-Escritor de Barcelona, España. Reside en San Antonio de Padua, Buenos
Aires, Argentina-
Vida contrariada
A ciencia cierta, nunca se supo
si ese hombre, cuando nació: Falleció o murió cuando lo concibieron. De lo que
no cabe duda, es que Drope Ciagar estaba signado por la reversión.
Cuando su
madre, mujer un tanto robusta, dio a luz a Drope Ciagar, se preocupó un poco;
pues si bien, el recién nacido pesaba sólo cuarenta y nueve kilos y contaba
sesenta y nueve años y tres meses de edad, aparentaba algo más a raíz de su
frágil salud de los últimos días en el claustro materno.
El día de su
nacimiento, Drope Ciagar, tenía el pelo totalmente cano y raleado y una barba
tan crecida y descuidada que, en el momento del parto, la madre tuvo que
soportar, por unos días, una efímera irritación vaginal.
Robustiana
García, la madre de Drope Ciagar, le dio al hecho, sólo la importancia que a su
criterio merecía. Acaso, porque tuvo muy en cuenta que, su última relación
sexual había sido consumada con el extinto Esculápio Reveses.
Esculápio
Reveses era un hombre de hechos contrapuestos. Para quien no lo conocía, reírse
de él era comprensible, pues tenía por costumbre caminar siempre hacia atrás;
como desandando lo ya andado. Lo que más llamaba la atención (sobre todo a los
de otros barrios), era con la facilidad con que andaba hacia atrás en
bicicleta. Hay que tener en cuenta que habiendo desplazado el asiento un poco y
alargado el manubrio, el hecho era más fácil, pero eso ni le quitaba valor, ni
gracia.
Cuando logró comprarse un automóvil, todo fue más fácil. Ponía la reversa y con el vehículo se desplazaba a todos lados. Más de uno se lamentó que no tuviera la cabeza orientada hacia la espalda, pero lo admiraban, pues tenía para todo un punto de vista distinto y un alto sentido de lo inverso.
Cuando logró comprarse un automóvil, todo fue más fácil. Ponía la reversa y con el vehículo se desplazaba a todos lados. Más de uno se lamentó que no tuviera la cabeza orientada hacia la espalda, pero lo admiraban, pues tenía para todo un punto de vista distinto y un alto sentido de lo inverso.
Cuando el
pueblo entero se convocó a su velatorio, Esculápio Reveses estaba,
naturalmente, boca abajo, pues de otra forma, muchos no lo hubieran reconocido.
El comentario fue unánime, no tendría que haber salido de noche, pues las luces
reglamentarias traseras eran insuficientes para iluminar tan escarpados
caminos.
Con todos esos
antecedentes, Robustiana García se abocó a criar (por así decirlo) a ese casi
septuagenario hijo, como su clarividente raciocinio le dictaminó, y lo primero
que hizo fue anotarlo en el P.A.M.I.
Habían
transcurrido más de veinte años, Drope Ciagar acababa de cumplir cuarenta y
cinco años y si bien avizoraba cierta pasada calvicie, apenas si se le notaban
unas pocas canas, había engordado bastante, se notaba más activo, pero con
menos templanza para analizar los cotidianos aconteceres.
Como todos los
domingos, Drope Ciagar asistió al estadio de fútbol. No hacía mucho que ese
deporte se había convertido en su pasión. Como siempre, se sentó de espaldas al
campo y por las expresiones, festejos, cánticos e insultos de la tribuna, él se
enteraba del desarrollo del partido y disfrutaba como el que más.
Drope Ciagar
tenía grande afición por la lectura y también le encantaba escribir. Gran parte
de sus ahorros los destinaba a la compra de libros y tenía una particular forma
de disfrutarlos: Leía primero el epílogo, luego con cierto prurito el prólogo,
acto seguido, según su criterio, escribía “su” libro y luego, de no coincidir,
al menos en un ochenta por ciento, consideraba al libro adquirido de poco
interés.
Al cumplir
veintiséis años, se anotó en la universidad, cumpliendo, en ese acto, con su
expectativa y con la ilusión de su difunta madre. A partir de ese día comenzó
la continua, incesante e inexorable etapa de desaprender absolutamente todo.
Un sábado por
la tarde, sin saber muy bien por qué, se peleó con una mujer, que ignoraba
porqué la aborrecía y a los pocos días comenzó a quererla algo, para culminar,
en el término de dos años, amándola locamente. A un ocasional amigo, Drope
Ciagar le confesó que no era la primera vez que eso le ocurría.
Las amistades
nunca le duraron más de una década, pues al cabo de ese lapso, todos notaban,
con envidia, la diferencia generacional que los iba separando. No sólo porque
él cada vez lucía más joven y se había convertido en un adicto al espejo,
regocijándose de su juventud, sino que renegaban de que cada día tenía menos
formalidad.
Fue cursando
el bachillerato, cuando intuyó que esa tarde, con Marianita, experimentaría su
última relación sexual. A partir de ese día comenzó a masturbarse. Esa
costumbre culminó al otro día que se enamoró perdidamente de su última maestra
del colegio primario.
Al fin de
desandar los dos años de jardín de infantes de la salita azul, percibió que no
era capaz de hacer ni el más simple de los palotes. No se lo notó angustiado,
al contrario, quizá tuvo la certeza que le aguardaba la más pura e inocente
etapa de su vida.
Muchos que lo
conocieron, afirmaban que fue un hombre feliz, pues nunca tuvo incorporado el
mínimo sentimiento de miedo a la muerte.
Cuando murió
de joven, lo hizo tan ido como tantos congéneres suyos que murieron de viejos.
En la guardería de bebés donde estaba internado, sospechaban que algo raro iba
a ocurrir, pero así y todo, fue muy grande la consternación. Ni siquiera
pudieron velarlo, pues un día desapareció.
El doctor
Amilcar Proust, médico especialista, estudioso acérrimo de estos casos,
afirmaba con vehemencia que Drope Ciagar, en su etapa de nonato, se fue
sumiendo hasta insertarse en un óvulo, muriendo, luego, como un simple
espermatozoide.
Algunos
escépticos descreen de esta teoría; pero todos los doce de mayo, muchos vecinos
de Merlo acuden al cementerio, con un ramillete de flores en cada mano para
ofrendarlas a Drope Ciagar. Solemnes y compungidos, uno a uno, no tienen otra
opción que ir depositando un ramo en la tumba de Robustiana García, y el otro,
en la de Esculápio Reveses.
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La vida es un ruido entre dos grandes silencios.
Isabel Allende
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