leer el cartel que está sobre la ruta.
--Si, ese es el nombre, algo tenebroso, ¿no le parece?
--Apropiado diría yo, porque todo el entorno es sugestivo,
misterioso, ¡a mí me encanta! ¿Será porque por acá está todo sereno y ni
siquiera llovió? Salí del camino y vine hasta este lugar porque la tormenta no
me permitió seguir. Le aseguro que tuve un poco de miedo. Señor, si no hay más
pasajeros en su posada, ¿de quién son los coches allí estacionados? ¿Todos
suyos?
--Si y no. Cómo le explico…venga, caminemos hacia la
habitación, la acompaño; los trajeron sus dueños y…los dejaron. Este es su
cuarto, adelante.
--Pero nadie deja su automóvil así porque sí; no entiendo.
--¿Qué querés entender preciosa? Vení, vení, quiero besar tu
cuello.
--¿Qué hace, qué le pasa? ¿Se volvió loco?
El cuello blanco y
regordete de Elsie Brown lucía hermoso realzado por una gargantilla de
esmeraldas de imitación; su cabello recogido lo dejaba al descubierto y a la
vez, el amplio escote de su blusa exhibía generosamente sus redondeces.
--Vení, tu cuello es hermoso, me llama, y tu auto también…
--¡Suélteme, abusador, degenerado, no se atreva a tocarme
porque se va a arrepentir! ¿Yo sé por qué se lo digo, no me obligue a…
Hubo forcejeos,
gritos, empujones. De pronto, un alarido espeluznante y luego el silencio. La
negritud de la noche ocultó la imagen de alguien que corría hacia el
estacionamiento. Bramó el motor del auto y el chirrido de las ruedas sobre el
pavimento resonó como el lamento de un ser apocalíptico. Elsie, con su peinado
descompuesto y su ropa desordenada, evidentemente alterada huía de aquél lugar.
Con una mano asía firmemente el volante y con la otra se frotaba los labios una
y otra vez. Doscientos metros más adelante la esperaba otra vez la tormenta, la
cual ya había perdido intensidad. Muy nerviosa miró su reloj y con sorpresa
comprobó que su horror en la
Posada del Murciélago sólo había durado entre doce y quince
minutos. Aceleró y llegó al canal con tiempo suficiente como para hacer su
programa. Allí la esperaban ansiosos los maquilladores, el peinador, la
estilista y varios técnicos. Todos coincidieron al decir que, a pesar de su
aspecto desalineado se la veía radiante, vivaz y enérgica, más que lo habitual.
Luego del programa
los televidentes enviaron mensajes de texto felicitándola, porque les parecía
que había salido mejor que nunca. Después del descanso reparador que le brindó
la noche Elsie se levantó tarde a tomar su desayuno. Junto con él le trajeron
los diarios que habitualmente hojeaba. Se sorprendió al leer los titulares por
la uniformidad entre ellos, por ejemplo: “Extraña muerte”, y luego el
desarrollo, palabras más palabras menos, relataba la muerte del dueño de la Posada del Murciélago.
Decían que apareció muerto tirado en el piso de la habitación número ocho de la
posada; que la policía científica estaba muy confundida ya que el cuerpo estaba
seco, sin sangre, y no había indicios de que se hubiese desangrado.
Elsie Brown se
desperezó ostentosamente, dejó caer los diarios sobre la alfombra y saboreó con
placer su opíparo desayuno.
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La única alegría en el mundo es comenzar. Es hermoso vivir
porque vivir es comenzar, siempre, a cada instante.
Cesare Pavese
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