Confidencias
Hombre
que te desplazas
y
caminas por la tierra,
dime si
alguna vez
alguien
se atrevió a relatarte
esas
angustias
que se
meten en el alma,
taladran
las carnes,
surcan
los huesos
y
llegan a las médulas del ser.
Hombre
que tanto viviste,
¿quién
se animó a confesarte
que lo
haya atrapado
las
cavernas del silencio
frías
de miedo?
Yo a ti
puedo hablarte
de
tantas cosas,
de los
vacíos,
de la
muerte en la mirada
de los
días de frío
en que
los vientos
golpean
detrás del vidrio
y engloban
mi angustia,
de cuando
miro por la ventana
la
tarde helada y querría morirme
porque
afuera no hay nadie
y el
hastío me pesa
como
muros en el ánimo
y la
soledad me traga
por las
bocas de la nada.
Y la
hora parece negra,
tan
negra como la de Vallejos
cuando
se le caían
los Cristos
del alma.
Aspiraciones trasnochadas
No sé
como nadé
por
esos lagos de sombras.
No sé
cómo sobreviví
a esos
letargos brumosos
de
cavernas socavadas
por
debajo de las venas,
lastimando
el alma,
arrastrando
los afectos,
las
raíces y hasta los reflejos
de
cenicienta luna que convertía
las
cenizas en escarchas.
Afuera,
había otras cosas,
casi
nada, porque,
después
de atravesar
las
gargantas anudadas
sólo se
busca
el
silencio y la calma.
Sueños de Antaño
A Ida Nuccelli de Marcenaro
Carreteles de madera
que la tía soñadora
colgaba ensartados
en el espaldar de la cama
para medir los metros
que sus dedos bordaban.
Piedras labradas por el indio
que la tía hacendosa
juntaba
para filtrar las aguas
del aljibe de la casa.
Malvones, malva y rojo
que la tía romántica
cuidaba
para perfumar los sueños
que luego, con la aguja,
pintaba.
Todo se llevó el viento,
el bagual, el árbol,
la casa.
Sólo quedó el pozo.
Sus aguas gorgotean
leyendas pasadas
y la tía, desde lejos,
hace la música de fondo
contando a los nietos
canciones
sobre esa edad dorada.
Hilda Augusta Schiavoni
Inriville, Córdoba, Argentina
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