Un libro no presume en su conjunto
resumir la visión de quien lo
escribe,
su quehacer es del alma si
describe
de lo malo o lo bueno cada
punto.
Por lo tanto no quiero ni es mi
asunto
pregonar en su esencia lo que
exhibe;
solamente el lector es quien
concibe
si ha de darlo por vivo o por
difunto.
No temo ni a las flores ni a los
cardos:
A mi alforja sin fondo van los
dardos
que pudiera lanzarme el vulgo
hiriente.
Que piense cada cual como le
guste.
Nada habrá que de veras me
disguste.
¡Si los hice pensar ya es
suficiente!
Cuando corría el año 2096
Un siglo misterioso transcurría…
Y gentes con opuestas
credenciales,
juntaron las razones desiguales
que desarmonizaban la armonía.
El abismo que al mundo dividía
fue un reguero de notas
musicales,
y por montes y prados y rosales
de la Paz el fulgor se repartía.
Cada humano tomó lo que era
justo
–ni de más ni de menos ni por
gusto–.
El prójimo encontró el lugar
debido.
¡Al fin por la llanura de la Tierra
sin odios, egoísmo, sed o guerra
el hombre no marchaba dividido!
Sin dudas
En la casa vetusta del planeta
se aglomeran ateos y creyentes.
Esperan con oídos impacientes
la anunciada visita del Profeta.
Lo esperan el prosaico y el
poeta
para verlo con ojos
persistentes.
Cada cual entre dudas diferentes
lo ve por el abismo o por la
meta.
El poeta le cree y así lo nombra
creador de la luz y de la
sombra;
de la ruina fatal y de la fama;
de la gota de llanto y de la
risa;
del violento simún y de la
brisa;
de la lluvia sutil y de la
llama…
Francisco Henríquez
Miami, Estados Unidos
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