II.- Etapa rosa a topitos lila
Comenzando por el
principio…de lo que me acuerdo
Entre las muestras más
peculiares de su extraño carácter destacaba, sin duda, la obsesión que sentía
hacia el mundo. Claro que especificando un poco diré que lo que verdaderamente
temía era encontrarse solo en el inmenso orbe terrestre, y a veces hasta
humano. Y es que si nos paramos a pensar sentirse así debe ser tremendamente
horrible, porque estar solo en mitad de la nada tiene que ser hasta
gratificante…pero estar solo en medio del todo sencillamente es pasar a ser lo
más insignificante de la existencia. Aunque en este caso, bajo mi opinión de
experto, todo es posible. Estamos ante un sujeto impredecible. Todo un
rompecabezas humano, no sólo por la complejidad de su personalidad, sino porque
literalmente cuando sentía pánico se pegaba cabezazos contra lo primero que
estuviera a su lado. Aún me duele la cabeza cada vez que recuerdo sus visitas a
mi consulta. No sé cómo pero siempre se ponía histérico justo cuando estaba
enfrente mío, por lo que me era difícil librarme de un cabezazo en toda regla.
Menos mal que uno es ingenioso y a la tercera sesión asistí con un casco de
fútbol americano puesto. Bueno también me puse el uniforme completo de los
Miami Dolphins, porque nunca me gusta vestir desconjuntado y de paso rendía
homenaje al mejor quarterback de la historia, Dan Marino. Lo de llevar puestos
los leotardos a lo Anna Pavlova es otra historia que no viene al caso.
Volviendo a mi paciente, éste
tenía un gusto tétrico por pasar horas y horas muertas en estrambóticos picnic
en el cementerio que se alzaba en lo alto de la colina. Un lugar idóneo para
sentirse vivo, lo que le llevó a comprarse un pisito muy cómodo a las afueras
de la ciudad desde donde poder divisar el camposanto. Siempre había tenido la
sensación, quizás el presentimiento, que llegaría tarde a su propio entierro,
aunque desde que se trasladó a su dulce hogar ese sentimiento había ido
disminuyéndose, quizás por la atrayente fragancia de los crisantemos que
adornaban algunas tumbas o porque su última morada estaba a un tiro de piedra,
literalmente hablando, de su vivienda.
Cuando alguna vez se me ha
ocurrido preguntarle sobre esa mortuoria afición siempre me ha respondido con
una calma extraordinaria, como si fuese lo más normal ir de camping con la
familia, tanto la viva como la que dejó su terrenal transitar, previsiblemente
para pasar a un estadio mejor. Sus palabras eran exactamente: “aquí se respira
el aire más puro de toda la zona”, me susurraba entre suspiros y acercándoseme
demasiado a mis pabellones auditivos. “¿Aire puro?”, me solía yo decir para mis
adentros. “¡Pero si lo que huele es más bien comparable con un hedor putrefacto
revenido!”, respondía yo mentalmente para no inquietar al egregio ego de mi
curioso acompañante. Tan apestosos eran los efluvios que emanaba aquella tierra
que cuando iba a visitarlo me llevaba una petaca llena del mejor whisky escocés
para olerla de vez en cuando y aislarme del hedor ambiental, bueno también me
tomaba un sorbito para reponerme del mal cuerpo que se me ponía. Sin embargo,
recuerdo aquellas tardes con alegría, y no sé porqué, siempre terminaba
cantando una melodía que mezclaba el My Way de Frank Sinatra, cantos
gregorianos y la Macarena
de Los del Río. Al final tuve que dejar de cantar, porque al sepulturero de
turno no le hacía mucha gracia que me pusiera a bailar la conga con los
familiares del entierro que se celebraba en aquellos momentos…¡aguafiestas!
Siempre hay algún cafre dispuesto a estropear momentos inolvidables, aunque
últimamente para mí casi todos son así…básicamente porque no me acuerdo de casi
ninguno.
A pesar de todo lo dicho aún
al día de hoy sigo viendo a mi amigo. Sí, mi amigo, y mucho que me costó
alcanzar aquellos lazos de afecto con aquel engendro. No es fácil hacer de un
autista introvertido un hombre de masas en sólo unos meses. El hecho de que yo
sea un prestigioso psicólogo no había sido un factor decisivo para lograr mi
acercamiento a Vladimir, que hasta en su nombre nos evoca caracteres tenebrosos
y terroríficos. Por cierto que no difieren en demasía de los de este pequeño
ser humano, por clasificarlo dentro de algún género dentro del reino animal.
Una “cosa” de apenas 1’39 metros, pelo negruzco y lacio en todo el cuerpo, ojos
leoninos y dientes odontológicamente perfectos, de hecho me solía retocar el
peinado mirándome en aquellos blanquísimos incisivos.
Fragmento del libro Diario de un psicólogo. “Desde que fui
hasta que dejé de serlo”. Ediciones Karussell, 2014.
José Antonio Roldán. Escritor nacido en Barcelona, España
--
No puede el hombre sentirse a gusto sin su propia
aprobación.
Mark Twain
--
Al final hasta he sonreído. Genial el relato.
ResponderEliminarUn abarzo.
Gracias por tu lectura, Leo
EliminarUn saludo cordial
Analía