miércoles, 20 de abril de 2016

Norma Etcheverry


La vida

No me importa si no tiene sentido-dice-.
-No lo tiene.
-Y quién lo dice?


El destino (I)

Por fin, partirá.
Tiene miedo.
De todas formas, siempre tiene miedo.
Tal vez se marche y ya no vuelvan a reconocerse.
Lo mira dormir, y soñar. En el sueño está lo que ha sido escrito con pintura roja sobre los azulejos de la vieja casa de Nampula.
Y también lo que está por escribirse.


Las estrellas

Por las tardes Vismar venía para llevarnos a recorrer las blancas playas del sur. Esperábamos el atardecer, cuando llegaban las barcazas de los pescadores y mirábamos la ceremonia de su arribo. Extendían las redes en la orilla, y mi mente entera se extendía también. Los amagues de las gaviotas eran como pequeños recuerdos, picotazos leves que sacudían el lienzo espumoso del agua. Luego, los ruidos se iban apagando de a poco y, con el caer de la noche, los hombres se perdían en las barracas débilmente iluminadas, allá arriba, en las laderas del morro. Entonces volvíamos en silencio, bajábamos por la carretera atravesada de camiones. Imaginaba los rostros de los conductores. Ser uno de ellos. Al volante de un gran Scania bajo el cielo negro, agujereado de minúsculos puntos brillantes. El camino todo el tiempo delante. Viajar siempre hacia ningún lugar.


El mandato

Le gustan esas tardes en que se sientan a leer las cartas que los padres de A. envían a sus hijos. Una entrega aparente y fatal encabeza cada una de ellas: “Mis pichones”, “Mis cachorros”.
Todas invariablemente firmadas por “papá y mamá”. Una ternura desconocida para otros, alevosa y brutal. Repasan esas páginas donde los padres imaginan un futuro para ellos que ya no es.
A. ríe, desvergonzado. Los enfrenta a su propio deseo.
- Sin embargo, de pequeño, me vestían con ropas de niña y festejaban… ¿qué es lo que ha cambiado?


El fuego

Camina sobre la gruesa alfombra carmesí. Tiene puestas unas medias de lana en los pies descalzos. Se sienta en cuclillas, cerca del fuego, y se queda allí. Horas y horas que se desprenden como la piel del verano.
Siente el calor en los ojos. Saborea el ardor de las lenguas que besan los leños, y deja a los leños que abrasen su cuerpo, que lo incendien. Se retuerce de dolor al principio, pero luego ya no siente nada y permanece dentro de las llamas, hasta desintegrarse.
Hasta volver a la montaña y ser tótem, tribu, piedra, presa de la cacería.
El viento sopla y esparce las cenizas.


La muerte

Es domingo en misa con Dios y Émile Cioran. Y esos ataúdes ahí.
Un padre con su hijo, ahí. Y el coro cantando Aleluya y otros salmos mientras ellos siguen inmóviles, frente al altar, frente al joven sacerdote, frente a todos los fieles, frente a toda esa gente que canta a viva voz porque ellos están muertos.
Los dolores de cada uno dejan de tener valor, no tienen ninguna importancia este domingo.


El extranjero

Por fin llegan las cartas. Las estampillas tienen diseños de pájaros, y de mamíferos, y de reptiles. Otras en cambio muestran los volcanes de Guanacaste.
Por fin un lugar adonde pensarlo.


Del libro de la autora: la vida leve. Ediciones La Carta de Oliver, noviembre 2014

Norma Etcheverry
La Plata, Buenos Aires, Argentina


2 comentarios:

  1. Gracias Analia, por compartir! Un abrazo enorme!!

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    Respuestas
    1. Gracias a vos, querida Norma. Siempre es un gusto publicar tus escritos, y te cuento que los textos de este libro me han llegado especialmente.
      Muchos cariños, que estés muy bien
      Analía

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