viernes, 8 de marzo de 2019

Hilda Augusta Schiavoni


Confidencias

Hombre que te desplazas
y caminas por la tierra,
dime si alguna vez
alguien se atrevió a relatarte
esas angustias
que se meten en el alma,
taladran las carnes,
surcan los huesos
y llegan a las médulas del ser.
Hombre que tanto viviste,
¿quién se animó a confesarte
que lo haya atrapado
las cavernas del silencio
frías de miedo?
Yo a ti puedo hablarte
de tantas cosas,
de los vacíos,
de la muerte en la mirada
de los días de frío
en que los vientos
golpean detrás del vidrio
y engloban mi angustia,
de cuando miro por la ventana
la tarde helada y querría morirme
porque afuera no hay nadie
y el hastío me pesa
como muros en el ánimo
y la soledad me traga
por las bocas de la nada.
Y la hora parece negra,
tan negra como la de Vallejos
cuando se le caían
los Cristos del alma.


Aspiraciones trasnochadas

No sé como nadé
por esos lagos de sombras.
No sé cómo sobreviví
a esos letargos brumosos
de cavernas socavadas
por debajo de las venas,
lastimando el alma,
arrastrando los afectos,
las raíces y hasta los reflejos
de cenicienta luna que convertía
las cenizas en escarchas.
Afuera, había otras cosas,
casi nada, porque,
después de atravesar
las gargantas anudadas
sólo se busca
el silencio y la calma.


Sueños de Antaño
        
     A Ida Nuccelli de Marcenaro

Carreteles de madera
que la tía soñadora
colgaba ensartados
en el espaldar de la cama
para medir los metros
que sus dedos bordaban.
Piedras labradas por el indio
que la tía hacendosa
juntaba
para filtrar las aguas
del aljibe de la casa.
Malvones, malva y rojo
que la tía romántica
cuidaba
para perfumar los sueños
que luego, con la aguja,
pintaba.
Todo se llevó el viento,
el bagual, el árbol,
la casa.
Sólo quedó el pozo.
Sus aguas gorgotean
leyendas pasadas
y la tía, desde lejos,
hace la música de fondo
contando a los nietos
canciones
sobre esa edad dorada.


Hilda Augusta Schiavoni
Inriville, Córdoba, Argentina

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