lunes, 19 de mayo de 2014

José Antonio Roldán

II.- Etapa rosa a topitos lila
Comenzando por el principio…de lo que me acuerdo

   Entre las muestras más peculiares de su extraño carácter destacaba, sin duda, la obsesión que sentía hacia el mundo. Claro que especificando un poco diré que lo que verdaderamente temía era encontrarse solo en el inmenso orbe terrestre, y a veces hasta humano. Y es que si nos paramos a pensar sentirse así debe ser tremendamente horrible, porque estar solo en mitad de la nada tiene que ser hasta gratificante…pero estar solo en medio del todo sencillamente es pasar a ser lo más insignificante de la existencia. Aunque en este caso, bajo mi opinión de experto, todo es posible. Estamos ante un sujeto impredecible. Todo un rompecabezas humano, no sólo por la complejidad de su personalidad, sino porque literalmente cuando sentía pánico se pegaba cabezazos contra lo primero que estuviera a su lado. Aún me duele la cabeza cada vez que recuerdo sus visitas a mi consulta. No sé cómo pero siempre se ponía histérico justo cuando estaba enfrente mío, por lo que me era difícil librarme de un cabezazo en toda regla. Menos mal que uno es ingenioso y a la tercera sesión asistí con un casco de fútbol americano puesto. Bueno también me puse el uniforme completo de los Miami Dolphins, porque nunca me gusta vestir desconjuntado y de paso rendía homenaje al mejor quarterback de la historia, Dan Marino. Lo de llevar puestos los leotardos a lo Anna Pavlova es otra historia que no viene al caso.
  Volviendo a mi paciente, éste tenía un gusto tétrico por pasar horas y horas muertas en estrambóticos picnic en el cementerio que se alzaba en lo alto de la colina. Un lugar idóneo para sentirse vivo, lo que le llevó a comprarse un pisito muy cómodo a las afueras de la ciudad desde donde poder divisar el camposanto. Siempre había tenido la sensación, quizás el presentimiento, que llegaría tarde a su propio entierro, aunque desde que se trasladó a su dulce hogar ese sentimiento había ido disminuyéndose, quizás por la atrayente fragancia de los crisantemos que adornaban algunas tumbas o porque su última morada estaba a un tiro de piedra, literalmente hablando, de su vivienda.
  Cuando alguna vez se me ha ocurrido preguntarle sobre esa mortuoria afición siempre me ha respondido con una calma extraordinaria, como si fuese lo más normal ir de camping con la familia, tanto la viva como la que dejó su terrenal transitar, previsiblemente para pasar a un estadio mejor. Sus palabras eran exactamente: “aquí se respira el aire más puro de toda la zona”, me susurraba entre suspiros y acercándoseme demasiado a mis pabellones auditivos. “¿Aire puro?”, me solía yo decir para mis adentros. “¡Pero si lo que huele es más bien comparable con un hedor putrefacto revenido!”, respondía yo mentalmente para no inquietar al egregio ego de mi curioso acompañante. Tan apestosos eran los efluvios que emanaba aquella tierra que cuando iba a visitarlo me llevaba una petaca llena del mejor whisky escocés para olerla de vez en cuando y aislarme del hedor ambiental, bueno también me tomaba un sorbito para reponerme del mal cuerpo que se me ponía. Sin embargo, recuerdo aquellas tardes con alegría, y no sé porqué, siempre terminaba cantando una melodía que mezclaba el My Way de Frank Sinatra, cantos gregorianos y la Macarena de Los del Río. Al final tuve que dejar de cantar, porque al sepulturero de turno no le hacía mucha gracia que me pusiera a bailar la conga con los familiares del entierro que se celebraba en aquellos momentos…¡aguafiestas! Siempre hay algún cafre dispuesto a estropear momentos inolvidables, aunque últimamente para mí casi todos son así…básicamente porque no me acuerdo de casi ninguno.
  A pesar de todo lo dicho aún al día de hoy sigo viendo a mi amigo. Sí, mi amigo, y mucho que me costó alcanzar aquellos lazos de afecto con aquel engendro. No es fácil hacer de un autista introvertido un hombre de masas en sólo unos meses. El hecho de que yo sea un prestigioso psicólogo no había sido un factor decisivo para lograr mi acercamiento a Vladimir, que hasta en su nombre nos evoca caracteres tenebrosos y terroríficos. Por cierto que no difieren en demasía de los de este pequeño ser humano, por clasificarlo dentro de algún género dentro del reino animal. Una “cosa” de apenas 1’39 metros, pelo negruzco y lacio en todo el cuerpo, ojos leoninos y dientes odontológicamente perfectos, de hecho me solía retocar el peinado mirándome en aquellos blanquísimos incisivos.


Fragmento del libro Diario de un psicólogo. “Desde que fui hasta que dejé de serlo”. Ediciones Karussell, 2014.


José Antonio Roldán. Escritor nacido en Barcelona, España


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No puede el hombre sentirse a gusto sin su propia aprobación.
Mark Twain
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