Empoderamiento
Y se
casó nomás la abuela
Con
su vestido de tul apolillado
Un
ramito reseco de rosas rococó
Y
guantes hasta el codo.
Se
casó sin enagua, de mañana,
Con
un cielo nublado
Justo
en el otoño que le correspondía
Es la
mejor estación, siempre decía,
Y la
mejor luz, la que lastima menos.
Se
casó en la plaza de su barrio
A la
sombra del árbol con su placa de bronce,
En la
calesita y montada en un caballo verde,
Sin
sortija.
Se
casó por fin la abuela. Qué espectáculo.
Los
feriantes perdieron a su público
Y los
niños se quedaron sin hamacas.
Corrieron
a verla los desocupados y los otros,
los
cartoneros, las amas de casa…
El
aire se llenó de gritos y de cantos,
De
gorriones viejos, de palomas rechonchas,
De
chusmerío de cotorras.
El
viejo carrousel le dio setenta vueltas
Con
canciones de Yuya y de Madonna.
Se
casó la abuela, tal y como estaba,
El
pelo bicolor de no teñirse. Y sin lentes
Para
no ver nada más que lo justo.
Con
un perfume extinto de maderas de Oriente
Se
despintó las uñas,
No
quiso usar corpiño ni bombacha,
el
tul le despertaba con cosquillas la piel
desamparada
y libre.
No hubo
cura ni campana ni altar
La
bendijo una de sus hijas, la otra lagrimeaba,
Mientras
sus nietos cantaban “Manuelita”.
(La
plaza repleta de pájaros y gentes
tuvo
un palco especial para los hombres que amó
y no
la amaron. Para los otros muchos,
para
todos los hombres de su vida.)
No se
casó de blanco, para qué.
Sobre
el carrousel flameaba un camisón de raso
Y
otro de franela.
Una
pancarta a modo de invitación decía
“Vengan
a mí las solitarias, las solteras,
Las
mal acompañadas de tristeza,
Las
que se preguntan por qué todos los días
Vengan
a mí las viejas con sus ganas…”
Abundó
el vino desde muy temprano
Se
acentuó el asombro y no se extinguió el prejuicio
Pero
casi.
Fue la primera vez
Los
diarios del barrio publicaron
Su
foto, en canas y a caballo
Con
su largo tul gastado y a destiempo
Después
de dar el sí en el altoparlante.
Se
casó la abuela, sí, pero sin novio.
Se
cansó de esperar y arrodillarse al lado de la cama,
De
rezar a oscuras y al sol por un milagro.
Se
miró de pronto,
Vio
que su mejor par era ella misma
Su
hechura de retazos al crochet
unidos
a fuerza de años y paciencia.
Por
eso un día se buscó,
se
aceptó como pudo,
se
regaló el anillo que alcanzó a comprar con la jubilación
y
toda su esperanza actualizada.
No
quiso medias ni ligas ni zapatos, nada que la apretara.
Dijo
“Voy desnuda, así me quiero más.”
Se
reía la abuela. Estaba deslumbrante.
Una
larga fila de borrachos la paseó
En un
cortejo desprolijo
Mientras
la aplaudían a rabiar
Hasta
los vigilantes.
Choripan
Carezco de referencias doctas
Mi única certeza es ignorarlo
todo
Me atrevo a postular apenas
la lucidez del insomnio
en esta hora desierta.
Aspiro
a atravesar la noche
sacudir al durmiente
golpear sus párpados
escarbar su sueño de ladrillo
asesinar por dos su indiferencia
dividir su oscuridad por
veinticuatro.
Aspiro
a una fiebre feroz que nos
consuma
hasta recuperar el único sentido
con un bramido dulce en cada
poro
la boca florecida de blancos y
de azules
y un velo ceremonial que nos
confirme
en unión general
comunitariamente.
Mientras siguen afuera tronando
los tambores
y una niebla criolla y perfumada
se alza hasta la luna.
Martha Valiente
Nació en Uruguay. Reside en Buenos Aires, Argentina
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