Omisiones de la paradoja
Dejar la desnudez en el traje,
en la ventana ociosa del ropero.
Dejar la sinrazón en las
neblinas,
sacar a la luz solo la última
carta,
la que no tiene sellos ni
posdata,
el papel en blanco
y el borrador de lágrimas.
Dejar la desnudez en el
silencio,
andar con los pies de la
desdicha
sobre los clavos del faquir,
hablar con el gato
los entretelones de un discurso
siempre repetido.
No importa, sacar a la luz
solo el pañuelo,
el estertor de una tos
sempiterna
que nos mata,
el atropello de una máquina
oxidada,
la última navaja en el espejo
donde tan solo el río se
acicala.
Dejar la desnudez,
venirse entero a dialogar con
los vecinos de otro mundo,
cuando ya no queden de este lado
los abrazos que dimos a los
nietos…
los suspiros a las novias…
los sollozos al alma del
ausente…
Aquí no quedan sino
nuestras pupilas asombradas.
Dejar la soledad al pájaro
asustado,
al pobre relojero que se inventa
en los segundos,
al flaco espantapájaros de la
desolación
que ya no cuida los cultivos
sino las aspas de la muerte que
le ronda.
Dejar la desnudez entre las
cosas
para estar contigo,
inventando la forma de probarnos
esta máscara afable del destino,
este amarrarnos a los zapatos
casi ajenos de barro,
casi sumisos de guardar el mismo
empeine.
Dejar la cicatriz de los
desnudos:
que se digan a sí mismos
como en las viejas fotografías
de un desahucio.
No se trata de indagar
por las distancias,
sino de abrazarnos como noches.
Del libro del
autor: Los últimos cuervos
* * *
Cualquier mes
“Yo nací un día que Dios
estuvo enfermo, grave”…
César Vallejo.
“Espergesia”, dijo
Vallejo
y la noche fue lenta
como su nacimiento.
Hoy me rebasan los ojos de tu
alcoba
donde depositas sábanas y
quejas.
Hoy el viento con tus manos,
que son extraños signos
asombrados,
me traspasa.
“Espergesia”, dijo el huaco,
y yo tenía 18 años
cuando probé la vieja cuchara
y las altas paredes cayeron
contigo.
Mientras voy rebasado de mar
cuando anochece,
en tus ojos florecen luces
únicas,
en tu débil vivienda se alza el
miedo
y la larga vastedad del
latifundio
opaca las álgidas estrellas.
Rebasada sonrisa es mi sonrisa,
y ya no cruza con la misma
libertad
las mismas puertas.
Está cansado el dolor de ser
diciembre,
mi voz al recordarte está
cansada.
“Coraquenque ciego”, hermano,
más luces que tu grito ya no
quiero;
Rebasado de todo estoy naciendo,
Y bien sabes qué mal se nace en
cualquier mes.
Del libro del
autor: Un día contra el asedio.
Editorial Mesén, 1999
Ronald Bonilla
San José, Costa Rica
Nos muestra nuevamente nuestro poeta y maestro Ronald Bonilla, ese estilo tan suyo, lleno de sensibilidad y de novedosos signos. Felicidades, por tan magnífica publicación.
ResponderEliminarGracias por tu lectura y tus palabras acerca de la publicación, Isabel.
EliminarCordiales saludos
Analía