lunes, 13 de mayo de 2013

Celina Vautier


-Buenos Aires, Argentina-

Palabras

Cuidado poeta, tú no las olvides,
porque son caireles de diamante puro.
Son los sonidos por los que tú vives,
son notas de la musa del amante,
son el puño que golpea a la puerta
del poderoso señor de los dineros.
Son el ensueño con que el seductor
envuelve de mentiras a su presa
los laberintos de su alma inquieta,
los fonemas con que el ser se expresa.
Ellas rondan a veces tu cabeza
hasta que encuentran aquello que define
tu lengua muchas veces con torpeza.
Bailotean, se lanzan como flechas,
hieren o curan, duelen o embelesan,
son el milagro del hombre traduciendo,
en notas comprensibles y sonoras,
lo que da vueltas en su pensamiento,
y de su corazón brotan traviesas.
Pero no creas lo que afirma el dicho:
a las palabras, no se las lleva el viento.


Melancolía

Una sombra me envuelve y me traspasa.
Con mil agujas me hiere y me envenena.
Pero no muero. Me deja agonizando.
Un dolor en el pecho, un llanto que me ahoga,
el aire que me falta, mi mirada se enturbia.
Yo quisiera morir, pero no puedo.
La vida es tirana, no quiere abandonarme.
Y yo no sé siquiera si quiero que me deje,
porque el dolor de amar es un dulce dolor.

Tu recuerdo me hiere con su gozo maldito
y florecen mis manos en caricias sin rumbo.
Mis brazos te rodean en abrazo vacío
y se abre mi boca hambrienta de tu boca.
Te presiente mi piel y se eriza de frío.
No estás, no estás, fantasma del deseo.
Has dejado mi cuerpo arropado de olvido.

Poemas anteriores pertenecen al libro Poemas encadenados

 

Soledad

Nunca el silencio fuera más silencio

como esta ausencia de tu voz amada.

Nunca la soledad fuera tan sola,

como esta soledad enamorada.

Del libro Momentos


Los lobos


Me pregunto si alguna vez podremos
librarnos del asedio de los lobos,
cuando creemos que al fin se retiraron
vuelven y nos recuerdan / con sus aullidos,
que aún están allí, agazapados,
con su hambre de carroña,
con sus fauces atroces,
tratando de alcanzar, con un zarpazo,
los restos del festín.
Algunos se han cubierto la pelambre
con el cuero de algún cordero muerto
y simulan, no sin arduo trabajo,
una digna actitud de mansedumbre.
Pero no pueden con su naturaleza
y al verlos todos juntos mostrando ya sus garras,
gruñendo desconfiados de su propia jauría,
me invade nuevamente la profunda tristeza
de pensar que, además, podrían tener cría.

Del libro Quiero quedarme en mí


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El destino a veces suele cumplirse en pocos segundos, y aquello que durante años se ha buscado no lo concede un dichoso azar.
Franz Schubert

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