miércoles, 3 de octubre de 2018

Marta Zabaleta


Exilio en Drumchapel

No sé si fue
porque llegamos a Escocia
con una hija chilena con los pies congelados
por la Navidad blanca.
O si fue
porque llorando para adentro
le decía a Yanina que esos 'crakers' con juguetes
y un sombrero, que salieron del árbol de Pascua,
los había traído Lenin cuando llegó al río Clyde
para recorrer, como nosotras, este mismo camino 

hacia los astilleros y sus obreros de Glasgow.

O si fue
porque la voz
de aquel hijo aún no nacido
que tronaba allá adentro que quería ser argentino.
irrumpió en la desolación del exilio.
¿llegaría con un pan bajo el brazo?
Y allí nació Tomás el escocés 
inocente víctima del desarraigo.

Pero fue
en una tarde como esta
poblada de cien trinos, extraña tarde 
de verano, cuando ya sola,
al perderme en las calles de Londres
divisé la vieja arboleda de mi casa en el campo.
Y vi en esos escudos rojos
aquellas otras banderas rojinegras
que avivaron mis sueños milenarios.

Y vi la sangre de Tania embarazada, 
cruzando el río… el río de Bolivia
que jugaba las últimas burbujas
sobre sus pieles bravas.
La vi caer, embarazada, atravesada de balas.

Sentí esa tarde
que me subía al barco con mi abuela,
allá en Piamonte, como cien años atrás,
que recorría la bahía y seguía navegando,
hacia el Sur del Sur, mientras los demás
iban con un rumbo distinto, hacia Raspallo.
Mi abuela sólo sabía hablar italiano
por eso le vendieron un tranvía.
¿Sería que entendió mal?
¿O fue 
que no sabía el cuento del tío
en castellano?
Sólo italiano.

Y luego de estos veinte minutos
puedo ya imaginarme su semana final,
cuando su corazón estalló con el calor  
del incendio de las tres destilerías de Campana,
ciudad del Río Paraná, adonde buscó otra patria.
Por eso, cuando murió mi madre, en San Nicolás,
en sueños me embarqué de vuelta a Génova,
porque allí estaba vivo su corazón.
Vehemente flor adormecida
de locos amarillos y azulados trineos acuáticos
barrenando como martinetes la estela burbujeante de aquel barco,
dejando atrás las grúas de La Boca. Escuchando
como en las islas del Delta lloraba un urutaú,
Llora llora urutaú.
Ya no existe esa Argentina
donde nací como tú.

En el exilio todo es ausencia.
Pero allá hay tambores, brincan las palomas que se sienten pueblo, otros Ches y muchas Tanias se levantan, Víctor Toro se monta a caballo de una estatua en el Bronx, y en Chile, cuatro hermanos mapuches están en huelga de hambre, setecientos secundarios están presos, aunque gobierna una mujer
que creían que iba a hacer historia. Y como antes,
mientras Los Andes se cubren de un rojo verde oliva
se van creando una, dos, cientos, miles de fogatas. Y ahora
tómate de mi mano. Adonde caiga mi metralla,
la pena volará a crear otro Vietnam.
Pero que en Irak no nos oigan, y gane la paz.

Y que la paz sea como mi abuelo vasco, que venga
con un pedazo de pan bajo ese brazo,
rojo y negro, que levanto en alto, como este verso
que les canto, contra la suerte de los mares
que como la muerte, siempre nos destina a la ida
sin vuelta. Sin la mama.
Cuando lleguemos, si llegamos, lucharemos otra vez
por volver a ser alguien. Y en esa alguna parte
habrá siempre alguien que nos tenderá la mano.


Poema escrito para una Antología en favor de los migrantes, en México. 8 de marzo 2017

Marta Zabaleta
Nació en Santa Fe, Argentina. Reside en Londres, Inglaterra

4 comentarios:

  1. Muchísimas gracias por darme un lugar en tu prestigiosa Revista. Un fuerte abrazo y felicitacones por tu incesante trabajo de creacion y difusion de la cultura.
    Marta

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    Respuestas
    1. Gracias a ti, querida Marta, siempre es un gusto compartir tus poemas con los lectores de la revista literaria.
      Mi abrazo y mis mejores deseos, siempre
      Analía

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  2. Hermosísimo poema Marta, me tocó hondo, huelgan comentarios

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias por tu lectura y tus conceptos, Elena.
      Cariños, que estés muy bien
      Analía

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