-Buenos Aires, Argentina-
El inicio
Eran muchos los dioses y las diosas enlazados en las danzas
de la creación. Esa palabra en la boca, a punto, caía en gotas. Al principio,
no hubo oscuridad, hubo rojo y sus matices. Las diosas desvariaban en telas con
forma de almohadones de algún palacio árabe inexistente aún, incrustaciones de
espejos pequeños o brillos o sueños con resplandor. Los dioses al besarlas con
su poder centrado, daban lugar al movimiento. Ellas y ellos se fusionaron
en todos los matices de lo femenino y lo masculino. Surgieron los verdes y
azules, las gotas, los círculos, los huevos con sus frágiles cáscaras pintadas,
suavidad del círculo dónde la boca se abrocha a la vida.
Todo se nada y saltan las gemas, los rojos, los
relieves, ellos y ellas, dioses efímeros, se dejaban hacer por
el amor.
Saltan las gemas como burbujas de champagne, sonrisas,
plumas en el interior del cuerpo. Las gemas saltan, se deslizan, abren.
Uvas, pezones, ojos ¿Puede la creación no ser colectiva? ¿no
ser amante?
¿Pueden tantas gemas a punto de expandirse ser fruto de una
sola cabeza, mano, alma?
En los encuentros se fecunda lo por nacer.
Gemas de vida.
La muñeca húngara y la Esfinge
Conocí a la
Esfinge en persona. Desafiando al tiempo, soberbia,
magnífica, casi invulnerable. Distraída ante la inmensidad de esa mujer
oráculo, no escuché los detalles que daba la guía acerca de cómo se había
convertido en una disminuida nasal. En el Museo Británico encontré la
explicación junto con la nariz perdida de la esfinge.
Budapest, el río separa en dos la ciudad. Hay una
explosión de arte en muñecas, colores y bordados, como una sangre viva que
narra. Erguida a través del tiempo, una belleza que no se parece a la piedra,
más bien una pregunta de belleza. Compré una muñeca y la usé como un oráculo
privado. Atravesaron ella y la pregunta un largo viaje en tren, bajando en muchísimas
estaciones, la muñeca, apuesta o desafío, no se quedaba en los lockers, venía
con nosotros tan necesaria como el cepillo de dientes, tan mía, tan secreta.
Muñeca húngara viva con puntillas y polleras que
orillan lo impreciso, pude preguntarle lo que no me animé a la Esfinge. Porque
para interrogarlo el otro tiene que quedarnos a mano en una calidez de pueblo
bordador. Me puse a acariciarle la zona inaccesible de símbolo, como un
horóscopo suave me respondió que se puede sostener la belleza aunque no sea
simple. Después dialogo con otros objetos hijos de artesanos, de viajes y
de un ojo distraído que tiene a veces un sobresalto de luz para encontrarse con
muñecas, títeres, máscaras, barcos, nacidos de las manos de los pueblos a
los que les sobra color y les falta, sobre todo, la grandeza inmutable de la Esfinge.
La larga batalla de la Diosa
El crepúsculo se esfuma en el viento, parece una batalla
perdida, disuelta en la noche. En la sombra semioculta se intuye el
perfil de una diosa peinando su melena roja, dispuesta a resistir, a
volver, con la bravura de las mujeres que desafiaron a Creonte.
La sombra teje sus filigranas, el sueño le alcanza tercos
animales de pelos y ojos abiertos a lo sagrado.
Ella se renueva, carga en canastos todos los rojos frutos de
la tierra y el mar, la sangre de lo no fecundado, la sangre de la herida, las
uñas como un poema extenso para tocar, el roce de los labios recién
untados. Las estrellas rojas de los pechos dadoras de vida, vía de banderas
cubriendo las avenidas del mundo pidiendo justicia. Se pone una ancha pollera
con bolsillos con libros y pinturas: Andre Bretón, Picassos y el no
pasarán en letras rojas en español intraducible.
Se mira en el espejo de un paraíso de fuegos
naturales y vuelve, siempre vuelve, desde Lilith, desde Antígona, siempre
volverá a derramar otra vez la flor roja del crepúsculo para desarmar lo gris.
El sueño gira
En el sueño, un hombre la arropa con flores amarillas.
Teje una manta con ellas, con sus propias manos de artesano en una aldea lejana
de un continente oscuro, mientras le derrama la tristeza densa y luminosa
de los poemas de Pasolini. El hombre con su antigua
paciencia termina la obra. Saca una flor del centro y le acaricia el
alma, así se desteje la cobertura tapiz que la cubre. Ella sonríe, mientras el
hombre que es un orfebre de la belleza, le prepara collares de madera y
pétalos para cubrirla. Todo en el sueño gira, vuelve a las vísperas.
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Feliz el que reconoce a tiempo que sus deseos no van de
acuerdo con sus facultades.
Johann Wolfgang Goethe
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Cristina, gran amiga, con mucho para decir y decirlo bien, con dominio de las palabras, con corazón también,
ResponderEliminarGracias por tu lectura, Mario.
EliminarUn saludo cordial
Analía
Extaordinarios, quiero mas.... Saludith
ResponderEliminarGracias por tu lectura, Judith
EliminarSaludos cordiales
Analía
Cristina, siempre excelente! Sigue pendiente un encuentro con vos, no te olvides!!
ResponderEliminarUn abrazo
Bertha Carou
Gracias por tus palabras, querida Bertha
EliminarUn saludito cordial
Analía