-Tucumán, Argentina-
La casa del silencio
pronto, la luz comienza a irse de la ventana, ella no lo
piensa dos veces y acaricia el vidrio que congela su mano. Limpia el último
aliento. Sabe que él necesita una mano cálida, pero esa intimidad le resulta
lejana y hasta indiferente. Muriel echa un vistazo a la proyección holográfica
del soldado que se marcha y la esposa que espera.
Congelar no tiene que ver con esa escena, al menos en este
caso, tampoco se trata de helar el líquido de sus ojos para que sonría ante una
frase ocurrente. Congelar, dicho del frío es dañarle los tejidos y
especialmente producir la necrosis, aunque se quede parado al lado de la puerta
y la mire con esa mirada que ella conoce de antemano. Han crecido y la casa no
hace ruido.
Congelar es tratar de detener este proceso por tiempo
indefinido.
Arroz con leche
y el peral abrió sus flores blancas, pero caían como rayos
sobre las matas. Vi pasar un grupo de niños llevados por luciérnagas y luego
entrelazarse en una ronda. Y, pese a todo, vi a la desconocida sonreír a mi
lado. Era la calidez de la tarde, magnánima, única. Para mirarla de reojo por
la ventana entreabierta; como una niña de Balthus, esperando que empiece lo
terrible.
Textos anteriores
pertenecen al libro El Placar de Muriel.
Alción, 2012
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* *
“divide y reinarás”
Cuando cambiaron la cama ocasional por la cama del
departamento de él, creyeron que les había llegado la porción de felicidad que
tenían asignada. Comían, jugaban, vivían. Se reconocían en esa pasión repetida
y tierna. Gradualmente llegó el invierno y ya la desnudez les incomodaba y la
pasión se les escurría en una cena, en reuniones con amigos, en el consabido
llenar espacios para no espaciarse; hasta que un día cualquiera, como aquel día
que cambiaron de cama, entendieron que la matemática podía ayudarlos.
Pero no. La matemática no los ayudó. Les certificó que se
habían sumado las obligaciones, restado las libertades y multiplicado los
problemas.
Fue entonces como, sin opción, dividieron los bienes.
“a buen entendedor…”
Era una pesadilla ambiciosa; pretendía matarme.
“las apariencias
engañan”
Durante largas noches frías ella alejaba las alimañas que
rondaban mi cabaña, y yo dormía tranquila
al saberme dueña de su protección. Su aullido profundo era la señal. Una
noche no la escuché y, preocupada, luego de meses de su presencia infaltable,
abrí la puerta.
Allí estaba, salvaje y hambrienta al acecho, esperando su
ataque definitivo, buscando a la loba que había en mí. Porque sí. Porque no
quería competencia.
Del libro Zoológico de Señoras, microrrelatos.
Edit. Macedonia, 2011
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* *
Seguir viviendo sin
tu amor (Luis Alberto Spinetta)
10 de mayo
Su madre lo
miraba. Él la miraba. Tomó su rostro, acarició sus mejillas y lentamente le
bajó los párpados. Parecía la primera vez; sólo que ésta vez, era la última.
Amanecía.
La tijera
Cortó los géneros,
las plantas, las hojas, los cables de mi tierra. Cortó las hilachas de tu ropa,
las cartulinas del colegio, el flequillo de tu infancia, las figuritas de las
revistas, las cartas, las boletas vencidas, el punteado de una nota.
Aguda, punzante y
precisa, cortó también el aire de ese día. El día que cortaste el cordón, y me
anunciaste que te marchabas a vivir solo.
Dos últimos textos del
libro Cejuelas, microrrelatos. Edit.
Piérola, 2009
Cuida el presente, porque en él vivirás el resto de tu vida.
Facundo Cabral
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