-Buenos Aires, Argentina-
Palabras
Cuidado poeta, tú no las olvides,
porque son caireles de diamante puro.
Son los sonidos por los que tú vives,
son notas de la musa del amante,
son el puño que golpea a la puerta
del poderoso señor de los dineros.
Son el ensueño con que el seductor
envuelve de mentiras a su presa
los laberintos de su alma inquieta,
los fonemas con que el ser se expresa.
Ellas rondan a veces tu cabeza
hasta que encuentran aquello que define
tu lengua muchas veces con torpeza.
Bailotean, se lanzan como flechas,
hieren o curan, duelen o embelesan,
son el milagro del hombre traduciendo,
en notas comprensibles y sonoras,
lo que da vueltas en su pensamiento,
y de su corazón brotan traviesas.
Pero no creas lo que afirma el dicho:
a las palabras, no se las lleva el viento.
Melancolía
Una sombra me
envuelve y me traspasa.
Con mil agujas me
hiere y me envenena.
Pero no muero. Me
deja agonizando.
Un dolor en el
pecho, un llanto que me ahoga,
el aire que me
falta, mi mirada se enturbia.
Yo quisiera morir,
pero no puedo.
La vida es tirana,
no quiere abandonarme.
Y yo no sé siquiera
si quiero que me deje,
porque el dolor de
amar es un dulce dolor.
Tu recuerdo me
hiere con su gozo maldito
y florecen mis
manos en caricias sin rumbo.
Mis brazos te rodean
en abrazo vacío
y se abre mi boca
hambrienta de tu boca.
Te presiente mi
piel y se eriza de frío.
No estás, no estás,
fantasma del deseo.
Has dejado mi
cuerpo arropado de olvido.
Poemas anteriores
pertenecen al libro Poemas encadenados
Soledad
Nunca el silencio
fuera más silencio
como esta ausencia
de tu voz amada.
Nunca la soledad
fuera tan sola,
como esta soledad
enamorada.
Del libro Momentos
Los lobos
Me pregunto si
alguna vez podremos
librarnos del
asedio de los lobos,
cuando creemos que
al fin se retiraron
vuelven y nos
recuerdan / con sus aullidos,
que aún están allí,
agazapados,
con su hambre de
carroña,
con sus fauces
atroces,
tratando de
alcanzar, con un zarpazo,
los restos del
festín.
Algunos se han
cubierto la pelambre
con el cuero de
algún cordero muerto
y simulan, no sin
arduo trabajo,
una digna actitud
de mansedumbre.
Pero no pueden con
su naturaleza
y al verlos todos
juntos mostrando ya sus garras,
gruñendo
desconfiados de su propia jauría,
me invade
nuevamente la profunda tristeza
de pensar que,
además, podrían tener cría.
Del libro Quiero quedarme en mí
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El destino a veces suele cumplirse en pocos segundos, y
aquello que durante años se ha buscado no lo concede un dichoso azar.
Franz Schubert
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