miércoles, 20 de abril de 2016

Andrés Bohoslavsky


Vecinos

La noche anterior al robo, intentaba desde la habitación vecina a ellos, sin suerte, darle forma a un poema, que, definitivamente, escapaba con cada uno de mis intentos. 
Sin querer, vencido por el sueño y la frustración del texto, me recosté a oscuras a fumar, esperando dormirme. 
La charla en la pieza vecina se escuchaba nítidamente, así que, el plan de asaltar un banco me tenía como espectador invisible y a su vez privilegiado. 
El sueño me venció y el paso de los días hizo que lo que aquella noche escuché se fuera desvaneciendo, convirtiéndose en un recuerdo que no podía identificar de donde provenía y si era real u onírico. 
Luego de unos días escuché desplazar los paneles del techo de los vecinos y una especie de pasamanos hacia arriba, que termina con su colocación en el lugar habitual.
Cuando se produce el allanamiento, de madrugada y en forma violenta, en presencia del juez, del fiscal y de una cantidad de policías suficientes para detener a un barrio entero, lo escucho todo, aún despierto en mi afán de escribir el poema perfecto. Luego se produce la salida de todos y el silencio impera nuevamente en el hotel. Ahí, en el fracaso de mi poema nace la idea:
Entro rápido a esa habitación, desplazo el panel y saco siete bolsas de dinero. El único testigo es mi gato y gracias a Dios los gatos no hablan.
Me acuesto a dormir y sólo pienso en dos cosas:
Comprarle buena comida a mi gato y decirle al conserje que me voy a vivir a la montaña porque la sociedad está enferma y llena de delincuentes y un tipo como yo necesita un lugar tranquilo para dedicarse a escribir. 


La visita del rey

Cuando el rey llegó al pueblo -este pueblo perdido en la montaña con tan pocos súbditos- cursó invitaciones a su fiesta plagada de manjares y excentricidades. Todos corrieron alborotados y felices, todos menos mi gato y yo, que intentábamos escribir, como siempre, un poema, un cuento, esas cosas que nos gustan y tienen tanto de misterio e irracionalidad como nuestra forma de vivir.
El rey llegó a la cabaña con su guardia infernal, a preguntarnos por qué no habíamos concurrido, le expliqué que nosotros preferíamos escribir. Me propuso cambiar los roles un par de días para ver de qué se trataba, así que me convertí en monarca y él, en ese intento de escritor, se instaló en nuestro hogar cuarenta y ocho horas. La gente venía a besarme la mano y me traía ofrendas, comida, todo tipo de regalos, y yo ocupado en esas idioteces, extrañaba mi vida de siempre.
Cuando el tiempo se agotó volví a la cabaña y encontré al rey con una hoja en blanco.
No supe ser rey ni él escritor, la gente siguió feliz siendo esclava, mis días pasan como siempre y los de mi gatito también. 
El reino sigue intacto.


El ladrón

Desde el punto de vista legal, el tipo es un ladrón.
Desde otra mirada es, simplemente, un pobre como el vigilador del supermercado que lo detiene, el policía que lo arresta, la señora que lo fusila con sus palabras y los que miramos esa escena que habla sola.
Todos somos pobres y honestos salvo ese tipo que se comió el sándwich sin pagar. A ese tipo hay que aleccionarlo, sin dudas, dicen todos:
no podemos permitir que esto suceda y que el ejemplo del resto de la sociedad - pobre y honesta,
que camina callada y respetuosa hacia la caja a engrosar los bolsillos de delincuentes anónimos sin rostros - da cuenta todos los días.
Cuando era un niño, mi tío repetía la frase:
La revolución nace de la boca del estómago, tal vez de Mao.
Pero eso fue hace mucho cuando no éramos tan serviles ni tan fríos y los ladrones de verdad desvalijábamos bancos.


Andrés Bohoslavsky
Desde algún lugar del mar

4 comentarios:

  1. muy interesantes estos relatos

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    1. Gracias por tu lectura, Stella Maris. Es agradable saber que has disfrutado de estos relatos.
      Saludos cordiales
      Analía

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  2. Muy buenos relatos,hay imaginación y roza la realidad.

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Analía Pascaner