viernes, 8 de marzo de 2019

Ronald Bonilla


Omisiones de la paradoja

Dejar la desnudez en el traje,
en la ventana ociosa del ropero.
Dejar la sinrazón en las neblinas,
sacar a la luz solo la última carta,
la que no tiene sellos ni posdata,
el papel en blanco
y el borrador de lágrimas.

Dejar la desnudez en el silencio,
andar con los pies de la desdicha
sobre los clavos del faquir,
hablar con el gato
los entretelones de un discurso
siempre repetido.

No importa, sacar a la luz
solo el pañuelo,
el estertor de una tos sempiterna
que nos mata,
el atropello de una máquina oxidada,
la última navaja en el espejo
donde tan solo el río se acicala.

Dejar la desnudez,
venirse entero a dialogar con los vecinos de otro mundo,
cuando ya no queden de este lado
los abrazos que dimos a los nietos…
los suspiros a las novias…
los sollozos al alma del ausente…
Aquí no quedan sino
nuestras pupilas asombradas.

Dejar la soledad al pájaro asustado,
al pobre relojero que se inventa en los segundos,
al flaco espantapájaros de la desolación
que ya no cuida los cultivos
sino las aspas de la muerte que le ronda.

Dejar la desnudez entre las cosas
para estar contigo,
inventando la forma de probarnos
esta máscara afable del destino,
este amarrarnos a los zapatos
casi ajenos de barro,
casi sumisos de guardar el mismo empeine.

Dejar la cicatriz de los desnudos:
que se digan a sí mismos
como en las viejas fotografías
de un desahucio.

No se trata de indagar
por las distancias,
sino de abrazarnos como noches.

Del libro del autor: Los últimos cuervos

*  *  *

Cualquier mes

             “Yo nací un día que Dios
            estuvo enfermo, grave”…
                            César Vallejo.

Espergesia”, dijo Vallejo
y la noche fue lenta
como su nacimiento.

Hoy me rebasan los ojos de tu alcoba
donde depositas sábanas y quejas.
Hoy el viento con tus manos,
que son extraños signos asombrados,
me traspasa.

“Espergesia”, dijo el huaco,
y yo tenía 18 años
cuando probé la vieja cuchara
y las altas paredes cayeron contigo.

Mientras voy rebasado de mar
cuando anochece,
en tus ojos florecen luces únicas,
en tu débil vivienda se alza el miedo
y la larga vastedad del latifundio
opaca las álgidas estrellas.

Rebasada sonrisa es mi sonrisa,
y ya no cruza con la misma libertad
las mismas puertas.

Está cansado el dolor de ser diciembre,
mi voz al recordarte está cansada.
“Coraquenque ciego”, hermano,
más luces que tu grito ya no quiero;
Rebasado de todo estoy naciendo,
Y bien sabes qué mal se nace en cualquier mes.

Del libro del autor: Un día contra el asedio. Editorial Mesén, 1999
  
Ronald Bonilla
San José, Costa Rica

2 comentarios:

  1. Nos muestra nuevamente nuestro poeta y maestro Ronald Bonilla, ese estilo tan suyo, lleno de sensibilidad y de novedosos signos. Felicidades, por tan magnífica publicación.

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    Respuestas
    1. Gracias por tu lectura y tus palabras acerca de la publicación, Isabel.
      Cordiales saludos
      Analía

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