lunes, 13 de mayo de 2013

Mónica Cazón


-Tucumán, Argentina-

La casa del silencio

pronto, la luz comienza a irse de la ventana, ella no lo piensa dos veces y acaricia el vidrio que congela su mano. Limpia el último aliento. Sabe que él necesita una mano cálida, pero esa intimidad le resulta lejana y hasta indiferente. Muriel echa un vistazo a la proyección holográfica del soldado que se marcha y la esposa que espera.
Congelar no tiene que ver con esa escena, al menos en este caso, tampoco se trata de helar el líquido de sus ojos para que sonría ante una frase ocurrente. Congelar, dicho del frío es dañarle los tejidos y especialmente producir la necrosis, aunque se quede parado al lado de la puerta y la mire con esa mirada que ella conoce de antemano. Han crecido y la casa no hace ruido.
Congelar es tratar de detener este proceso por tiempo indefinido.


Arroz con leche

y el peral abrió sus flores blancas, pero caían como rayos sobre las matas. Vi pasar un grupo de niños llevados por luciérnagas y luego entrelazarse en una ronda. Y, pese a todo, vi a la desconocida sonreír a mi lado. Era la calidez de la tarde, magnánima, única. Para mirarla de reojo por la ventana entreabierta; como una niña de Balthus, esperando que empiece lo terrible.    


Textos anteriores pertenecen al libro El Placar de Muriel. Alción, 2012

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“divide y reinarás”

Cuando cambiaron la cama ocasional por la cama del departamento de él, creyeron que les había llegado la porción de felicidad que tenían asignada. Comían, jugaban, vivían. Se reconocían en esa pasión repetida y tierna. Gradualmente llegó el invierno y ya la desnudez les incomodaba y la pasión se les escurría en una cena, en reuniones con amigos, en el consabido llenar espacios para no espaciarse; hasta que un día cualquiera, como aquel día que cambiaron de cama, entendieron que la matemática podía ayudarlos.
Pero no. La matemática no los ayudó. Les certificó que se habían sumado las obligaciones, restado las libertades y multiplicado los problemas.
Fue entonces como, sin opción, dividieron los bienes. 


“a buen entendedor…”

Era una pesadilla ambiciosa; pretendía matarme.


“las apariencias engañan”

Durante largas noches frías ella alejaba las alimañas que rondaban mi cabaña, y yo dormía tranquila al saberme dueña de su protección. Su aullido profundo era la señal. Una noche no la escuché y, preocupada, luego de meses de su presencia infaltable, abrí la puerta.
Allí estaba, salvaje y hambrienta al acecho, esperando su ataque definitivo, buscando a la loba que había en mí. Porque sí. Porque no quería competencia.


Del libro Zoológico de Señoras, microrrelatos. Edit. Macedonia, 2011

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Seguir viviendo sin tu amor (Luis Alberto Spinetta)
10 de mayo

    Su madre lo miraba. Él la miraba. Tomó su rostro, acarició sus mejillas y lentamente le bajó los párpados. Parecía la primera vez; sólo que ésta vez, era la última.
    Amanecía.


La tijera

   Cortó los géneros, las plantas, las hojas, los cables de mi tierra. Cortó las hilachas de tu ropa, las cartulinas del colegio, el flequillo de tu infancia, las figuritas de las revistas, las cartas, las boletas vencidas, el punteado de una nota.
    Aguda, punzante y precisa, cortó también el aire de ese día. El día que cortaste el cordón, y me anunciaste que te marchabas a vivir solo.


Dos últimos textos del libro Cejuelas, microrrelatos. Edit. Piérola, 2009


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Cuida el presente, porque en él vivirás el resto de tu vida.
Facundo Cabral

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