miércoles, 3 de octubre de 2018

Juan Antonio Borges

El Desterrado

Nuestro mayor pecado fue la incomprensión. El desconcierto ante todo aquello que los normales llaman naturaleza o peor aun ese estado de inercia llamado cotidianeidad.
Éramos los desterrados de la tierra, del pueblo aquel donde las costumbres eran seguros bálsamos para vivir tranquilos. Sobrevivientes de ese clima hostil y severo que desde niños nos había impuesto una serie de reglas y normas de alto contenido represivo.
Fui incorporando palabras a aquel opaco y modesto vocabulario de pueblo muerto. Nadie me explicó todo lo sucedido conmigo. Primero la exclusión y el encarcelamiento con torturas incluidas. Posteriormente el destierro.
Recuerdo perfectamente la cronología de los hechos. Una secuencia siniestra, donde mi padecimiento fue totalmente invisibilizado por los verdugos.
Era una mañana gris. Ni siquiera una gota de sol. La sombra de las nubes se arrastraba sobre mi calavera de manera avasallante. Partí temprano. De repente un auto muy viejo, descolorido, siniestro se detuvo y en actitud amenazante me apuntaron y me introdujeron en el vehículo a fuerza de armas y golpes. Comienzan a insultarme de modo descalificatorio y agresivo. Sus palabras eran crueles, salvajes y desgarraban mi sensibilidad. Mientras me golpeaban hasta provocarme daño e intimidación hacían preguntas que no comprendía. Comencé a llorar, debido a toda aquella situación incomprensible… No eran policías ni miembros de ninguna fuerza del orden. En ningún momento se identificaron, apenas me insultaban sistemáticamente venciendo mi vulnerabilidad.
- Qué buscás vos infeliz con esas boludeces que andás escribiendo?
- Sos una nena llorona que andás escribiendo poemitas? Esto no es joda pelotudito!!
- No habla este zurdo de mierda!! Llevémoslo y vamos a reventarlo hasta que cante!
Me encerraron en un galpón, aparentemente muy alejado de donde yo vivía porque el viaje había sido muy largo. Me bajaron con los ojos vendados y a los golpes y empujones. Insultándome y tratándome terriblemente mal de un modo innecesario. Había tanto odio en esos hombres. Me desnudaron y me tiraron en una cama, en realidad no sé si lo era… Era una superficie horizontal, muy fría. Helada. Los golpes siguieron, me escupían, me quemaban con sus cigarrillos la cara, el pecho, los huevos. Hijos de puta!!
Durante horas me picaneaban por todos lados, sin contemplación ni piedad. Me pedían nombres, direcciones, contactos, jefes políticos y tantas otras cosas que requerían mínimamente de tranquilidad para pensarlas.
Al principio sentí hambre, luego de orinarme y despedir olores desagradables y dolorosos ya no sentía absolutamente nada. Apenas sed, mucha sed y ansias de morir de una vez por todas. Pensaba en mi madre que seguramente estaría muy angustiada por mi ausencia de quien sabe cuántas horas o días que llevaba allí.
En algún momento dejaron de pegarme y picanearme, además de haberme quemado y haber apagado las partes quemadas con orina de mis verdugos.
Escuché que llegó un tipo diferente a los que estaban ahí, un hombre mayor y de edad más avanzada.
- Este no sabe nada jefe, un perejil agarramos (dijo el verdugo uno).
- Un boludo del montón, escribe poemitas de amor nomás (agregó el otro torturador).
- Está bien muchachos, igual tuvo un escarmiento y no le van a quedar ganas de poesía ja ja. Eso sí que se vaya del pueblo, no vaya a ser que se le escape algo del pico. Será un desterrado, agradecé perejil que no te hacemos mierda.
- Maricón de mierda, dejá de boludear con esas pavadas de la poesía y hacé algo que sirva a la patria.
- Mándenlo al sur, Neuquén. Allá le cambian el nombre y que se busque un laburo digno. Eso sí, mírenlo que no ande escribiendo ni nada raro.
Se fue el supuesto jefe y me quedé solo. Hubo silencio un rato, esperando algo, tal vez un traslado o quizás la muerte. Según lo que había escuchado me llevarían a Neuquén. No sé si hablaban en serio o estaban jodiendo.
Me subieron a un auto encapuchado otra vez. Esta vez me golpearon menos y los insultos no estuvieron.
Te vamos a llevar al sur gusano sabés, allá más vale que hagas buena letra. Nada de andar escribiendo boludeces, te olvidás de todo escuchaste!!!
Después de un viaje eterno frenamos en un lugar donde se escuchaban muchas voces y despliegue de mucha gente. Me dejaron en ese lugar y me colocaron en otro vehículo con un sonido más estridente en su motor. Sería un camión. Otro largo viaje vaya a saber hacia dónde. Finalmente llegamos y frenó en un paraje lejano y muy frío. Indudablemente estábamos en el sur.
Me quitaron la venda y me aconsejaron.
- Bueno a partir de hoy volvés a nacer, tu nombre es “el desterrado”. La que fue tu tierra ya no será y tu historia pasada olvidala. Te doy una dirección donde vas a ir a buscar trabajo. Ahí te van a dar laburo. Hacé caso y no discutas con el patrón. Es medio hijo de puta, pero buen patriota. La poesía olvidala, no sirve para nada. No es cosa de hombres, no sirve para progresar. Hay que laburar.
Se alejó el camión y me quedé solo mirando al horizonte, qué sol más hermoso que adornaba aquella mañana a pesar del frío. El viento era intenso pero acariciaba mi cara como consolándome. Percibía el perfume de los árboles cercanos. Era realmente un hermoso día para escribir…


Juan Antonio Borges
Malvinas Argentinas, Buenos Aires, Argentina

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