viernes, 8 de marzo de 2019

Martha Valiente


Empoderamiento

Y se casó nomás la abuela
Con su vestido de tul apolillado
Un ramito reseco de rosas rococó
Y guantes hasta el codo.
Se casó sin enagua, de mañana,
Con un cielo nublado
Justo en el otoño que le correspondía
Es la mejor estación, siempre decía,
Y la mejor luz, la que lastima menos.
Se casó en la plaza de su barrio
A la sombra del árbol con su placa de bronce,
En la calesita y montada en un caballo verde,
Sin sortija.
Se casó por fin la abuela. Qué espectáculo.
Los feriantes perdieron a su público
Y los niños se quedaron sin hamacas.
Corrieron a verla los desocupados y los otros,
los cartoneros, las amas de casa…
El aire se llenó de gritos y de cantos,
De gorriones viejos, de palomas rechonchas,
De chusmerío de cotorras.
El viejo carrousel le dio setenta vueltas
Con canciones de Yuya y de Madonna.
Se casó la abuela, tal y como estaba,
El pelo bicolor de no teñirse. Y sin lentes
Para no ver nada más que lo justo.
Con un perfume extinto de maderas de Oriente
Se despintó las uñas,
No quiso usar corpiño ni bombacha,
el tul le despertaba con cosquillas la piel
desamparada y libre.
No hubo cura ni campana ni altar
La bendijo una de sus hijas, la otra lagrimeaba,
Mientras sus nietos cantaban “Manuelita”.
(La plaza repleta de pájaros y gentes
tuvo un palco especial para los hombres que amó
y no la amaron. Para los otros muchos,
para todos los hombres de su vida.)

No se casó de blanco, para qué.
Sobre el carrousel flameaba un camisón de raso
Y otro de franela.
Una pancarta a modo de invitación decía
“Vengan a mí las solitarias, las solteras,
Las mal acompañadas de tristeza,
Las que se preguntan por qué todos los días
Vengan a mí las viejas con sus ganas…”

Abundó el vino desde muy temprano
Se acentuó el asombro y no se extinguió el prejuicio
Pero casi.   
                         Fue la primera vez

Los diarios del barrio publicaron
Su foto, en canas y a caballo
Con su largo tul gastado y a destiempo
Después de dar el sí en el altoparlante.

Se casó la abuela, sí, pero sin novio.
Se cansó de esperar y arrodillarse al lado de la cama,
De rezar a oscuras y al sol por un milagro.
Se miró de pronto,
Vio que su mejor par era ella misma
Su hechura de retazos al crochet
unidos a fuerza de años y paciencia. 
Por eso un día se buscó,
se aceptó como pudo,
se regaló el anillo que alcanzó a comprar con la jubilación
y toda su esperanza actualizada.
No quiso medias ni ligas ni zapatos, nada que la apretara.
Dijo “Voy desnuda, así me quiero más.”

Se reía la abuela. Estaba deslumbrante.
Una larga fila de borrachos la paseó
En un cortejo desprolijo
Mientras la aplaudían a rabiar
Hasta los vigilantes.


Choripan

Carezco de referencias doctas
Mi única certeza es ignorarlo todo
Me atrevo a postular apenas
la lucidez del insomnio
en esta hora desierta.
                     Aspiro
a atravesar la noche
sacudir al durmiente
golpear sus párpados
escarbar su sueño de ladrillo
asesinar por dos su indiferencia
dividir su oscuridad por veinticuatro.
                      Aspiro              
a una fiebre feroz que nos consuma
hasta recuperar el único sentido
con un bramido dulce en cada poro
la boca florecida de blancos y de azules
y un velo ceremonial que nos confirme
en unión general
                    comunitariamente.

Mientras siguen afuera tronando los tambores
y una niebla criolla y perfumada
se alza hasta la luna.


Martha Valiente
Nació en Uruguay. Reside en Buenos Aires, Argentina

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